Una persona habla por teléfono frente a los paneles indicadores en la Bolsa de Valores de Australia en Sídney, este lunes.

Una persona habla por teléfono frente a los paneles indicadores en la Bolsa de Valores de Australia en Sídney, este lunes. Bianca Marchi Efe

El lunes negro que han sufrido las bolsas de todo el mundo ha desatado un pánico desmedido, traducido en una fuerte volatilidad en los principales índices de referencia. El llamado índice del miedo ha llegado a alcanzar una de sus mayores cotas históricas de incertidumbre, que no se vivían desde la crisis financiera de 2008 y la del Covid-19 en 2020, aunque según pasaban las horas se iba moderando.

Uno de los desencadenantes ha sido el desplome de la bolsa japonesa, que ha registrado caídas superiores al 12%, las más pronunciadas en un día de su historia, lo que ha arrastrado al resto de los principales parqués bursátiles. También el Ibex 35 se ha contagiado y ha vivido su peor sesión del año, tras perder 15.626 millones de euros de capitalización en un solo día.

Las fuertes caídas del selectivo japonés, que han afectado también a Wall Street, tienen que ver con el fortalecimiento del yen tras la subida de los tipos de interés que la semana pasada acometió el Banco de Japón. El incremento del valor de la divisa japonesa ha provocado una liquidación de las operaciones de los inversores que se habían endeudado en yenes por su bajo rendimiento. Este amago de crack global habla por tanto de la necesidad de que los mercados se readapten ante el fin de la era del dinero barato gestada por las subidas de tipos de interés de los últimos años.

Pero la causa mediata del pánico bursátil reside en la publicación de los últimos datos de empleo de Estados Unidos el viernes. Estos apuntan a una desaceleración en la contratación respecto a lo esperado por los mercados, que habían venido experimentando alzas movidos por la esperanza de un escenario de bonanza económica.

Tras la constatación de esta ralentización, algunos analistas han puesto en el punto de mira a la Reserva Federal (Fed). Se ha pasado a considerar que la decisión de la Fed de mantener los tipos de interés la semana pasada puede haber sido un error. Y ha cundido la inquietud sobre si no estará tardando demasiado en flexibilizar su política monetaria, desatando los temores de recesión en Estados Unidos.

De ahí que el mercado americano haya redoblado la presión sobre la Fed para que siga la senda del Banco Central Europeo y acometa una rebaja del precio del dinero antes del calendario previsto para septiembre, noviembre y diciembre. Es posible que impulse una bajada de tipos más agresiva y antes de lo que se esperaba, de hasta cincuenta puntos básicos. 

Pero el temor a una recesión en Estados Unidos no parece justificado. La moderación de las caídas al cierre de las sesiones ha tranquilizado a los inversores que albergaban los peores temores. Y los analistas han llamado a la calma, asegurando que la economía de Estados Unidos sólo se ha enfriado y que no urge una intervención de emergencia de la Fed.

Lo cierto es que la economía estadounidense sigue estando en buena forma a la luz de prácticamente todos sus indicadores. Aunque el crecimiento será más débil, el pronóstico es que continúe en la segunda mitad del año.

Que un repunte del desempleo hasta cifras tan envidiables para países como España del 4,3% haya desatado un pánico bursátil de esta envergadura acredita no sólo la potencia de la economía norteamericana, que a pesar de la crisis política que vive el país continúa siendo el motor global. También demuestra que el sistema financiero sigue mostrando una gran dependencia de Estados Unidos, lo cual hace que cualquier percepción de debilidad tenga una repercusión desorbitada.

Si bien este lunes negro ha hecho aflorar que existía un exceso de confianza en el crecimiento de la economía estadounidense, no hay por qué reemplazar ahora esta narrativa por su contraria.

Pero que no haya que abandonarse al pesimismo no significa que no existan factores de fondo en las finanzas globales que deban reajustarse. Por ejemplo los valores bursátiles relacionados con la inteligencia artificial y la tecnología, que no están rindiendo a los niveles que se esperaba de ellos.

Buena prueba de ello es el hecho de que las siete magníficas de Silicon Valley hayan sido las que más pérdida de capitalización han sufrido esta sesión. Las grandes empresas tecnológicas y digitales son las que impulsaron las alzas el año pasado, pero muchos inversores han moderado la fe que tenían en ellas y han comenzado a mirar con suspicacia lo que algunos ya tildan de burbuja de las acciones de las Big Tech.

Esta jornada bursátil calamitosa puede al menos aprovecharse como acicate para abrir una reflexión sobre la desmesurada influencia y la cotización desproporcionada en los mercados de un puñado de gigantes tecnológicos.