Dice una vieja máxima del periodismo que un verdadero periodista entrevistaría incluso a Mao, Stalin y Hitler, los mayores criminales de la historia de la humanidad, si se le presentara la oportunidad.
El motivo es obvio. El trabajo de un periodista no es juzgar a los asesinos (de eso ya se encargan los jueces) sino mostrar a sus lectores eso que Hannah Arendt llamó "la banalidad del mal". Es decir, la vulgaridad, cuando no la estupidez, de los motivos por los que los seres humanos cometen sus crímenes, a menudo imbuidos de fervor mesiánico por unas ideas que ni siquiera son capaces de explicar con un mínimo de coherencia. Casi nunca hay grandes ideas intelectuales tras un crimen. Sólo barbarie y necedad.
Josu Ternera es un asesino y así pasará a la historia, lo quiera él o no. En este sentido, quienes acusan a Évole de blanquear al terrorista de ETA por razones que sólo cabe presuponer olvidan que, sean cuales sean las intenciones del presentador, el juicio histórico de Ternera ha concluido y la sentencia fue dictada hace tiempo.
La crítica a No me llame Ternera es legítima. Pero este diario, defensor de la libertad de expresión y alineado con los principios rectores de una sociedad liberal, no puede más que defender el derecho de Évole a entrevistar a Ternera, el del Festival de San Sebastián a estrenar su documental y el de Netflix a ofrecerlo en su plataforma.
Cosa diferente es la polémica sobre pasadas negativas del Festival de San Sebastián a incluir en su certamen otros documentales bastante más críticos con ETA que cualquiera que pueda hacer Évole. Pero ese no es el motivo de este editorial.
Donde sí cabe entrar es en el contenido del documental. Y ahí Ternera demuestra que ETA no fue jamás un "movimiento de liberación nacional" o una "organización político-militar", como ellos mismos se siguen considerando, sino una simple banda de delincuentes que mataba por motivos presuntamente ideológicos, pero que eran conceptualmente religiosos, y que en nada les diferencian de los talibanes que lapidan mujeres en Afganistán o de los yihadistas que atentaron en Atocha, París y Londres.
Decir que ETA mataba hombres, mujeres y niños para que el Gobierno "tuviera elementos de análisis sobre la mesa" no es tanto inmoralidad como amoralidad. Como lo es la afirmación de que "para ETA, la violencia armada nunca ha sido un objetivo en sí", un clásico de esa izquierda para la que cualquier sacrificio, por supuesto siempre en vidas ajenas, es tolerable si las intenciones son "buenas".
"Me han deshumanizado, como si tuviera cuernos y rabo", dice durante la entrevista Ternera, como si sus crímenes fueran sólo una nota a pie de página en una vida, por otro lado, perfectamente convencional. En otro momento del documental, Ternera, que achaca sus crímenes a un "conflicto" donde las víctimas, al defenderse, justificaban la agresión original (el mismo razonamiento de Putin en Ucrania), afirma que los guardias civiles que fueron asesinados por ETA "ya sabían cuál era su función".
Aunque no es la del Occidente del siglo XXI una sociedad preparada intelectualmente para las sutilezas, hay que señalar que la principal derrota del terrorismo es el hecho de que Ternera, incluso con Évole frente a él, sólo pueda ser preguntado por aquello que le definirá toda su vida y tras su muerte: su condición de vulgar asesino.
Especialmente grotesco es el deseo del terrorista de que no se le conozca como Ternera, su apodo de criminal, sino como Josu Urrutikoetxea, su verdadero nombre. Ahí, en ese detalle, radica el patetismo de un sicario que aspira sólo a ser una persona "normal" a la que no se le tengan en cuenta sus muertos.
La pregunta interesante es si Évole habría mostrado el mismo interés por los motivos, la ideología, los dilemas y las idas y venidas morales de los asesinos de los abogados de Atocha, de un maltratador doméstico cualquiera o de Josué Estébanez, el nazi que mató a Carlos Palomino en el metro de Madrid en noviembre de 2007.
El documental de Évole sí resulta interesante por un motivo que ha quedado fuera del foco de la polémica. El hecho de que un asesino como Ternera, con su historial, viva libre, huido de la Justicia española y pendiente de ser extraditado por Francia por atentados como el de 1987 contra la casa-cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza y en el que murieron once personas, entre ellas cinco niñas y un joven de 17 años. Si Évole ha podido entrevistar al asesino Ternera, ¿por qué ni el Gobierno español ni el francés han sido capaces de extraditarlo para que acabe sus días donde merece, es decir en una prisión española?