SÍ. La única verdad que Puigdemont ha dicho en los últimos meses la pronunció nada más conocer los resultados del 21-D: “España tiene un lío de cojones”. De cojones del tamaño de los del saltamontes costero, el animal con los testículos más grandes en proporción con su masa corporal. El resultado de las elecciones catalanas, celebradas con la llegada del solsticio de invierno –el día más corto del año y la noche más larga–, ha llenado de oscuridad y confusión el panorama catalán y nacional. Por primera vez, el día de la lotería nacional los españoles no nos preguntábamos cuándo saldrá el Gordo y en qué número caerá, sino cómo saldremos de la pesadilla de Cataluña y quién deshará el nudo gordiano catalán.
Unos días después de la votación se agolpan las sensaciones y las incógnitas sobre el futuro. ¿Para qué ha servido todo este lío, todo este gasto económico y todo este desgaste emocional e internacional? Porque ya sabíamos que Cataluña estaba partida en dos: los constitucionalistas, todavía con mayoría de votos, y los independentistas, con mayoría de escaños gracias a la ley del señor D´Hondt. ¡Belga tenía que ser!
¿El 21-D ha servido para algo más que para descubrir que la alcadesa Colau es bisexual? ¿O para tener la certeza de que es más rentable huir, como Puigdemont, que resistir en la cárcel como Junqueras? ¿O que es más saludable ensuciar (por no decir defecar) sobre España, como ha hecho el expresident con pasaporte español desde Bruselas, que balsamizar la situación intentando encontrar salidas razonables? ¿O ha servido, sencillamente, para evidenciar que si en los recuentos de final de año se eligiera la banda de tontos ilustres de 2017 Mariano Rajoy sería el tambor mayor?
Puigdemont ya ha hecho su discurso de investidura con media docena de palabras: “La república ya está proclamada y ahora tiene la ratificación del 21-D, que ha sido una especie de segunda vuelta del referéndum del 1-O”. Indiscutiblemente Cataluña ha conseguido horadar el que desde este jueves es el túnel más largo y oscuro de Europa, relevando al de San Gotardo, que atraviesa los Alpes a 2.300 metros bajo sus rocas, a lo largo de 57 kilómetros.
“Ignoramus et ignorabamus”. Desconocemos y desconoceremos. La expresión del fisiólogo alemán Emil du Bois-Reymond podría servir como epitafio político de Mariano Rajoy. Ignoramos e ignoraremos por qué tras intervenir la autonomía catalana aplicando el artículo 155, despojándola de su Gobierno, echando del poder a los independentistas sediciosos, convocó elecciones inmediatas. Cualquier párvulo político sabía que ponía en bandeja la victoria de los victimistas defenestrados y, de carambola, a su gran rival en la política nacional, Albert Rivera. Algo así como si el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, propusiera al Barça jugarse la Liga, la Champions y el Mundialito de equipos, todo a la vez, a un partido, en el Camp Nou y con Ronaldo cojo de una pierna. Aunque en el Bernabéu también pueden arrasarte.
“España tiene un lío de cojones”, en palabras de Puigdemont, y Rajoy lo tiene por partida doble. Porque para lo que sí ha servido el 21-D es para dejar en cueros el liderazgo de Mariano Rajoy y la posición del Partido Popular en el tablero político de España. Como en “Jumanji”, la mítica película de 1995 para niños y para mayores, Mariano Rajoy y Soraya Saénz de Santamaría lanzaron en octubre los dados sobre el tablero mágico (el 1, el 5, el 5) y de la jungla catalana ha salido una estampida de elefantes enormes, mosquitos venenosos, cocodrilos de dientes afilados, monos juguetones, rinocerontes aplastantes... Y, también, prorrumpió un cazador, Albert Rivera, dispuesto a abatir a los atolondrados jugones de la Moncloa.
