Las de este domingo eran las elecciones gallegas con más repercusiones para el resto del territorio nacional de la historia de la democracia.
La innegable trascendencia de estos comicios, los primeros celebrados en España después del acuerdo para la Ley de Amnistía, se debía ante todo a la hipótesis que dejaban abierta algunos sondeos. Una que hubiera supuesto un vuelco no sólo en la posición política de Galicia, sino también creado una situación muy delicada para el conjunto de la España constitucional, al quedar las tres comunidades históricas (que llegaron a recibir el sobrenombre de Galeuska) en manos de partidos independentistas.
Que la victoria de Ana Pontón habría dado previsiblemente alas a un proceso constituyente con un frente independentista con Cataluña y el País Vasco lo constata, además de las similitudes programáticas, la coalición que el BNG mantiene con ERC y Bildu paras las elecciones europeas.
Además, que el BNG se hubiera hecho con la Xunta habría auspiciado una desestabilización del liderazgo de Feijóo, y la consecuente apertura de un debate sucesorio.
La contundente victoria del PP, que se ha hecho con 40 escaños, ha evitado finalmente este escenario. Y ha frustrado la pretensión de Sánchez de fortalecer su posición relativa aun habiendo caído notablemente en Galicia.
A partir de ahora, todo va a ser mucho más complicado para él. Porque en estas condiciones ya no podrá contar con la baza de aprovechar una eventual crisis interna en el PP para convocar unas elecciones anticipadas y lanzar un órdago a Puigdemont.
Elecciones 'nacionalizadas'
De poco le ha servido al PSOE la grosera maniobra de instrumentalización del patinazo de Feijóo en el off the record sobre los indultos (y lo mismo la sobrerreacción a cuenta de la crisis de los pellets, ya olvidada). Los gallegos han entendido que no cabe imputarle al presidente del PP el haber cambiado de posición sobre la amnistía, como sí lo hizo Sánchez.
Se demuestra así su error de eclipsar a un candidato ya de por sí débil, tras haber insistido en enmarcar en clave nacional unas elecciones en las que la peculiaridad territorial de su censo aconseja que se adopte una perspectiva más local, alejada de la agenda de Madrid.
En este sentido, que Alfonso Rueda haya revalidado la mayoría absoluta es, ante todo, un premio a la continuidad y a la gestión de un presidente que ha sabido cubrir un espacio electoral muy amplio, gracias a la construcción de un PP centrado y sereno que dibuja el ideal de una comunidad libre de extremos, salvo el que representa el BNG. Por no hablar de que la arriesgada decisión del adelanto electoral se ha demostrado acertada.
Fallo estratégico del PSOE
El fallo de cálculo estratégico del PSOE alcanza asimismo a su planteamiento de muleta del BNG, para impulsar lo más cerca posible de Rueda a Pontón, que ha cosechado unos muy notorios 25 escaños.
El carácter de doble filo de la opción de concentrar el voto útil en Pontón era evidente desde el momento en que el BNG sólo podía seguir creciendo a costa del PSOE, que en efecto ha arrebatado varios escaños a los socialistas.
Los 9 diputados logrados por Besteiro sólo pueden ser leídos como un fracaso estrepitoso del PSOE, al que a buen seguro habrá contribuido la desmovilización del sector de su electorado, reticente a abandonarse en manos del nacionalismo.
Tampoco se ha cumplido la esperanza del PSOE en una nueva remontada, gracias a una movilización extraordinaria de última hora de la izquierda. La táctica de la polarización no le ha funcionado a Sánchez en Galicia.
De hecho, a la inversa de lo ocurrido en otras ocasiones, la elevada participación (la más alta desde 2009) puede haber beneficiado al PP, cuyo electorado nunca como en este apretado 18-F se había sentido tan urgido a acudir a las urnas.
La quinta mayoría absoluta popular en Galicia tampoco se explica sin la concurrencia separada de la izquierda en cuatro candidaturas, una fragmentación que siempre ha beneficiado a un PP capaz de aglutinar todo el voto de la derecha.
En este caso, además, la penalización de los restos improductivos ha sido mucho mayor para la izquierda que para la derecha. Vox se ha quedado prácticamente en el mismo resultado que 2020, mientras que los pésimos números de Sumar y Podemos sólo han servido para robar votos al bloque de la izquierda.
Nuevo fracaso de Sánchez
En lugar de haberse resquebrajado el liderazgo de Feijóo (que, al contrario, ha quedado robustecido), ha sido el de la otra figura que jugaba en casa el que sale debilitado. Yolanda Díaz ha contribuido a malograr la oportunidad más clara que tenía el bloque de izquierdas de arrebatarle la Xunta al PP desde 2005, y ha cosechado en su propia tierra unas cifras peores que las de Vox.
Al margen de la irrupción en el Parlamento gallego con un escaño del populismo histriónico y extravagante de Jácome, el radicalismo seguirá siendo residual en Galicia. De ahí que sus votantes hayan castigado también el de Sánchez, así como sus sucesivas prebendas al nacionalismo.
Con esta derrota humillante, que pone al socialista contra las cuerdas, se acelera el enredo ingobernable al que ya apuntaba esta legislatura. Sus opciones de futuro para imponerse ante Puigdemont quedan muy mermadas. Y está por ver si en las próximas citas electorales (las europeas y las vascas) se mantiene la tendencia a encadenar desastre tras desastre en todas las Comunidades Autónomas desde que Sánchez es secretario general.
Los palmarios efectos de la desarticulación del PSOE territorial bajo su liderazgo invitan a pensar que la vieja guardia socialista se verá alentada para plantear más abiertamente su disidencia.