En su balance del domingo sobre el desempeño de España en los Juegos Olímpicos de París 2024, el presidente del Comité Olímpico Español (COE), Alejandro Blanco, hizo una lectura conformista y afirmó que "el resultado es el que es, y es el nivel que tenemos". Blanco también delegó la responsabilidad del fiasco en el Consejo Superior de Deportes (CDS).
Este tipo de balances complacientes basados en el cherry-picking no le hacen ningún favor a nuestro deporte. No tiene sentido que se adopte un enfoque condescendiente en una materia por definición competitiva como es el deporte. Porque no pueden generarse campeones sin un alto nivel de exigencia previo.
No cabe hablar realmente de "un buen resultado" para España en estos JJOO, como ha hecho el presidente del COE, cuando nuestro país ha quedado muy por debajo de las predicciones de los especialistas. Máxime cuando el propio Blanco dijo tras el encendido de la antorcha olímpica que superar las 22 medallas de Barcelona 92 era el objetivo que se marcaban nuestros deportistas.
Treinta y dos años después, aún no hemos conseguido romper ese techo de cristal. España se ha tenido que conformar con un total de 18 metales (cinco oros, cuatro platas y nueve bronces).
No sin motivo podrá alegarse que la mala suerte ha jugado un importante papel, siendo el ejemplo más claro la ruptura del cruzado de Carolina Marín en la semifinal de bádminton.
También es cierto que, al menos, se han superado las medallas cosechadas en Tokio 2020 y Rio 2016. O que la obtención de 51 diplomas, con hasta nueve cuartos puestos, demuestra que España se ha quedado a las puertas de conseguir trofeo en no pocas disciplinas.
Pero es innegable que el rendimiento de la delegación española ha estado por debajo de lo esperado en competiciones en la que era aspirante al metal, con fracasos sonados como el de la selección femenina de fútbol, el sexto puesto de Ana Peleteiro, el fracaso de John Rahm en golf o una inusual mediocridad en el taekwondo.
Si a esto se le añade que habiendo más opciones de medalla que nunca hemos logrado menos, y que contábamos con la delegación más nutrida de la historia, nuestro paso por París 2024 puede calificarse justamente de fracaso. Un fracaso amortiguado por el oro del fútbol, que parece ser la única disciplina que importa realmente a los españoles.
Este discreto balance ofrece una buena oportunidad para interrogarse sobre la realidad del deporte en España.
Porque en lo que es obligado darle la razón al presidente del COE es en que "si hablamos de medallero, hablemos de inversión". La responsabilidad no corresponde tanto a los deportistas (que con todo han presentado uno de los mejores coeficientes entre resultados e inversión), sino a los organismos públicos competentes.
Los 50 millones invertidos en España en la preparación olímpica en el trienio 2022-2024 están a una distancia sideral de la dotación de países de nuestro entorno que puntuaron alto en el medallero, como Reino Unido o Italia.
Pero no se trata simplemente de dedicar más dinero al deporte, sino de emplearlo mejor. Precisamente, uno de los lastres para los resultados del olimpismo español ha sido el clientelismo federativo al que ha llevado el sistema de subvenciones.
Estas tuvieron que incrementarse para compensar la sostenida caída de la inversión privada. Pero debe recordarse que el éxito de Barcelona 92 (además de a las ventajas asociadas a la condición de país anfitrión) se debió a una eficaz alianza público-privada con una cuantía que no se ha vuelto a alcanzar, gracias a que el sector empresarial se implicó en patrocinar las becas ADO.
Urge replantearse el modelo deportivo español, inspirándose en los ejemplos de éxito de otros países. Un modelo de apoyo al talento capaz de promocionar no sólo a los ganadores, sino también a quienes tienen proyección desde las primeras etapas.
Las dificultades para diseñar una planificación a largo plazo se han visto agravadas por la inestabilidad provocada por la gran rotación al frente de las carteras del área deportiva. Sólo bajo el mandato de Sánchez se han sucedido cinco ministros de Deportes, cinco presidentes del CSD y cuatro directores generales de Deportes.
De cara a los próximos JJOO de Los Angeles 2028, los actores públicos deben tomar nota del fracaso de esta edición, identificar las áreas de mejora y demostrar si realmente tienen interés en el impulso del deporte español. Hay una buena base de deportistas jóvenes que necesitarán un apoyo apropiado en el nuevo ciclo olímpico.