La 27ª Conferencia de las Partes (COP27) de la ONU sobre el Cambio Climático ha dejado un balance agridulce. Por un lado, se ha saldado con un hito histórico en lo que concierne al acuerdo para ayudar a los Estados más afectados por el calentamiento global con financiación adicional. Por otro, se ha quedado corta en lo relativo a los compromisos de los países desarrollados para reducir el uso de combustibles fósiles.
Así, la cumbre del clima de Sharm el-Sheij, que estaba llamada a ser "la COP de África", ha dado tan sólo un pequeño paso en la lucha contra el cambio climático. Aunque uno importante para los países más vulnerables a sus efectos, que llevaban tiempo reclamando la creación de este fondo de daños y pérdidas. Los países más afectados por los fenómenos meteorológicos extremos que el cambio climático acentúa, así como los Estados insulares amenazados por el aumento del nivel del mar, respiran algo más aliviados al término de esta cumbre.
Sin embargo, aunque en algunos aspectos la COP27 puede entenderse como el mayor avance en política climática desde el Acuerdo de París de 2015, en muchos otros ha resultado decepcionante. Y sus escasos desarrollos con respecto a la COP26 suponen una nueva oportunidad perdida para acelerar las actuaciones destinadas a atajar la crisis ecológica.
Ha sido una cumbre de grandes desencuentros, con tensas y maratonianas negociaciones en las horas finales de la conferencia, que estuvieron a punto de hacer que la UE se levantase de la mesa el pasado sábado. Los países en vías de desarrollo sí consiguieron finalmente arrancar a los europeos el compromiso del fondo de daños y pérdidas, aunque se negaban a que la financiación de este recayese únicamente en los países de la OCDE. Pero la conferencia se cerró sin nuevos compromisos para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y el uso de combustibles fósiles.
Como novedades, asistieron a esta COP27 representantes de la industria de la energía fósil. Y EEUU y China, los dos mayores emisores mundiales que hasta ahora se habían mantenido al margen de esta conferencia, han asumido una tímida implicación.
Además, los participantes se han reafirmado en su empeño por mantenerse por debajo del objetivo del máximo de 1.5 grados con respecto a niveles preindustriales. Pero este compromiso es puramente nominal, en la medida en que los planes remitidos por los países para recortar las emisiones contaminantes para 2030 son insuficientes para ceñirse a esa temperatura, y llevarían a un calentamiento de unos 2,5 grados.
De modo que no se han dado nuevos pasos en la fijación de un pico de emisiones para 2025. Ni tampoco han sido atendidas las exigencias de los activistas ecologistas de eliminar gradualmente el uso de combustibles fósiles hasta alcanzar el nivel cero de emisiones de carbono en esa fecha.
La última COP ha supuesto un avance en la llamada justicia climática, reconociendo las particularidades de los que hasta ahora han sido los grandes olvidados en la lucha contra el calentamiento global. Pero la transición ecológica no sólo debe ser justa, sino también rápida. Y la falta de ambición de esta cumbre deja a los líderes mundiales con un buen número de deberes para la COP28.
España y el resto de participantes en la conferencia deben ser capaces de dejar a un lado los intereses geopolíticos individuales y sobreponerse a las presiones sectoriales si se quiere evitar que la crisis climática cruce definitivamente el rubicón de la irreversibilidad.
Es hora de enterrar la era de los combustibles fósiles, redoblando la apuesta por las energías limpias y transitando hacia la plena descarbonización de la economía. Y más cuando la reactivación de las energías fósiles propiciada por la crisis energética desatada a raíz de la guerra de Ucrania amenaza con revertir los insuficientes progresos logrados en materia de mitigación climática.