“¡Hombre, Ignacio, por fin te pillo al teléfono. Es más difícil hablar contigo que con un ministro!”. Con esta frase, entre irónica y de reprimenda, me solía recibir mi querido amigo y maestro, Joaquín Varela, cuando finalmente lograba contactar conmigo tras varios intentos infructuosos.
Siempre era para contarme una nueva idea, avanzarme un novedoso proyecto o hacerme partícipe de una aventura intelectual que le había venido a la mente. Y lo hacía con un entusiasmo tal, que entendías la premura que tenía por transmitirlo, y su fastidio por no haberme hallado al otro lado del auricular. Es el entusiasmo que delata a quien está prendado de su profesión. Ese era Joaquín Varela. Un enamorado de la historia constitucional, que le aportó tanto, que él no pudo sino corresponderle… con creces.
Joaquín Varela Suanzes-Carpegna (Lugo, 1954 – Oviedo, 2018) era, a día de hoy, el máximo exponente de la historia constitucional en España, y uno de los más reputados de Europa. Sus contribuciones son tantas, en cantidad y calidad, que sólo con los años, y de forma retrospectiva, se hará justicia de lo que aportó a esta disciplina. Porque, en efecto, por ahí debe empezarse: para él la historia constitucional representaba una disciplina autónoma en la que confluían saberes tan dispares como la Historia Moderna y Contemporánea, el Pensamiento Político, el Derecho Constitucional, la Ciencia Política y la Historia del Derecho y de las Instituciones. Este convencimiento guió su trayectoria académica e intelectual.
Entendía la historia constitucional como una disciplina, y no un simple epígrafe del Derecho Constitucional
Saber complejo, la historia constitucional tal cual la percibía Joaquín no sólo era útil porque el conocimiento del pasado forja un futuro más cierto, sino también porque, a su modo de ver, resultaba insuficiente que las Constituciones se interpretasen sólo como objetos normativos, y no como productos culturales, fruto de unas ideas, de un contexto histórico, de unas prácticas y de unas inquietudes a las que dar respuesta.
Alejándose del positivismo normativista que era propio de su escuela –la formada en la Universidad de Oviedo por el constitucionalista Ignacio de Otto, su maestro–, Joaquín Varela quiso ofrecer esa visión holística del constitucionalismo, lo que lo convirtió en rara avis entre sus propios colegas que, sin embargo, lo consideran un referente indiscutible.
Precisamente por entender la historia constitucional como una disciplina autónoma, y no un simple epígrafe o un descuidado capítulo en los tratados de Derecho Constitucional o de Historia del Derecho, trató de buscarle un método propio y característico. Y posiblemente ésta fue la mayor aportación de Joaquín Varela a la historia constitucional.
Fue la suya una visión siempre global, y no circunscrita a un determinado período o a una nación
Más allá de sus doscientas veinticinco publicaciones, algunas traducidas al inglés, francés, italiano o portugués; más allá de sus once monografías y de la docena de ediciones críticas de autores clave, nos dejó una forma de trabajar la historia constitucional. Para él, ésta debía consistir en un estudio por igual de las normas, de las doctrinas o ideas subyacentes a aquéllas, y de las prácticas y usos que las ponían en planta. Normas, doctrina, instituciones. Ese era el trípode en el que descansaba su historia constitucional. Y, sobre estos tres pies, una visión poliédrica, en la que lo nacional no podía entenderse sin el elemento comparado, porque el constitucionalismo occidental bebía de unas mismas fuentes que transitaban más allá de unas fronteras que podían ser geográficas y políticas, pero no intelectuales.
Fue la suya una visión siempre global, y no circunscrita a un período o a una nación, por más que España estuviera más presente que otros países en sus estudios y las Cortes de Cádiz conformasen un momento clave de su obra (desde su tesis doctoral, La Teoría del Estado en las Cortes de Cádiz, hasta su libro editado durante el bicentanario de las Cortes gaditanas: La Monarquía doceañista).
Su obra Política y Constitución en España (1808-1978) demuestra su visión amplia y no parcelada del constitucionalismo español, como también lo hace la colección de fuentes normativas que publicó bajo el título Leyes políticas españolas (1808-1978). Pero, a diferencia de otros investigadores españoles, Joaquín demostró que también desde aquí puede arrojarse luz a la historiografía de otros países. “¿Por qué hay hispanistas británicos y franceses y no podemos nosotros ser expertos en la historia constitucional de Gran Bretaña o Francia?”, se preguntaba retóricamente. Y demostró que era posible: sus estudios sobre Benjamin Constant y el liberalismo francés postnapoleónico, o sobre los partidos políticos en Gran Bretaña dieron buena muestra de ello.
Creó la primera revista, 'Historia Constitucional', y la primera editorial del mundo sobre la disciplina
Joaquín Varela no sólo transmitió sus originales ideas a través de los numerosos escritos que publicó, y de las incontables conferencias en las que tomó parte. Él deseaba que los estudiosos reconociesen a la historia constitucional el lugar que se merece, lo que le llevó –en su espíritu inconformista y dinamizador– a poner en planta una asignatura de Historia del Constitucionalismo en la Universidad de Oviedo que duró hasta que el plan de Bolonia acabó por arrollarla en lo que fue quizás la mayor decepción académica de su vida. Pero al menos pudo dar vida al Seminario de Historia Constitucional Martínez Marina, primer centro de investigación español dedicado en exclusividad a la historia constitucional; y, además, creó la primera revista (Historia Constitucional) y la primera editorial (In Itinere) del mundo sobre la disciplina.
Con este bagaje, se sentía igual de cómodo entre constitucionalistas que entre historiadores o historiadores del Derecho. De entre estos últimos, sintió especial afecto y admiración por Francisco Tomás y Valiente y todavía me acuerdo de su rostro de conmoción cuando nos enteramos del vil atentado que acabó con su vida. Casualidad o no, poco después entabló una gran amistad con la discípula de Tomás y Valiente, Clara Álvarez Alonso, con la que desarrolló numerosas iniciativas y proyectos intelectuales. Su empatía académica trascendió a lo personal, y Clara Álvarez le acompañaría incondicionalmente, como haría su admirable pareja, Visi, en los difíciles momentos que estaban por llegar. Como sólo los amigos de verdad saben hacer. Con Clara compartió también su inquietud por la situación política actual, con Cataluña como foco principal de atención. Un asunto que recuerdo que ya le perturbaba en 2012, y sobre el que reflexionó en este mismo diario. Parte de su último libro (Liberalismos, Constituciones y otros escritos), publicado un día antes de su fallecimiento, recoge esas cuitas.
Por fortuna, nos deja un extraordinario legado científico y, para los que tuvimos la suerte de conocerlo, también humano. Pero, por desgracia, todavía tenía muchas cosas que contarnos y que ahora nunca podremos llegar a conocer. Gracias, amigo y maestro, por todos estos años de enseñanzas y ejemplo.
*** Ignacio Fernández Sarasola es profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo.