Aprendiendo a convivir con el fuego
El autor es partidario de concienciar a la sociedad para tratar de evitar las causas de los incendios, partiendo de la base de que siempre habrá fuegos en el monte.
Hablar de incendios forestales en España desde la responsabilidad y con la mirada puesta en el conocimiento científico obliga a aceptar el reto de comunicar mensajes no muy populares y desmentir continuamente el largo listado de lugares comunes y falsedades que abundan sobre este tema. Uno de los más recientes y manidos es la relación entre los incendios provocados y la última reforma de la Ley de Montes. Digámoslo alto y claro: no hay ninguna relación.
Los incendios forestales, el fuego, siempre han estado aquí. Los fuegos naturales, los provocados por el rayo, y los provocados por el hombre durante el intenso y largo proceso de humanización del paisaje. Gran parte del paisaje que vemos es producto del paso del fuego. Por eso los ecosistemas ibéricos están adaptados al fuego y nuestra rica biodiversidad ha sido posible por la existencia de este binomio fuego-paisaje. Convivimos con el fuego, no hay una solución definitiva, ni siquiera es deseable el objetivo cero incendios. Y, como afirman los expertos, la extinción es la respuesta, no la solución.
Nos movemos en el terreno de la siniestrabilidad, del factor humano como limitación. Los éxitos de la prevención son temporales y dependen de muchos factores, siendo el factor humano y el meteorológico muy relevantes. Así que no nos queda otra que aceptar los incendios forestales como compañeros incómodos de viaje, concienciar para evitar causas y para la prevención y autoprotección de la ciudadanía como forma de minimizar daños.
Digámoslo alto y claro: no hay relación entre los incendios forestales y la reforma de la Ley de Montes
Por eso desde Greenpeace apelamos a un mejor conocimiento del problema por parte de la sociedad española, recordando que el medio forestal sigue ahí una vez extinguido el incendio. Hay que conocer mejor y evitar la simplificación del fenómeno, la acusación fácil, o la precipitación de los responsables políticos cuando la presión social aumenta y la impotencia hace su aparición. Presión social que, hay que recordar sólo existe cuando hay fuego, no cuando el mundo rural se muere, no existen presupuestos para gestión forestal o no hay un reconocimiento profesional adecuado al personal que se dedica a la extinción.
Nos enfrentamos a un problema poliédrico y que tiene diferentes matices según el territorio en el que nos encontremos (norte-sur, montaña-llanura, costa-interior), por lo que tenemos que asumir que no hay respuestas fáciles ni válidas para todos los ámbitos.
El avance informativo sobre incendios forestales del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, con datos sólo hasta el 7 de agosto, revela que respecto a la media del último decenio este año ha habido un descenso significativo del número de incendios, de superficie forestal afectada, de superficie arbolada calcinada y de número de grandes incendios (los mayores de 500 hectáreas). Por tanto, hasta principios de agosto no íbamos mal.
Nos enfrentamos a un problema poliédrico: no hay respuestas válidas para todos los ámbitos
Pero ha sido precisamente en los últimos diez días cuando se han encendido todas las alarmas, con un gran y devastador incendio en la Isla de La Palma, oleadas incendiarias en Galicia, fuegos en Cataluña, etc. En poco más de 10 días se han visto afectadas 10.000 hectáreas más, según estimaciones recogidas por los medios de comunicación. La ola de calor y el viento de Nordeste en Galicia han sido nuevamente aliados del fuego.
En julio de 2015 Greenpeace España publicó un informe titulado El verano que no queremos que ocurra donde se enumeraba el cóctel de causas que podían hacernos volver a vivir veranos pavorosos como los de 1989, 1994, 1998 o 2006. En dicho informe se hacía precisamente alusión a estos contextos climáticos adversos (olas de calor, sequía, aumento generalizado de temperaturas medias) que si bien no explican el origen de los incendios explican muy bien su virulencia y la dificultad para su extinción. Y estos ingredientes vuelven a estar en la coctelera este verano.
Además del cambio climático y la pervivencia de la siniestrabilidad (chispas producidas por maquinaria agrícola y forestal, quema agrícolas y ganaderas, negligencias, alta intencionalidad, pirómanos, etc.), el resto de elementos del cóctel son: la falta de gestión forestal preventiva en una buena parte de la superficie forestal; el aumento de la cada vez es más difusa línea que separa la superficie forestal con urbanizaciones y viviendas fuera de los núcleos rurales, conocida como interfaz urbano-forestal; los recortes en gestión forestal, prevención y extinción de incendios, así como la precarización laboral y privatización del colectivo dedicado a la extinción de incendios.
La planificación urbanística debería reducir la interdependencia entre los ámbitos urbano y forestal
Sumado a todo lo anterior, los expertos no dejan de recordarnos la paradoja de la extinción, la contradicción que supone la supresión del fuego debido al mayor éxito en la extinción de los incendios, y que se traduce en un incremento del riesgo de incendio forestal debido a la acumulación de combustible en un medio forestal abandonado.
Respecto al problema principal, la pervivencia de la alta intencionalidad (sobre todo en Galicia), es una de las incógnitas no resueltas y que más literatura generan, pero muy frecuentemente se buscan tramas ocultas y causas políticas que la hemeroteca se ocupa de desmentir. Nada de lo que estamos viendo en Galicia estos días es nuevo.
Es de esperar que continúe la lenta pero eficaz labor de los equipos de investigación, la mejora de las políticas rurales que canalicen correctamente el uso del fuego por parte de colectivos ganaderos y agrícolas y la acción de las Fiscalías de Medio Ambiente, que año a año contestan al fenómeno incendiario con un creciente número de diligencias abiertas, juicios y sentencias condenatorias por delito de incendio forestal.
Es necesario un mayor reconocimiento en el sector de la extinción a través de la certificación profesional
En otro ámbito, la planificación urbanística y la ordenación territorial deberían incorporar criterios que vayan encaminados a reducir y no aumentar la interfaz urbano-forestal, evitando la presencia de núcleos dispersos fuera de los cascos urbanos o las viviendas diseminadas en el medio forestal.
No nos olvidemos de los que se juegan la vida en la lucha contra el fuego. Es necesario un mayor reconocimiento en el sector de la extinción de incendios a través de la certificación profesional, el reconocimiento de la categoría profesional y una mejora en la formación, de acuerdo a los cometidos y el riesgo que se asume, incidiendo en la necesidad de trabajar todo el año haciendo las tareas propias de la prevención, y mejorando aspectos técnicos y materiales en la extinción, para evitar la altísima siniestrabilidad del sector.
Necesitamos una sociedad dispuesta a debatir en serio el futuro de nuestros montes tras los incendios
Y todos estos cambios y avances deben ir acompañados con la preparación de nuestros montes al nuevo escenario del cambio climático, incorporando una gestión forestal adaptativa a los escenarios futuros debido al incremento de temperaturas, descenso de las precipitaciones y las dinámicas de la vegetación como consecuencia del fuego. Necesitamos bosques más resistentes a las plagas, enfermedades, fuegos y episodios de severidad climática extrema.
Para ello necesitamos una sociedad y unos responsables políticos que hablen y debatan sobre el futuro de nuestros montes y el medio rural una vez que se hayan apagado los incendios. En la elaboración de los próximos presupuestos generales, por ejemplo.
*** Miguel Ángel Soto es responsable de la campaña de bosques de Greenpeace España.