La casualidad quiso que llegara a Londres a las pocas horas del atentado del Manchester
Arena. Llegué, por tanto, a la capital de un país golpeado por el terrorismo por segunda vez en pocos meses. No siento a las jóvenes víctimas como ajenas, como extranjeras, sino como propias, del mismo modo del que -estoy convencida - la mayoría de británicos siente como propio el dolor de los crímenes terroristas en cualquier país de la Unión Europea.
No sólo compartimos el dolor. También compartimos al enemigo. El terrorismo yihadista odia nuestra libertad, nuestros derechos, la forma de vida tolerante y laica de los países occidentales. En su delirante sociedad ideal los adolescentes no acuden a conciertos, ni siquiera escuchan música pop. En el mundo de sus sueños no existe la alegría que produce la libertad, ni la libertad que hace posible la alegría. Si tenemos un enemigo común, si sufrimos una amenaza global, lo lógico es que la afrontemos unidos, que luchemos juntos, que celebremos los éxitos juntos y que juntos lloremos a nuestras víctimas.
Muchos oportunistas de los que ahora viven su gran momento en Reino Unido señalarán a los refugiados
Y sin embargo, lo que me trajo a Londres fue un fracaso de la convivencia: el brexit. Sé que muchos oportunistas de los que ahora viven su gran momento en Reino Unido señalarán a los refugiados y a los inmigrantes, sin importar si han tenido que ver o no con el atentado. Se cargarán de razones para su rechazo al extranjero, al diferente. Yo, en cambio, pienso que el entorno político europeo genera las instituciones y el ambiente propicio para la cooperación policial y de inteligencia, para el intercambio de información y para la prevención del terrorismo.
Por no hablar de una política de defensa y de exteriores que refuerce la seguridad de Europa. Es más que dudoso que el brexit proteja a los británicos del terrorismo. En cambio, lo que es seguro es que el brexit va a perjudicar de una forma muy concreta y tangible a los europeos que residen en el Reino Unido. Ya los está perjudicando, al sumirlos en una incertidumbre que, probablemente, sea difícil de comprender para quien no la sufre. Estos europeos -así como los británicos que viven en la UE -no saben en realidad qué va a ser de ellos. Y hablamos de cinco millones de personas, aproximadamente la población de Dinamarca o Finlandia. O de la Comunidad Valenciana. Imaginemos que todos los daneses o todos los valencianos se levantaran un día sin saber qué derechos les van a corresponder en el plazo de unos meses. ¿Acceso a la sanidad pública? ¿Prestación por desempleo? ¿Encontraré un trabajo?
El 'brexit' no es fatal ni irreversible, tiene marcha atrás, y creo que es la obligación de todos tratar de revertirlo
Vine a Londres a reunirme con los colectivos que se han organizado para reclamar
certidumbres, para evitar convertirse en rehenes de Theresa May y su gobierno
conservador-populista en la negociación para a salida del Reino Unido de la Unión Europea. Hace tiempo que estoy en contacto con ellos, en especial con los españoles, y recientemente celebramos un hearing (una audiencia) en el Parlamento Europeo durante la cual pudieron expresarnos sus planteamientos. Son todos razonables, puramente democráticos.
Vine también para hablar con líderes liberal-demócratas como la baronesa Ludford, convertidos en la única fuerza de verdad europeísta, una vez que los tories de mente más abierta han quedado marginados por May y los laboristas sensatos acallados por Jeremy Corbyn. He insistido en una idea que me parece valiosa: el brexit no es fatal ni irreversible. Lo explica Lord Kerr, el hombre que redactó el famoso artículo 50 del Tratado de la Unión Europea cuya activación puso en marcha el proceso. El brexit tiene marcha atrás, y creo que es nuestra obligación tratar de revertirlo.
Es una cuestión de derechos. Es una cuestión de libertades. Y es una cuestión de seguridad. Al final, todo se reduce a lo mismo: el principio democrático nos lleva a ampliar los derechos a cada vez más gente, a aumentar la igualdad, a extender la libertad. Por un motivo muy simple: porque reconocemos en los demás la misma humanidad que sentimos en nosotros mismos. Porque queremos un futuro en paz.
Nunca he sentido, al viajar a Londres, que llegaba al extranjero. En esta ocasión, aún
menos. Por eso trabajaré para que el brexit no llegue a convertirse en una realidad.
*** Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas por Europa (ALDE).