La buena política exige tomar decisiones complejas. El populismo pretende que todas deberían ser simples, reducibles a clichés como el del “bien común” frente a “los intereses de los poderosos”. El PSOE es hoy el partido más veterano de España, el que más ha gobernado en democracia y muchos creemos que el que con más acierto ha transformado este país. Haberlo logrado, desde la fidelidad a un núcleo de muy firmes principios (libertad, igualdad, solidaridad, paz), implica habernos atrevido a tomar esas decisiones complejas para adaptarnos a los tiempos que recorría la sociedad española.
La democracia implica también reconocer que no tenemos el monopolio de la verdad, ni siquiera de las buenas intenciones. En consecuencia, podemos o no llegar a acuerdos, pero siempre debemos estar dispuestos a escuchar a nuestros rivales, a parlamentar con ellos, a no levantarnos nunca de la mesa de negociaciones. Lo que el populismo intenta denigrar por ejemplo como “el régimen del 78” es sencillamente el respeto no ya a otros partidos sino ante todo a sus electores, porque unos y otros son expresión de la soberanía nacional.
El PSOE lo hizo admirablemente en la Transición, junto a los partidos de entonces, y debemos seguir haciéndolo hoy. Sentarse a negociar solo debe negarse a los enemigos de la democracia (los terroristas, los que intentan reventar las instituciones) para no caer en su chantaje de buscar concesiones solo por respetar las reglas del juego más elementales.
La no asunción de responsabilidades de quien encabezó dos derrotas seguidas nos dejó sin ningún espacio político
Nuestra Constitución también exige que la democracia se proyecte internamente en los partidos. En el PSOE debemos aspirar a ir más lejos, implicando a los militantes en la elección de todos los cargos orgánicos y a los ciudadanos en la de todos los candidatos institucionales, sin quedarnos en los cabezas de lista o filtrando con excesivos avales. Pero contamos ya con un modelo de contrapesos muy desarrollado, con un “parlamento del partido” (el Comité Federal) mucho más ágil y útil que el de otras formaciones. Nada que ver con el modelo populista de partido, basado en un plebiscito permanente, de un líder al que solo puede cuestionar “el pueblo”, que en la práctica es mucho más difícil que se movilice que a través de representantes.
En el PSOE nos hemos equivocado muchas veces. Algunos creen que la abstención en la investidura de Rajoy el pasado octubre pudo ser una. Yo no creo que lo fuera. La falta de asunción de responsabilidades de quien encabezó dos importantes derrotas consecutivas, agravadas por la negativa a cumplir con nuestro deber democrático de sentarnos a negociar nos dejó sin ningún espacio político. Si no hubiéramos dejado correr el reloj, podíamos haber exigido que Rajoy no fuera el candidato –además de otras medidas económicas y sociales muy necesarias para España– pero Pedro Sánchez no lo hizo porque eso suponía también que él debía retirarse.
No hicimos nada y por eso, a esas alturas, considero que fue un ejercicio de responsabilidad abstenerse para evitar unas terceras elecciones que no deseaban la mayoría de españoles, y que además hubiesen supuesto con toda seguridad que el voto socialista siguiera bajando. La abstención fue talar un árbol seco que se nos iba a caer encima al partido y a los españoles; la culpa no fue de quienes asumieron la tala sino de quienes lo dejaron secarse. No obstante, respeto a los compañeros que pese a todo hubiesen preferido un voto negativo y lanzarse a unos terceros comicios. Pero ni Pedro Sánchez dimitió por eso, ni el 21 de mayo está en juego elegir entre un PSOE “libre” y uno seguidista del PP.
Sánchez se fue al no poder imponer un congreso e impostó el relato de que era el único capaz de hacer frente a Rajoy
Pedro Sánchez dimitió porque los contrapoderes estatutarios funcionaron. El Comité Federal rechazó su intento de organizar un congreso federal en solo 20 días y a punto de convocarse unas nuevas elecciones, después de ser el único secretario general que había impulsado retrasar varios meses su convocatoria ordinaria –algo que no había ocurrido ni durante la Guerra Civil ni en los largos años que sufrió el partido en el exilio–.
De hecho, su renuncia tendría que haberse producido unos días antes cuando renunció más de la mitad de la ejecutiva. El relato de sus afines lo calificó de “golpe”, pese a estar previsto en los estatutos como otra garantía de equilibrio entre poderes: una responsabilidad colegiada de la dirección donde el secretario general nombra su equipo pero debe saber preservar la confianza de más de la mitad para seguir en el cargo. Pedro Sánchez se negó a irse entonces y quiso interpretar que una gestora no estaba prevista, así que le correspondía gestionar los asuntos corrientes, pero eso en ningún caso podía incluir echar pulsos plebiscitarios al Comité Federal.
Se fue al no lograr imponer el congreso exprés que le convenía, y a partir de ahí impostó el relato de que era el único capaz de hacer frente a Rajoy. La realidad es que en absoluto defendió esa postura donde podía y debía hacerlo: no asistió al siguiente Comité Federal donde se votó esa posición cuando los ex secretarios generales siempre pueden participar en los mismos, volvió a ausentarse en la reunión del grupo parlamentario que la ratificó pese a que aún era diputado, y renunció al escaño a pocas horas de la investidura buscando el efecto mediático pero impidiendo así que la siguiente diputada pudiera tomar posesión (lo que tuvo un efecto equivalente a una abstención).
