Una vieja regla del humor dice que su límite está en aquello que no depende de la voluntad de la víctima del chiste. De acuerdo con esa regla, sería lícito reírse de la ignorancia de un ignorante, puesto que eso tiene remedio previo paso por una biblioteca, pero no de su cáncer, dado que librarse de esa enfermedad no depende de él.
Otra vieja regla del humor, popularizada por Woody Allen, dice que el humor no es más que tragedia + tiempo. Según esta regla, sería lícito reírse de una matanza de la guerra de los Cien Años, pero no del bombardeo reciente de un hospital ucraniano.
Ninguna de las dos reglas se cumple en el caso de la alopecia areata que sufre la actriz Jada Pinkett, la mujer de Will Smith. Un trastorno, además, del que el presentador de los Oscar Chris Rock ya se había mofado anteriormente y que afecta especialmente a las mujeres negras, como recordaba ayer el Washington Post.
La burla de Rock no justifica en ningún caso la bofetada de Will Smith, una reacción desproporcionada y cuya motivación resulta difícil de analizar. ¿Se sintió ofendido Will Smith por el hecho de que otro hombre se burlara de su mujer? ¿Sintió empatía a la vista de la evidente incomodidad de Jada Pinkett? ¿Creyó que su mujer desearía abofetear a Rock, pero que no se atrevería a ello, y pretendió entonces ejercer de "mensajero" del bofetón? ¿Fue una simple reacción instintiva sin mayor racionalización?
Aplausos para Will Smith
Sea cual sea la motivación, la bofetada de Smith fue una reacción improcedente. Mucho más elegante y posiblemente contundente habría sido abandonar el Dolby Theatre, haciendo incluso alarde de ello frente a las cámaras. O rechazar el Oscar con alguna mención al desprecio por el premio de una Academia que permite a sus presentadores burlarse de las enfermedades que sufren sus invitados.
Lo cierto es que la reacción de Will Smith, sea cual fuera su motivación real, no ha dejado indiferente a nadie. Ha habido condenas, sí. Pero también apoyos. Y ahí están los aplausos que recibió el actor en una de las fiestas posteriores a la gala por parte sobre todo de mujeres negras que probablemente empatizaron más con Jada Pinkett que con la libertad de expresión de Chris Rock.
Pero que Will Smith haya hecho algo que muchos, seamos honestos, hemos deseado hacer en alguna ocasión frente al gracioso de turno no justifica esa agresión. A una ofensa verbal no debe responderse con una agresión física. Especialmente cuando la víctima es una actriz de Hollywood que tiene a su acceso tantas o más herramientas y canales de comunicación como el bromista para devolverle la mofa con creces.
Ocioso es también el debate sobre la supuesta calidad del chiste. La broma, abstraída de su contexto y de su objeto, era pésima por facilona. Pero su inoportunidad habría sido la misma aunque hubiera sido una muestra magistral de humor negro.
Libertad de expresión ¿absoluta?
El debate sobre los límites del humor es viejo y no va a resolverse a raíz de la bofetada de Will Smith. Pero es cierto que incluso aquellos que defienden la libertad de expresión absoluta frente a las temáticas más incómodas y políticamente incorrectas estarán de acuerdo en que el humor no puede convertirse en una burbuja sin límites ni reglas donde las ofensas que no se permitirían en la realidad deban ser toleradas por las víctimas sin derecho a réplica alguna.
"Es sólo un chiste" pasa de argumento a excusa cuando el humorista, además, distingue muy bien entre aquellas tragedias o situaciones incómodas de las que reírse, amparado en la ideología dominante, y aquellas de las que no.
Y de ahí que en la gala de los Oscar se hayan escuchado chistes sobre todo tipo de temas sensibles, pero no sobre otros: Black Lives Matter, el MeToo o el islam, por ejemplo. Es hipócrita defender la libertad de ofensa cuando las víctimas de esas ofensas son escogidas en función de criterios tan cobardes como selectivos.