Ni siquiera las encuestas que alertaron sobre un escrutinio más ajustado de lo que se esperaba en un principio pudieron pronosticar la situación de bloqueo e ingobernabilidad a la que ha dado lugar este 23-J, gracias al buen desempeño del PSOE. Sánchez no sólo ha resistido a la vaticinada ola antisanchista, sino que ha mejorado casi cuatro puntos en porcentaje de voto y ha obtenido dos diputados más, hasta los 122.
El líder socialista ha logrado impedir una mayoría absoluta del bloque de la derecha, y también que el PP sume más que el PSOE y Yolanda Díaz. El mismo Sánchez que arrastró a su partido al hundimiento el 28-M puede haberlo salvado esta vez, aunque hayan sido los barones los que, irónicamente, hayan pagado el pato. Esto demostraría que la temeraria decisión de adelantar las elecciones se ha revelado estratégicamente acertada, aunque sólo sea por la habilidad de haber hecho coincidir las generales con la negociación de los pactos autonómicos y municipales entre PP y Vox.
Parece pues innegable que el factor determinante de estas elecciones ha sido el mérito personal de Sánchez, que con su ya legendaria capacidad de resiliencia y su tesón ha logrado nuevamente dar la vuelta a una situación adversa.
Y a la vista de sus buenos resultados, y de una participación del 70,35% que ha aumentado cuatro puntos con respecto a 2019, parece que el PSOE sí ha conseguido movilizar a los indecisos de su electorado. Se las ha arreglado para tocar la fibra sensible de un amplio sector de la sociedad española, con el apoyo inestimable de Vox. Porque la extrema derecha, con sus posiciones maximalistas y su programa radical ha sido el gran aliado de Sánchez y el que realmente le ha dado la llave para poder mantenerse en la Moncloa cuatro años más.
Ha quedado probado así que a los españoles les ha generado mayor inquietud Vox que Bildu o Sumar. Por eso, que este 23-J los españoles extraigan al menos una lección que debería ser definitiva: si no se agrupa el voto en una fuerza de centroderecha, será muy difícil descabalgar a la izquierda del poder.
El pírrico triunfo del PP este domingo, que no ha servido para sacar a Sánchez de la Moncloa, demuestra que Feijóo debió haberse negado en redondo a pactar con Vox. Porque los 136 escaños cosechados quedan muy lejos de aquella "mayoría suficiente" con la que llegaron a soñar los populares.
De hecho, la generación de expectativas ha sido otro de los elementos que ha ensombrecido la victoria de Feijóo, que muy meritoriamente ha conseguido incrementar en 49 escaños sus resultados de 2019. Porque es cierto que el líder de la oposición ha ganado a un presidente que se presenta a la reelección, algo que sólo había logrado José María Aznar. Pero el PP, apoyado en un clima de opinión demasiado optimista dibujado por algunos encuestadores, llegó a sobrevalorar sus posibilidades.
De ahí que puede trazarse un paralelismo con aquella "amarga victoria" de Aznar sobre Felipe González en 1996. Y es de justicia recordar que Feijóo le ha sacado a Sánchez una mayor diferencia que Aznar a González.
En realidad, esta vez es más correcto hablar de amargas victorias. Porque, si bien es cierto que Feijóo no ha logrado reunir una mayoría suficiente para ser elegido presidente, la suma alternativa de Sánchez, el único que realmente está en condiciones de sacar adelante una investidura, requeriría reeditar su actual bloque de poder juntando a todos los separatistas, con las consiguientes concesiones y la perpetuación de la inestabilidad de los últimos cuatro años.
Además, aunque numéricamente sea viable, Sánchez tendría que atravesar un auténtico calvario para gobernar, tanto por las exigencias de los separatistas catalanes, que ya operan en clave de sus elecciones autonómicas, como por tener enfrente a la mayoría de Ejecutivos autonómicos, al Senado y 171 votos en contra en el Congreso de los Diputados que pondrían extremadamente difícil sacar adelante cualquier iniciativa.
La situación es especialmente endiablada porque tampoco se da la circunstancia de que el PSOE haya sido la lista más votada, requisito que puso Feijóo para abstenerse y dejar gobernar a Sánchez.
Así, de las dos investiduras que se van a intentar, según han adelantado ya sus propios protagonistas, una está abocada al fracaso, pero el éxito de la otra sólo podría darse a costa de un arreglo contrario al interés general, pues esta vez Sánchez necesitaría también granjearse el apoyo de Carles Puigdemont.
La opción restante es la repetición electoral. Y sería un auténtico desastre abocar a España por tercera vez a volver a las urnas. Por todo ello, sólo un pacto de Estado entre PP y PSOE para gobernar en coalición puede evitar dos escenarios igualmente ominosos.
EL ESPAÑOL se ve obligado a pedir que Feijóo y Sánchez lleguen a un acuerdo para no convertir a Puigdemont y a Otegi en árbitros de la política española y para impedir una repetición electoral que demostraría la incapacidad del Parlamento a la hora de aportar soluciones.
A este periódico no se le oculta que es casi imposible que su demanda sea atendida. Pero la eliminación de las demás posibilidades permite inferir que la única solución es un gobierno paritario y rotativo, con ministros de ambas formaciones.
Los dos partidos deberían consensuar la fórmula de esa gran coalición. Puede estudiarse un gobierno presidido por un independiente de prestigio. O una presidencia rotatoria entre los actuales líderes, o entre otros que no se profesaran la inquina que se tienen los actuales. El ejemplo de Alemania, o las cohabitaciones en Francia entre un presidente y un primer ministro de signo opuesto, avalan que esta propuesta no es una quimera.
La iniciativa debería partir de Feijóo, por ser el que ha ganado las elecciones. El líder del PP tiene que asumir que su victoria es incapaz de engendrar un gobierno. Y Sánchez debe renunciar a todos los peajes que van a intentar imponerle -y ya anuncian- quienes tienen como objetivo declarado destruir España.