¿Alguien de verdad se atreve a sostener que el objetivo de un militante del PSOE es que el PP mantenga su ventaja?
Que quede claro: el 21 de mayo no se elige entre un PSOE “auténtico” y otro satélite de los conservadores. ¿Alguien de verdad se atreve a sostener que el objetivo de otro militante sea mantener la ventaja del Partido Popular? No, en las primarias y en el congreso no está en juego que todos queramos retomar la senda de las victorias electorales y de gobiernos de progreso. Está en juego elegir un líder que ayude a todo el partido a avanzar cuanto antes por ese camino. También (y ojalá se debatiera de manera más intensa) construir las bases programáticas que servirán para que los españoles nos otorguen de nuevo mayoritariamente su confianza.
Ni Susana Díaz ni nadie es pues el candidato de la abstención ni de la oligarquía. Tampoco tiene Pedro Sánchez el derecho a arrogarse ser el “candidato de la militancia”, como si los 134.257 que no lo hemos avalado fuéramos militantes de segunda, títeres u obedeciéramos a algún interés inconfesable. Y debería evitar expresiones insultantes a los veteranos como decir que “González o Zapatero con 35 años menos estarían con nosotros", como si la edad y experiencia de estos referentes los hicieran perder perspectiva o mermaran su juicio.
El 21 de mayo, el PSOE no vuelve a votar la posición ante la investidura de octubre. Lo que sí nos jugamos es lograr que la democracia del partido funcione en el futuro para tomar en las mejores condiciones decisiones complejas, con contrapoderes como un Comité Federal que delibera sobre decisiones clave como las alianzas electorales y los pactos de gobierno, de manera que las consultas a la militancia sean sobre propuestas informadas y no sobre plebiscitos de carácter personalista.
Tengo claro que Pedro Sánchez no es la persona adecuada ni para hacer funcionar el partido ni para ganar comicios
Los avales han funcionado como una primera vuelta en la que Patxi López ha quedado descolgado ya que para ganar tendría simultáneamente que detraer una parte importante de quienes ya avalaron a otro candidato, captar a casi todos los indecisos y que apenas hubiera abstención. Además, en un debate polarizado, su cercanía a Pedro Sánchez (fue presidente del Congreso sin dimitir de su ejecutiva), cruzada con su abstención en la investidura a Rajoy, dificulta que adquiera un perfil dominante sobre los otros candidatos.
Tengo claro que Pedro Sánchez, precisamente por cómo ejerció la secretaría general, por sus resultados electorales y por el discurso engañoso con que intenta explicar su salida no es la persona adecuada ni para hacer funcionar el partido ni para ganar en próximos comicios. Al frente del PSOE, intentó que el partido estuviera permanentemente en campaña alrededor de su persona, jugando con avanzar o retrasar las convocatorias internas, fijando normativas de primarias a su conveniencia que ahora se permite criticar, destituyendo arbitrariamente al candidato electoral y a todo el Comité Regional de Madrid sin más argumentos que rumores y encuestas, amordazando la democracia en tres federaciones regionales al prolongar sus gestoras hasta más de dos años, y un largo etcétera.
Servir al partido y no intentar que el partido te sirva a ti es lo mínimo que se debe exigir a un líder. No pretendo ser cándido, la ambición es un motor de las personas: bien utilizada ayuda tirar de la organización, aunque en ocasiones pueden surgir roces. Hasta ahora, todos los secretarios generales del PSOE (también candidatos que no ganaron: recordemos por ejemplo la estrecha colaboración de Bono con Zapatero) habían probado que sus aspiraciones nunca podían llegar a comprometer la lealtad al partido, asumiendo sus responsabilidades electorales o políticas. Esa ha sido también la tónica a nivel autonómico y local.
Con Susana Díaz la democracia interna en el PSOE estará mejor preservada, y es la que más “cultura de partido” tiene
Es duro decirlo, pero considero que Pedro Sánchez –con quien casi todos cumplimos votándolo y pidiendo el voto para él mientras fue el candidato elegido por el partido– no cumplió ese mínimo. Durante su mandato, antepuso en varios casos sus ambiciones al limpio funcionamiento del partido. Políticamente, tampoco demostró gran tino, descuidando la reflexión ideológica y dando bandazos oportunistas de un acuerdo con Ciudadanos a restar importancia al agresivo populismo de Pablo Iglesias, quemando equipos de colaboradores y propuestas, según pensaba que podía conseguir la carambola de llegar a la presidencia del Gobierno. Al irse, intentó construirse un relato favorable para su revancha a costa de perjudicar al partido, al cuestionar públicamente que la abstención no fuera un ejercicio de responsabilidad votado por los órganos competentes sino una capitulación movida por manos oscuras.
Prestaré atención a la campaña pero, al igual que mi aval, creo que mi voto será para Susana Díaz. No repetiré las ponderaciones de sus mayores aciertos que errores que destacan otros de quienes también la apoyan. En mi caso, la razón fundamental es que considero que es la candidata con la que la democracia interna estará mejor preservada, con la que mejor sabrá tomar el partido las decisiones –distintas pero seguro que tan complejas como las que hemos tomado el pasado octubre y en muchas ocasiones a lo largo de 138 años– y la que más “cultura de partido” tiene para asumir sus contrapoderes, incluidos los que puedan suponer controlarla o contradecirla. Creo acertar, espero que acertemos.
*** Víctor Gómez Frías es militante del PSOE.