Entre los síntomas de la falta de pujanza y los achaques de la mayor democracia del mundo se encuentra también la provecta edad biológica de los propios candidatos que previsiblemente se disputarán las elecciones presidenciales del próximo año.
En noviembre de 2024, el actual presidente Joe Biden, que ya atesora una amplia hemeroteca de lapsus y traspiés indiciarios de senilidad, contará con 81 años. Donald Trump, aspirante a volver al cargo que se resistió a aceptar haber perdido en 2021, tendrá para entonces 78 años.
Y es que, salvo sorpresa mayúscula, las próximas elecciones estadounidenses serán una revancha entre estos dos ancianos que están empatados en las encuestas con un 43% de intención de voto cada uno.
Porque Biden está muy por delante en la carrera de las primarias demócratas de su principal contendiente, Robert F. Kennedy Jr. Además, según una encuesta de The New York Times, casi la mitad del partido quiere que él sea el candidato.
Trump, por su parte, lidera los sondeos de las primarias republicanas con una amplia ventaja sobre su principal rival, Ron DeSantis. El 54% de votantes del GOP le elegirían frente al 17% que prefiere al gobernador de Florida.
Y es que, aunque las tres imputaciones que ha recibido en lo que va de año están mermando los recursos de financiación de su candidatura, no están haciendo la misma mella en su imagen.
Paradójicamente, es más bien al contrario. Porque ha conseguido implantar entre sus partidarios la idea de que está siendo víctima de una "persecución política" para tratar de boicotear su campaña. El 86% de los votantes republicanos cree estas tesis lunáticas.
Ahora, el expresidente podría enfrentarse a una cuarta imputación, después de haberse declarado "no culpable" de todos los cargos en los que se le acusa de intentar alterar los resultados electorales de 2020 mediante una conspiración para obstruir el proceso de escrutinio. Según medios norteamericanos, la Fiscalía de Georgia presentará la semana que viene un nuevo caso contra él por injerencia electoral.
Porque la CNN ha publicado este domingo que los investigadores de los intentos de revertir el resultado de las elecciones en Georgia tienen pruebas documentales de mensajes y correos que conectarían a los abogados de Trump con el fallo en los sistemas de votación en el condado de Coffee. Cuentan con evidencia de que el equipo legal del expresidente habría intentado acceder al software en los días anteriores al 6 de enero de 2021, para buscar desesperadamente pruebas que pudieran sustentar sus falsas acusaciones de fraude electoral.
No parece que esta eventual nueva acusación vaya a ser diferente de las anteriores en lo que se refiere al crédito político de Trump. Porque ha conseguido convertir sus sucesivos encausamientos en un activo, y su paso por los tribunales en auténticos actos de campaña que han acaparado más atención mediática que nunca.
Su victimismo demagógico alteró el curso de las nominaciones al partido republicano, con la organización saliendo en tromba a defenderle. La Fox cambió la cobertura cuando ya se estaba decantando hacia DeSantis. Y después de cada imputación se dieron picos en la recaudación de fondos y mejoras sustantivas en sus encuestas de intención de voto.
Pero también Joe Biden se ha visto salpicado por asuntos judiciales. El fiscal del Estado de Delaware está ultimando una decisión sobre si procesará a Hunter Biden, el hijo exdrogadicto del presidente, por cargos de evasión de impuestos y posesión ilegal de armas.
Los demócratas se escudan en que el escándalo Hunter Biden es una cortina de humo de la que se están sirviendo los republicanos para distraer la atención de los frentes judiciales abiertos de Trump y para dañar la reputación de Biden padre.
Pero lo cierto es que el caso de Hunter no se agota en una serie de conductas de la vida personal de un ciudadano privado. Porque se sirvió de su condición de hijo del entonces vicepresidente de EEUU para hacer negocios, haciendo creer que podía usar sus conexiones familiares para beneficiar a empresas chinas y ucranianas. Además, Joe Biden mintió cuando negó que su hijo hubiera recibido dinero del extranjero.
Es cierto que la realidad de este turbio asunto no se corresponde con el relato que hacen los republicanos del presidente como cómplice, que se habría beneficiado de su posición política para sus intereses privados gracias a la red urdida por su hijo. Hoy por hoy, no hay evidencia de que recibiera dinero, ni de que tomase decisiones políticas para beneficiar a los clientes de Hunter.
En cualquier caso, resulta desalentador que la carrera hacia la Casa Blanca vaya a dirimirse entre dos candidatos que acusan una palmaria erosión de su imagen y sobre quienes pesan sospechas penales. Sólo cabe esperar que EEUU acometa cuanto antes una renovación de sus liderazgos que vuelva a situar a la política norteamericana a la altura de lo que se espera de la principal potencia global.