No es posible ocultar la decepción por el estreno de Boris Pistorius como ministro de Defensa alemán. Berlín sigue bloqueando la unanimidad europea y se resiste a transferir carros de combate Leopard 2 a Ucrania con el argumento frívolo de que, once meses de guerra después, tiene que hacer inventario.
De poco sirvió la presión de los miembros de la OTAN y de otros aliados reunidos en la base aérea germana de Rammstein [cuartel general de Estados Unidos en Europa] con el objetivo de arrancar un compromiso fundamental para que Ucrania recupere los territorios ocupados por Moscú. También Crimea.
Si los focos se ubicaron sobre Alemania no se debió a su condición de anfitrión, sino de fabricante del carro de combate más sofisticado y poderoso de Europa. Muchos países cuentan con unidades y están dispuestos a entregarlos, parcial o totalmente, a la resistencia ucraniana. Polonia, el país más solidario con Kiev, es el que más presión está ejerciendo.
Sin embargo, no hay transferencia posible, por contrato, sin la autorización de Berlín. Un contrato que el primer ministro polaco Mateusz Morawiecki ha amagado con incumplir para atender la emergencia.
La prensa estadounidense sostiene que el Gobierno de Olaf Scholz fijó una condición muy clara para dar su brazo a torcer. Que los Estados Unidos empeñen, a su vez, su equivalente a los Leopard: los Abrams.
No es un trato justo. El traslado de los Abrams presenta una complejidad incomparable, al tener que partir desde el otro lado del océano y no desde el otro lado de la frontera. A lo que cabe añadir, entre otras cosas, que consumen el doble de combustible que los Leopard y que son tecnológicamente más complejos. Es decir, exigen un tiempo de aprendizaje que los ucranianos no se pueden permitir.
La resistencia de Pistorius es hasta cierto punto comprensible por el riesgo de que la tecnología más puntera de Europa caiga en manos del Kremlin, como sucedió a la inversa con el T-90 ruso.
La presencia de carros de combate alemanes en los enfrentamientos contra las tropas rusas, además de una carga histórica y simbólica innegable, supondrían una escalada de la guerra que preocupa en Berlín. De ahí que sus intenciones apunten más a la protección del espacio aéreo de Ucrania que a la entrega de Leopard destinados a la liberación del país más extenso de Europa.
Pero las circunstancias no admiten quiebros ni demoras. Alemania debe acceder a las peticiones de Ucrania y sus aliados del Este para permitir un envío que no sólo es clave para la supervivencia de la democracia en Ucrania, sino en el resto del continente. Si algo queda claro, casi un año después de la invasión, es que esta guerra no es contra Ucrania, sino contra toda la civilización occidental. Y no se produce en el vecindario de Europa, sino en el mismo corazón del continente.
No basta con suministrar equipos de defensa. Es necesario dar un paso más al frente. Lo siguiente es transferir carros de combate, como aceptan Francia y Reino Unido, y seguir los consejos de Polonia, Estonia o Países Bajos. Quienes contemplan, incluso, traspasar otra supuesta línea roja para Putin: el envío de aviones de combate.
Ucrania ha demostrado que puede ganar esta guerra. Pero la victoria pasa por la unidad, la determinación y la valentía de Occidente. Sin excepción de Alemania.