Ilia Topuria ha hecho historia en la madrugada del domingo al convertirse en el primer español en ganar la UFC, el principal campeonato de artes marciales mixtas, tras imponerse por KO en el segundo asalto al mejor peso pluma de todos los tiempos y defensor del cinturón, en Anaheim (California).
No es exagerado afirmar que Topuria representa para las artes marciales mixtas lo que Nadal o Gasol para sus respectivos deportes. Y como en su día Manolo Santana en el tenis, Severiano Ballesteros en el golf o Fernando Alonso en la Fórmula 1, el luchador hispano-georgiano ha arrastrado el interés de millones de espectadores españoles hacia un deporte que venía siendo minoritario en nuestro país.
Es cierto que en España el boxeo había gozado de una enorme popularidad en los años 60 y 70. Pero el cambio sociológico, político y cultural lo relegó a un lugar marginal. Los deportes de contacto vuelven a vivir ahora una oleada de popularidad, impulsada principalmente por la UFC, la empresa más importante de MMA del mundo, que se fundó en 1993 pero que explotó la década pasada.
Desde entonces, las artes marciales mixtas son el deporte de combate que más rápido ha crecido. Han proliferado también en España gimnasios especializados. Figuras de repercusión global como el polémico Conor McGregor han multiplicado la visibilidad de la UFC. Y streamers como Jordi Wild, que hace unas semanas celebró la segunda edición de su festival de lucha libre con un seguimiento masivo, dan cuenta de lo mucho que se ha expandido la atracción del público por esta disciplina.
Su popularidad se explica por la mayor diversión que reporta la variedad de técnicas y estilos de los peleadores, frente a un boxeo algo más monocromático. Pero, sobre todo, porque el MMA es mucho más brutal y agresivo que cualquier otro deporte de contacto. Permite dentro del octágono el uso tanto de técnicas de agarre como estrangulaciones, luxaciones y golpes potencialmente letales o que pueden implicar pérdidas de conciencia.
Es esto lo que lleva a algunos a mostrarse escépticos ante la consolidación de este deporte. Hay quien lo ve como una suerte de escenificación de la ley de la selva en la que los luchadores combaten con los puños semidesnudos en una jaula de resonancias animales y con el objetivo de machacar al rival.
Cabe replicar que en la UFC existen prohibiciones como la de atacar a los ojos, los genitales y las vías respiratorias, así como los cabezazos, los codazos verticales y las patadas en la cabeza para evitar traumatismos graves.
Pero imágenes como las de anoche no dejan de resultar bestiales. En el nocaut, Topuria arrancó un diente a su contrincante. Y al acabar, retó a McGregor al grito de "si todavía tienes pelotas, estoy esperándote en España".
Preguntado por este aparente salvajismo, que evoca la era primitiva del boxeo, El Matador Topuria cree que al público español sólo le hace falta "acostumbrarse". Y que, para esta normalización, "necesitamos tiempo" y "hacer un evento en España".
Este es ahora el propósito confeso del luchador, elevado a nuevo icono global tras convertirse en campeón del mundo. La Topuriamanía apunta a ser el catalizador del desembarco definitivo de la UFC en España.
El español ha insistido en pelear próximamente en el estadio Santiago Bernabéu. Y el director de operaciones de la UFC se ha mostrado dispuesto a traer la competición "a Madrid o Barcelona en 12 ó 18 meses".
Pocos podrán dudar de que el triunfo de Topuria, premio al esfuerzo de toda una vida, dignifica valores capitales como el propósito de superación personal y la perseverancia en el esfuerzo. Y que por ello se erige en un ejemplo inspirador para mucha gente.
Pero, al mismo tiempo, es legítimo plantear el debate sobre si es deseable socialmente esta consagración de la violencia desaforada como espectáculo preferido por los jóvenes. Esta marcada tendencia pertenece al género de mutaciones en los valores de las nuevas generaciones a los que conviene prestar atención.