Teresa Ribera, ministra de Transición Ecológica, dijo ayer durante un desayuno de la agencia Europa Press sentir una "pena enorme" por el actual clima de tensión política.
"¿Por qué nos tenemos que torturar todo el día?" añadió la ministra. "Es horrible. En un ambiente de insultos y mentiras permanentes corremos un riesgo enorme de perder el foco de temas que sí son importantes".
EL ESPAÑOL comparte el diagnóstico de la ministra. Pero no puede sin embargo exculpar a su partido, el PSOE, de su parte de responsabilidad en la creación de ese clima ciertamente irrespirable.
Ese clima ha acabado involucrando durante las últimas semanas y de una manera u otra a personajes tan ajenos a la primera línea política como las esposas de Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo (Begoña Gómez y Eva Cárdenas), el novio de Isabel Díaz Ayuso (Alberto González Amador) e incluso el cuñado del presidente del PP (Ignacio Cárdenas).
A EL ESPAÑOL le gustaría pedirles a sus lectores un ejercicio de perspectiva. Porque, por muy llamativos que puedan ser los supuestos casos de corrupción que implicarían a los nombres antes mencionados, lo cierto es que ninguno de ellos es, con la información de la que disponemos hoy, ni siquiera un presunto caso de malas prácticas.
Y por eso hay que distinguir entre la corrupción, las malas apariencias y la nada.
Corrupción, o presunta corrupción hasta que los tribunales emitan sentencia, es el caso Koldo, que implica a Koldo García Izaguirre, el asistente de José Luis Ábalos cuando este era ministro de Transportes en el segundo gobierno de Pedro Sánchez, en una trama de cobro de comisiones por la adjudicación de contratos públicos para la compra de mascarillas durante la epidemia de Covid-19.
Malas apariencias son los casos que afectan a la esposa del presidente, Begoña Gómez, y a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Pero nada más que malas apariencias.
En el primer caso, porque de la firma de Begoña Gómez en dos cartas de recomendación para la consultora del empresario Carlos Barrabés en sendos proceso de adjudicación de contratos públicos durante la pandemia no se deduce tráfico de influencias alguno.
En el segundo caso, porque Ayuso no tiene responsabilidad alguna, ni afecta en nada a la Comunidad de Madrid o a las arcas públicas, el posible fraude fiscal del que hoy es su pareja por hechos ocurridos cuando ambos ni siquiera se conocían.
Tampoco parece tener mayor relevancia política la supuesta reforma del piso de su pareja sin el necesario permiso de obras, algo que, de nuevo, sería responsabilidad de Alberto González Amador y en nada implicaría a la presidenta.
Sí son ambos casos, en cambio, un ejemplo de malas apariencias.
La implicación de Begoña Gómez en un proceso de contratación pública en beneficio de una empresa con la que ella mantenía una relación profesional y que finalmente fue beneficiada por el gobierno que encabeza su marido, es, sí, una imprudencia. Una elemental cautela habría recomendado abstenerse de cualquier tipo de intervención.
En el caso de Ayuso, la relevancia del caso es incluso menor dado que las actividades de su pareja, legales o ilegales, son 100% ajenas a la Comunidad de Madrid y en nada han beneficiado a la presidenta. Pero parece evidente que Alberto González Amador ha puesto en un aprieto a la presidenta y que su relación con ella habría recomendado una pulcritud bastante mayor que la demostrada hasta el momento.
En el cajón de la "nada" encontramos las acusaciones contra la mujer de Feijóo, por las que el PSOE no se ha disculpado a pesar de haber sido desmentidas ya por el medio que las alentó, y contra el cuñado del líder del PP. De nuevo, y con la información de la que disponemos hoy, esas acusaciones no se sostienen sobre ningún indicio sólido.
Todos los casos mencionados son, y EL ESPAÑOL ha de reconocerlo, muy golosos periodísticamente. Su morbo, tratándose de familiares de los tres principales políticos de este país, es evidente. Pero no tienen a día de hoy mayor relevancia política o penal.
Los españoles, como decía Teresa Ribera, deberían centrarse más bien en los escándalos verdaderamente importantes que vive hoy nuestro país: el caso Koldo, el caso Rubiales o el caso Gürtel, del que ayer miércoles se decretó apertura de juicio oral de la pieza relativa a la presunta existencia de una caja B en el PP de Esperanza Aguirre.
Lo urgente no suele dejar tiempo para lo importante, pero convendría que los españoles hiciéramos un esfuerzo para empezar a distinguir lo importante de lo secundario, lo secundario de lo irrelevante, y lo irrelevante de lo fabricado artificialmente para enturbiar la atmósfera política.