Italia llora hoy la muerte a los 86 años de Silvio Berlusconi, un personaje complejo hasta lo caricaturesco y con suficientes recovecos, aristas y claroscuros en su biografía como para rivalizar con los de dos o tres docenas de sus principales rivales políticos y empresariales. El empresario llevaba cuatro días ingresado en el hospital San Raffaele de Milán por la leucemia mieloide crónica que padecía, agravada por una pulmonía que le tuvo previamente ingresado mes y medio y de la que salió más debilitado que nunca.
Berlusconi, que se consideraba a sí mismo un "liberal moderado anticomunista", fue cantante de cruceros, vendedor de escobas eléctricas, empresario inmobiliario, empresario financiero, propietario de un gran grupo de comunicación (Mediaset), presidente del AC Milan y primer ministro. En todas o en la mayoría de esas encarnaciones Berlusconi caminó de la mano de la polémica: las acusaciones de corrupción e incluso de connivencia con la mafia italiana le acompañaron durante toda su vida, condena por fraude fiscal incluida en 2013, y él mismo llegó a considerarlas como parte de su muy histriónico encanto.
Pero si por algo pasará a la historia Berlusconi, al menos más allá de las fronteras de su país natal, donde su faceta de personaje "más grande que la vida" sigue dividiendo hoy a los italianos, es por su papel como pionero de ese populismo casi caciquil que luego han replicado, en diferentes formatos, políticos como Jair Bolsonaro, Boris Johnson, Donald Trump o Recep Tayyip Erdoğan.
Berlusconi escribió los primeros capítulos de lo que luego se ha considerado como el manual de estilo del populismo moderno. Un líder autoritario, pero capaz de aprovechar todas las instituciones de la democracia en su favor. Una retórica demagoga, pero lo suficientemente carismática como para atraer a grandes masas tanto a derecha como a izquierda. El borrado de la frontera que separa los intereses personales de los gubernamentales, y a estos de los nacionales. La utilización de los medios de comunicación, primero como armas de adoctrinamiento y manipulación, y luego como hombre de paja contra el que arremeter en los momentos difíciles.
Vladímir Putin consideraba a Berlusconi "el primero de sus únicos cinco amigos", una amistad más basada en la conexión personal que en la política, y eso permite comprender el tipo de liderazgo con el que el italiano empatizaba. Como resultado de esa amistad, Berlusconi se convirtió en uno de los principales defensores de la invasión rusa de Ucrania. Como en tantas otras ocasiones a lo largo de su carrera, su imagen de heterodoxo de la política le salvó de nuevo del reproche ciudadano.
Resulta difícil desligar su obra empresarial y política del personaje que el propio Berlusconi construyó alentando su fama de mujeriego y presunto gran amante, la versión amable de lo que parecía más bien el comportamiento depredador de alguien que nunca negó que esas mujeres que aparentemente le adoraban y rivalizaban por participar en sus fiestas bunga bunga eran sólo acompañantes de pago.
Algunos analistas han visto en Berlusconi una versión italiana del peronismo o del gaullismo. Pero el berlusconismo mostró una serie de rasgos propios que le hacen merecedor de un párrafo aparte en la biblia del populismo. No puede negarse, por ejemplo, que su aparición en el escenario político italiano a principios de los 90 salvó a Italia de la amenaza comunista que pesaba sobre el país tras la caída del Muro de Berlín. Tampoco su habilidad para mantenerse durante casi nueve años en el cargo de primer ministro en un país que los devora en cuestión de meses.
Especular sobre cómo habría sido una Italia sin Berlusconi es jugar a la política ficción. Porque, ¿quién sabe quién habría ocupado ese vacío en un momento de zozobra nacional? Lo que es evidente es que la Italia de hoy es, al menos en una buena parte, producto del berlusconismo. Para bien o para mal.