La estampida de votos del Partido Popular en Cataluña supone la peor de las confirmaciones para el futuro del Partido Popular: que está a punto de perder, si no la ha perdido ya, su verdadera razón social como entidad política: la de ser el partido del voto útil.
Este viernes por la noche Jaime Mayor Oreja, el hombre sabio que a punto estuvo de ser elegido líder del PP por José María Aznar, recordaba a este Preguntón su experiencia política en 1982. En ese momento militaba en UCD. Leopoldo Calvo Sotelo “el efímero” le nombró secretario de Acción Electoral. Se estrenó en las elecciones de Andalucía de aquel año. Se sabía que barrería el PSOE; la duda era si UCD se hundiría en beneficio de AP, como sucedió. En las grandes ciudades andaluces, por cada voto centrista, el partido de Fraga obtuvo tres. “Ese día me di cuenta de que la tendencia era imparable en beneficio de Alianza Popular, y que UCD estaba moribunda”, recuerda Mayor Oreja. A aquella UCD andaluza pertenecía Rufino Arrimadas, el padre de Inés, la brillante ganadora de los comicios catalanes del jueves.
En Cataluña, este 21-D, la proporción de votos ha sido de 12 a uno entre Ciudadanos y el Partido Popular. Alianza Popular (poco después Partido Popular) se levantó sobre las piedras de UCD, y si Mariano Rajoy se empeña y sigue jugando a Jumanji, Ciudadanos, con Albert Rivera al frente, fagocitará a un Partido Popular sumido en la atonía, en la abulia, en la 'saudade' y en el trote corto del líder gallego.
Albert Rivera está a punto de hacerle un Macron a Mariano Rajoy y, si se descuida, a Pedro Sánchez. Si sobre el tablero nacional la gran preocupación es el futuro de España, ¿qué líder puede ser el preferido por el votante nacional para jugar esta partida? ¿Rajoy o Rivera? ¿Qué partido puede ser el preferido por el centro derecha español, un PP residual en Cataluña, incluso en el País Vasco, asediado por la corrupción en Madrid, Valencia o Baleares, enclaves con un nacionalismo histórico o creciente, o un partido como Ciudadanos, impoluto todavía, con brío joven, sin complejos y con las ideas claras?
Rajoy tiene un problema de cojones, sí. En una tumba gallega leí una vez un epitafio copiado de la Florencia renancentista: “Fui lo que tú eres, soy lo que tú serás”. Sirvió para UCD y ahora es todo un presagio para el PP de Mariano Rajoy.
¿CRISTINA VOTÓ MONARQUÍA O REPÚBLICA?
SÍ. La infanta Cristina fue uno de los 226.381 catalanes residentes en el extranjero con derecho a voto el 21-D. Si pudiera cerrar el año con una exclusiva, me pediría la siguiente: saber a quién votó la infanta Cristina desde su castillo inexpugnable de Ginebra, sito en el 12, rue des Granges. Como me recuerda Pilar Urbano, autora del recomendable libro La Pieza 25, la infanta ha sido marginada, humillada y expulsada de la Familia Real. No se habla con su hermano, Felipe VI, y probablemente hará vudú con un cabello que guarda de Letizia, de cuando acudía a su casa de Barcelona para verse en secreto con el entonces príncipe. La venganza se sirve a distancia.
“La república catalana ha ganado a la monarquía del 155”, sentenció Puigdemont. Esta noche, cuando el rey pronuncie su discurso de Nochebuena, no parece que vaya a decir lo del año pasado: “Tenemos motivos más que poderosos para la unión”. Sí es de suponer que deseará Feliz Navidad, “Bon Nadal”, en catalán. Le pesa tanto como pesará el Palacio de la Zarzuela no haber pronunciado una sola palabra en catalán en su discurso del 5 de octubre, en el que apeló al orden constitucional. Leído por el rey, lo escribieron a dos manos Soraya y Mariano, los jugadores monclovitas de Jumanji. Atentos esta noche a la pantalla.