El pinchazo de las convocatorias del 8-M de este año en comparación con las de los años previos a la pandemia demuestra que la división del movimiento feminista en dos ramas radicalmente enfrentadas es el peor de los escenarios posibles para la causa de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.
Esas dos ramas doctrinales que ayer ocuparon las calles de veinte ciudades españolas son la del feminismo clásico, avalado por una buena parte del PSOE, y la del feminismo queer defendido por Podemos, que pretende luchar contra la desigualdad con herramientas jurídicas tan dudosas como la de la autodeterminación de género.
La primera rama defiende una concepción ortodoxa del feminismo más cercana a la escuela marxista y a las tesis de la lucha de clases. La segunda defiende las teorías del interseccionalismo, que en su extremo más caricaturesco, como ironiza el politólogo estadounidense Mark Lilla, sostiene la idea de que incluso las mujeres adineradas de clase alta, como por ejemplo las actrices de Hollywood, son oprimidas por los trabajadores de clase baja que cuidan de sus jardines.
Temas que dividen
Bajo esas diferencias entre tesis estrictamente académicas (y que al menos en el segundo de los casos apenas tienen repercusión más allá del ámbito universitario) late sin embargo un problema político de fondo. El de la creciente incompatibilidad entre un partido de Estado como el PSOE y un partido populista, filosóficamente redentorista y de espíritu asambleario como Podemos.
Esa incompatibilidad no se ciñe al terreno del feminismo. Se extiende también, por ejemplo, hasta el debate sobre la postura que debería adoptar España frente a la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso. Debate que ha llevado a Podemos a calificar al PSOE de "partido de la guerra".
Una conversación entre Pedro Sánchez y Yolanda Díaz en la que esta se comprometió a rebajar el tono de las críticas de Podemos al Gobierno del que forma parte llevó a sus portavoces a negar que el PSOE fuera ese "partido de la guerra" al que habían hecho alusión pocas horas antes. Pero el daño ya estaba hecho y la burda rectificación no cuajó ni siquiera entre los más crédulos de los seguidores de Podemos.
Tres son los temas que dividen al feminismo, y por tanto a PSOE y Podemos. El primero, el intento del movimiento trans de mezclar sus reivindicaciones con las del feminismo.
La segunda, el asunto de la abolición de la prostitución, defendida por las feministas del PSOE, pero rechazada por Podemos.
El tercero, el de la guerra en Ucrania. Un asunto sin relación alguna con el feminismo, pero que ha acabado mezclado con el 8-M en una demostración de cómo Podemos está intentando convertir el feminismo en una ideología panorámica que vaya más allá de los caballos de batalla tradicionales del movimiento (la igualdad de hombres y mujeres) y abarque cuestiones que sólo pueden ser relacionadas con esa lucha si son retorcidas argumentalmente hasta extremos paródicos.
Promesas vanas
El anuncio de que el Plan Estratégico de Igualdad aprobado ayer y presentado por Irene Montero contará con una dotación de 20.000 millones de euros no es más que un intento de Pedro Sánchez de tapar con promesas la brecha abierta entre ambos partidos de Gobierno. Y decimos promesa porque está todavía por ver que esos 20.000 millones de euros se vayan a concretar en la práctica y tengan otra función que la de permitir a la coalición de Gobierno sobrevivir hasta las próximas elecciones generales.
Esos 20.000 millones son, en fin, poco más que una huida hacia adelante en el terreno declarativo muy similar a las promesas de independencia súbita que los líderes del independentismo regalan de vez en cuando a sus simpatizantes para alargar unos cuantos meses más la fantasía de la DUI. Flaco favor le hacen al feminismo quienes lo utilizan como arma propagandística sabiendo que sus promesas difícilmente se cumplirán jamás.
Pero aún más flaco favor le hacen quienes lo retuercen de forma torticera para encajar en él causas que nada tienen que ver con la de la igualdad de hombres y mujeres. Y ahí es Podemos el que carga con buena parte de la culpa. Porque difuminando al feminismo de esta manera amenaza con borrar a la mujer como protagonista de la lucha por sus derechos. En un elemento más del decorado de una lucha partidista que no tiene ya nada que ver con las mujeres y sí con las obsesiones ideológicas de sus líderes.