La dimisión de Teodoro García Egea, secretario general del PP, número dos del partido y mano derecha de Pablo Casado, supone en la práctica el punto final al mandato de este último como presidente del PP. No está clara todavía la forma en que se concretará ese abandono de la presidencia. Pero sí parece obvio que su sustituto, prácticamente por aclamación (como él mismo por cierto desea), será Alberto Núñez Feijóo.
Pablo Casado cae víctima de su propia debilidad e inconsistencia, y la de su equipo. Una evidencia de perogrullo, evidenciada por la cascada de dimisiones, de renuncias y de presiones que ayer cayeron sobre la espalda del primer líder popular escogido de forma democrática.
Prueba de esa inconsistencia es la entrevista a Teodoro García Egea ayer en La Sexta. Una entrevista en la que el exsecretario general del PP se mostró como un lobo con piel de cordero y en la que defendió a Ayuso, a Almeida, a los dimisionarios e incluso a los que se manifestaron frente a Génova. El contraste entre la actitud de Egea durante la entrevista y sus declaraciones de la semana pasada fue chocante y reiteró la sensación de una dirección incapaz de mantener un rumbo fijo, aunque sea en la equivocación.
Pablo Casado es también el tercer líder del PP que abandona el cargo de forma traumática. Lo hicieron, antes que él, José María Aznar y Mariano Rajoy. Pero ambos desde la Moncloa. Casado es el primer presidente popular desde Antonio Hernández Mancha que abandona el cargo sin haber alcanzado la presidencia del Gobierno.
Liderazgo frágil
Lo dijimos en el editorial de ayer martes y lo volvemos a repetir hoy. Independientemente de la opinión que se tenga sobre la crisis, sus protagonistas y la responsabilidad de cada uno en ella, es obvio que es un mal síntoma para la democracia interna de los partidos que el primer líder del PP escogido democráticamente tras unas primarias y un congreso caiga de esta manera.
El abandono de sus propios fieles, sumado a la presión de determinados medios de prensa, pero sobre todo a la ejercida sobre los altos cargos del PP con la manifestación del pasado domingo, han sido superiores a las fuerzas de un Pablo Casado que ha demostrado así que el suyo era un liderazgo excesivamente frágil.
El desenlace final de la crisis ha demostrado que la caída de Casado se ha debido más al desmoronamiento de sus propios apoyos que a un súbito apoyo a las posiciones y las tesis de su rival, Isabel Díaz Ayuso. Prueba de ello es también el deseo de Alberto Núñez Feijóo de llegar a la presidencia del partido por aclamación y sin verse obligado a competir con el propio Casado en un hipotético congreso extraordinario.
Un mero trámite
Caído Teodoro García Egea, el final de Casado es ya un mero trámite. Queda por ver cómo se concreta el epílogo del drama, pero EL ESPAÑOL cree que, más allá de su comportamiento en la batalla entre Génova y Ayuso, sobre el que cada lector tendrá su opinión, Pablo Casado ha sido un presidente íntegro y honesto.
Es obvio que Casado se equivocó escogiendo a algunos de sus más estrechos colaboradores y asesores, y que en el pulso con Ayuso midió mal los tiempos y la correlación de fuerzas, así como que su estrategia de comunicación resultó tan errática y vacilante como algunos de sus posicionamientos políticos, demasiado dependientes de los vaivenes de la actualidad más inmediata.
Pero también es cierto que nadie sabe hasta dónde podría haber llegado un Pablo Casado bien aconsejado, bien asesorado, menos preocupado por el control interno del partido y más centrado en la labor de oposición al Gobierno. No ha ayudado el auge de Vox, un partido populista que está viviendo, como ya ocurrió con Podemos en el pasado, su momento de efervescencia. Las circunstancias, sin embargo, no eximen a Pablo Casado de sus errores. Y el final de esta crisis en el seno del PP es la prueba de ello.