A mí Susanna Griso me da miedo. La temo como a una vara verde, como a un escobazo en los riñones. Es nuestra villana oficial, televisada, impenitente. Durante años se hizo la sueca, pero ahora no agacha la cabeza. Es chunguilla, lo sabe y le gusta. Saborea el poder, acaricia el cetro. Me la imagino al llegar cada noche a su casa, exhausta tras otro exitoso día de tropelías, calzándose una bata de seda al más puro estilo Cruella de Vil y sonriéndole al inquietante gato egipcio que le ejerce de mascota: "El plan sigue adelante".
Luego se fuma un cigarro largo y fabula entre el humo. La maldad diaria es una cosa que requiere de mucha imaginación, por eso le pagan. Y bien, supongo. Es una mente pensante, una creativa. Una publicista de los avernos. Su talento es largo y sombrío.
Menos mal que a las horas en las que Susanna difunde la palabra de Satán en pantalla, yo siempre estoy trabajando (pasándomelo considerablemente peor que ella), así que por eso no me alcanza su rayo en el pecho, o no directamente. Yo sé de su fuerza, sé de sus poderes.
Ella es nuestra gorgona, nuestra Medusa: te mira y te quedas pétreo, si no de qué amasa Espejo Público 320.0000 espectadores de media cada mañana. España tiene un brazo muerto, un brazo fofo, un brazo irreflexivo y dormido por la voz de la Griso, una voz que acuna y dirige dulcemente a sus televidentes fieles a donde ella quiera, entre el cielo y el barranco. Ella es el faro. Ella lidera el ejército.
Susanna es perfecta porque parece que no, pero cuando te quieres dar cuenta ya te ha puesto las banderillas en los puntos claves y andas pidiendo clemencia. Conoce el toque de la muerte, los secretos del Dim Mak. Hablamos de técnicas de noqueo milenarias, marciales, asiáticas. La escuchas un ratito y te ha hecho el día: todo anda empapado en España de su subtexto conservador y cínicamente dulzón, todo anda colgado de sus labios fruncidos, entre la sonrisa y la mueca. Es verdad que sonríe sólo con la boca, es verdad que los ojos nunca acompañan al gesto, nunca lo redondean. Y tú distingues en silencio que algo va mal.
Es guapa, Susanna, y eso la hace aún más peligrosa. La belleza nunca es inofensiva: la suya, menos. Se le marcan las clavículas como si se hubiese pasado la madrugada drenando ideas para el programa siguiente. La miro y no sé qué está pensando. Le rasco humanidad y no llego. Es como si hubiese un abismo en medio de lo que dice y cómo lo dice.
Resulta gélida, altiva, imponente. Hay algo esnob en ella, algo sofisticado, algo que te recuerda que eres una basura en cuanto posa sus ojos en ti, aunque sea difícil explicar por qué. Será algo de la casta, será algo del galgo. Será algo de su padre, industrial del sector textil, o algo de su madre, que viene de la familia del cava Codorniu. Su cosita catalana, su elitismo intapable, una elegancia incómoda para el resto.
Susanna te viene siempre llenita de malas noticias, como una carta de Hacienda: es una chica agorera, un pájaro negro teñido de rubio platino, una gánster de lo suyo. También parece una mujer fuerte y eso me gusta, porque cada vez lo es más desprejuiciadamente (algo de valorar en el mundo de las máscaras).
Digamos que la emperatriz más terrorífica y obvia de la televisión ha venido siendo Ana Rosa, que te suelta un speech envenenado a primera hora, categórica como ella sola, sólo parcialmente informada e informante, enfadada con no sé quién, y te deja catacrocker para el resto del día, agarrándote las rodillas como en un psiquiátrico y titubeando frases sueltas: "Perro Sánxez"... "Que te vote Txapote"... cosas así, a veces en hebreo.
Nunca trató de ocultar sus filias ni fobias, AR, y eso la honra: te editorializa y te tumba, sin tonterías. Es una víscera caliente para lo hermoso y para lo terrible. No te da tiempo para pensar: ella despide el programa, tú apagas la tele y dejas a tu familia con la palabra en la boca para correr a Génova a dejar flores en la puerta.
Lo que sea, pero la Quintana viene de frente.
La Griso, por su parte, había jugado a la moderación (que en el fondo no es más que confusión), sólo que ahora se ha cansado del extremocentrismo y viene subida a un tigre. Esta semana la hemos visto descojonarse, con la mano en la boquita, canallita y culpable, de un vídeo sádico y repugnante publicado por su programa en el que unos y otros se burlaban de Parada, que supuestamente se está quedando sin amigos porque todos están falleciendo: insinúan que podría ser gafe. En las imágenes aparece el hombre descompuesto, roto, llorando a sus seres queridos de tanatorio en tanatorio. No querríamos ninguno de nosotros vernos en esas. Susanna tampoco.
La risa ante el dolor ajeno sí que es un espejo. Público.
"¿Tiene Parada mala suerte o trae Parada mala suerte?". Y venga chanza. "Todo a su alrededor está estirando la pata a un ritmo frenético", dicen en otro momento. Hasta sugieren que monte una funeraria. Qué majos. Griso se parte y luego advierte que puede estar saliendo en pantalla doble y trata de moderarse. Opta al Goya revelación, sin éxito. Ella es muy de pilladas. Hace poco, por culpa de un micro abierto, la escuchamos referirse con infinito desprecio a una de sus jóvenes reporteras, que trataba de llevar a cabo una entrevista en la calle, ilusionada, antes de recibir el mazazo: "A mí perdonadme, o sea, esta chica, que no sé ni cómo se llama, no me interesa verla"...
¡Esa es! Esa es Susanna. En ese tono la reconozco, la distingo en su honestidad bárbara. Nos fliparía trabajar con ella para poner a prueba nuestra salud mental. De sus fauces sales fortalecido.
La última demostración de que la mujer está en su salsa y de que no se golpea con sus propios tentáculos de reina de los mares son sus bromas cuñadescas defendidas hasta el final. Esto es buena prueba de la impunidad, de la alegría española. La cosa cateta por montera, la bravuconada. De los creadores de "camarero, ponme otra copa que la mía tiene un agujerito, jajá", llega "le he dado dos besos y no sé si esto ahora se puede... jajá", como le dio Susanna a Feijóo al comienzo de su entrevista en la semana en la que se debatía acerca del consentimiento tras el caso Rubiales. Hilarante. Un detector soberbio de tontería.
Estos días tampoco tuvo a bien alertar a Guerra sobre su comentario machista sobre Yolanda Díaz. Se sonrió un poco, traviesamente. "Le van a decir de todo...". Desde luego, ella no. Es una ídola. Una artista de las fechorías diminutas, que son las que erosionan el mundo. Se acaba de comprar una casa de un millón y medio de euros. Algo tendremos que aprender de ella.