El 20 de enero de 2017, día de la toma de posesión de Trump, había quien estaba eufórico, mientras otros la seguían con incredulidad. La indiferencia quedó para muy pocos. Para mí, fue un día desgarrador que había estado temiendo desde el 8 de noviembre cuando un hombre agresivo, racista y voluntariosamente ignorante que se había jactado abiertamente de agredir sexualmente a varias mujeres fue elegido 45º presidente de Estados Unidos.
Sin embargo, los desafíos más desalentadores nos brindan a veces las lecciones más importantes. Durante el año transcurrido, algunas de las palabras de la despedida de Barack Obama han resonado en mi cabeza, en especial una crítica advertencia que es una lección para los tiempos de Trump que vivimos: “La democracia te necesita”.
Soy consciente de que esto puede parecer muy simple y demasiado optimista. Sin embargo, es lo que ocurre con la democracia: es exasperantemente compleja y desordenada, pero de lo único de lo que no puede prescindir es de ti, es decir, de todos. No sólo de ti y de las personas con las que estás de acuerdo, no sólo de las personas extraordinariamente educadas y de las élites. De todos. La democracia necesita la porción caótica y gritona de todos nosotros.
Estamos encerrándonos en espacios que nos resultan amigables desde el punto de vista ideológico
Sin embargo, en Estados Unidos y en todo el mundo occidental estamos encerrándonos únicamente en espacios que nos resultan amigables desde el punto de vista ideológico. Lo hacemos en las noticias que seguimos, en el contenido que consumimos en redes sociales, pero también en dónde vivimos y con quién nos relacionamos. La polarización no sólo está en internet, sino en la vida de cada uno.
Este fenómeno es tan real que en EE.UU. el 45% de los republicanos y el 41% de los demócratas ven a la otra parte como una "amenaza para el bienestar de la nación", según los datos del Pew Research Center. Pero hay datos aún más desalentadores: otra encuesta ha mostrado que un tercio de los demócratas y la mitad de los republicanos se sentirían profundamente molestos si su hijo se casara con alguien del otro partido político. No sólo nos negamos a aceptar las ideas del otro, sino que no queremos tener nada que ver con él.
Y eso es porque el populismo, la propaganda, las noticias falsas, los bots y los trolls han proliferado creando un círculo vicioso que comienza con esta retirada en busca de nuestros enclaves ideológicos. Cuando los medios on line y los blogs estaban aún en pañales, los más optimistas de internet evangelizaron sobre la comunicación bidireccional que permitían estas plataformas en línea y vaticinaron que crearían una nueva esfera para el debate público. Pero eso nunca se ha materializado y, en cambio, sí hemos visto los inquietantes comentarios de los ciberguerreros anónimos. Múltiples estudios han demostrado cómo, primero con los blogs, luego con las noticias y luego con las redes sociales, nos auto-segregamos en burbujas polarizadas.
Debido a la burbuja ideológica en la que vivimos, demócratas y republicanos no se conocen realmente
Naturalmente, los argumentos políticos pueden estar llenos de tensión. Pasé la mayor parte de mi vida adulta discutiendo sobre política con mi padre republicano. Es incómodo y a menudo desagradable. Pero hombre, me obligó a pensar acerca de la política en tonos grises y entender a los republicanos más allá de las caricaturas que muchos demócratas tienen en mente.
Intenté aferrarme a esta experiencia para entender a los seguidores de Trump. Además de apoyar a Trump, también son estadounidenses, familiares y excompañeros de clase. Debido a la burbuja ideológica en la que vivimos, no conozco personalmente a muchos de ellos, pero he aprovechado algunas de las pocas oportunidades que me han surgido para hacer preguntas y tratar de verlos como personas, antes que como rivales políticos. Realmente no hay inconvenientes ni riesgos al interactuar con ellos, más allá de la posibilidad de comprenderlos mejor o de encontrar un punto de acuerdo.
Si no actuamos así, además de evitar a estos escasos socios ideológicos, estamos perdiendo la capacidad de discutir con matices y elegancia, reconociendo así que la política no es un juego de sumas donde sólo se puede elegir entre el blanco y el negro. Aunque es más preocupante el hecho de cómo el renunciar a entendernos nos está llevando a deshumanizarnos y a distinguir sólo entre paletos trabajadores y élites engreídas. ¿Cómo puede haber tanto imbécil por ahí? Lo único que logra este tipo de desprecio mutuo es una división más profunda, desconfianza y resentimiento.
Cuando alguien como Trump aparece, tiene una audiencia receptiva que ya le teme y le detesta
Las marcas del populismo de derechas e izquierdas dependen de esta división entre nosotros y ellos. Así, retirándonos a nuestras cuevas ideológicas, nos hemos preparado desprevenidamente para ello. Si vemos a los ciudadanos con los que no estamos de acuerdo como ridículas caricaturas es fácil crear propaganda y noticias falsas contra ellos e incluso difundir mentiras en nuestros propios medios sociales.
Todo esto lleva a cada parte a sentir aún más desprecio por el otro y, por lo tanto, cuando alguien como Trump aparece, tiene una audiencia receptiva que ya le teme y le detesta. No lo tenemos que aceptar, de hecho, no deberíamos. Pero nuestra incapacidad de ver la humanidad de aquellos con los que no estamos de acuerdo está socavando la democracia, haciendo que sea fácil para los demagogos defender su causa contra el otro sin dar la cara.
*** Alana Moceri es analista de relaciones internacionales, comentarista, escritora y profesora en la Universidad Europea de Madrid.