Después de dos años de insistencia, los soviéticos convencieron a los aliados de la necesidad de abrir un nuevo frente en Europa Occidental. La premisa era peligrosa y clara: asfixiar hasta la rendición a la Alemania nazi.

Ayer se cumplieron 80 años del desembarco de Normandía. La operación anfibia más grande de la historia fue rememorada en el lugar de los eventos, y se pudo respirar su importancia para liberar buena parte de Europa. Quienes sobrevivieron a los combates recuerdan las miles y miles de vidas perdidas, la ferocidad de los enfrentamientos. Los historiadores, a su vez, saben bien que este episodio fue clave para la caída del III Reich. 

De entre todos los líderes mundiales invitados, Volodímir Zelenski fue el más destacado. Las razones son obvias. Si en 1944 Moscú solicitó la entrada de los aliados en Francia para acabar con el imperialismo que secuestraba a media Europa, en 2014 es el imperialismo ruso el que amenaza la libertad del continente y obliga a la unión del mundo libre.

Ucrania es, en estos momentos, el principal rehén del imperialismo ruso. El país más extenso de Centroeuropa sufre desde hace una década la ocupación de Crimea y parte del este del territorio. En febrero de 2022, Putin ordenó una nueva fase para someter el país entero. El coraje y la formación de la resistencia de Zelenski han permitido aguantar el tipo durante casi 900 días. Pero sus tropas necesitan mucho más para devolver la paz y la libertad a su pueblo, y evitar que su sufrimiento se extienda más allá de sus fronteras.

Las imágenes de la conmemoración son emotivas. Los héroes del conocido como Día D recibieron merecidos homenajes. Los líderes occidentales apelaron al espíritu de Normandía para la liberación de Ucrania. Pero son los hechos, y no los discursos, los que ganan las batallas.

En estos dos años, los europeos y los americanos han prometido estar del lado de los ucranianos durante el tiempo que sea necesario. La promesa flaqueó por los bloqueos republicanos a las ayudas militares y económicas en el Congreso estadounidense. También por las divisiones internas de la Unión Europa y sus problemas para suministrar en las cantidades y al ritmo que los ucranianos necesitan. Los ucranianos, al tiempo, piden algo más ambicioso que estar el tiempo necesario. Piden, exactamente, recibir lo que haga falta para vencer lo antes posible.

El presidente Emmanuel Macron aprovechó una entrevista para anunciar varias decisiones. Francia avala que los ucranianos ataquen posiciones militares estratégicas de los invasores en suelo ruso, y enviará una cantidad indeterminada de aviones de combate de última generación a Ucrania. Es un paso fundamental para neutralizar al enemigo. Rusia, con la ayuda de los drones iraníes y los misiles norcoreanos, está destrozando las ciudades, las presas y las plantas energéticas de Ucrania, que hasta este momento ha luchado con una mano atada a la espalda.

Macron hizo otro anuncio interesante. Repitió que no es la hora de las negociaciones, sino de romper tabúes, y mandó un mensaje a Moscú al no descartar que, si fuese necesario, una coalición europea intervendrá sobre el terreno para garantizar la integridad de Ucrania.

Rusia es el gran desafío para la libertad y la paz en Europa. La guerra de Ucrania no es un conflicto territorial. Es, en cambio, una guerra contra el orden internacional basado en reglas y contra las democracias liberales.

Una victoria rusa envalentonaría a Putin y quizá a otras tiranías del mundo. Una victoria ucraniana sería, al contrario, la mejor garantía de seguridad para el resto de Europa, como sostienen los principales líderes de la Unión. La posición occidental tiene que ser firme y atender las urgencias sobre el terreno. Con repetirnos los eslóganes no basta. Si los ucranianos también están luchando por nuestro futuro, hay que actuar en consecuencia. El espíritu de Normandía tiene que ser la guía para la victoria de Ucrania.