Ser juez en tiempos difíciles
El autor reflexiona sobre la responsabilidad, vocación y amor al oficio de jueces y magistrados a partir del discurso de Felipe VI en la entrega de despachos a la LXVII promoción de la Carrera Judicial.
O “convulsos y complicados”, como dijo el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial el pasado lunes en el acto de entrega de despachos a los jueces de la LXVII promoción de la Carrera Judicial, presidido por el Rey Felipe VI.
Por cierto, antes de proseguir, pido excusas por no usar el termino “jueza”, si es que acaso importara. Tengo claro que los dos vocablos, juez y jueza, son válidos para designar a la mujer que tiene la autoridad de juzgar, pero reconozco que no me acostumbro. Quizá el motivo sea aquel “señora jueza” de doña Emilia Pardo Bazán que es como antaño se llamaba a la esposa del juez, lo mismo que “señora ministra” a la mujer del ministro o “señora embajadora” a la cónyuge del señor embajador.
Hecha la aclaración, por las imágenes del acto observo que es una promoción muy joven –no creo que la media de edad pase de los 28 años–, algo que, además de natural en el aprendiz de cualquier oficio, me parece trascendental. La judicatura, como otras tantas cosas, ha de ejercerse con entusiasmo, ese estado de ánimo que los jóvenes frecuentan, pase lo que pase. Benjamín Disraeli decía que casi todo lo grande ha sido llevado siempre a cabo por la juventud y para mí no hay duda de que el juez necesita ser joven o, lo que viene a ser lo mismo, sentirse eternamente joven al margen del calendario y de las arterias. Los 65 nuevos jueces –46 mujeres y 19 hombres– son jóvenes en el cuerpo y en el alma y de ahí que reúnan las mejores condiciones para ser unos espléndidos administradores de justicia. Si la justicia habita en lo más profundo de ellos, doy por seguro que su dedicación será irreversible. Lo más interesante del ser humano no es su lucha contra los elementos que el destino le depara, sino la lucha con su vocación.
Lo más sobresaliente fue el apoyo que el Rey ofreció a los jueces y magistrados españoles
Aparte de otras intervenciones relevantes e incluso de algunos detalles notables –verbigracia, la ausencia de representantes políticos–, en el acto de anteayer lo más sobresaliente fue el apoyo que el Rey ofreció a los jueces y magistrados españoles al recordarles que son “independientes, inamovibles, responsables, sometidos únicamente al imperio de la ley (…) y garantes de la legalidad de la acción de los poderes públicos” y reiterarles que son “servidores públicos que salvaguardan y garantizan los derechos y las libertades de todos los ciudadanos”.
Confieso que siempre tuve dudas de si la invocatio regi que la Constitución contiene al proclamar –artículo 117.1.– que “la justicia se administra en nombre del Rey” es la fórmula más adecuada para una Justicia que “emana del pueblo” y que, por ser algo natural y universal, posee categoría suficiente para administrarse en su propio nombre. Sin embargo, tras las palabras de Felipe VI, pronunciadas en un momento de tensión como el que vivimos a causa del desafío independentista y al que recientemente se ha sumado esa extraña decisión de la Audiencia de Schleswig-Holstein, escarbando injustificadamente en la solicitud de detención y entrega de Carles Puigdemont formulada con impecable rigor jurídico por el magistrado del Tribunal Supremo Pablo Llarena–de ella me ocuparé en una próxima tribuna–, creo que la declaración constitucional de una justicia impartida en nombre del Jefe del Estado español está plenamente justificada.
Nótese que el mensaje de Felipe VI estuvo dedicado no sólo a la nueva promoción de jueces sino también y muy en particular, a quienes con la ley en la mano, están haciendo frente al cáncer del nacionalismo separatista, aunque, a decir verdad, Su Majestad ya lo había hecho en su discurso del pasado 3 de octubre cuando afirmó que “es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones, la vigencia del Estado de Derecho y el autogobierno de Cataluña, basado en la Constitución y en el Estatuto de Autonomía”.
Van listos quienes pretendan implicar a los tribunales en el amoral tejemaneje de la falsa política
En lenguaje paladino, la tesis del Rey es que los enemigos de la Justicia han de saber que los jueces y magistrados españoles no pueden ser objeto de coacciones o amenazas y que van listos quienes pretendan implicar a los tribunales en el amoral tejemaneje de la falsa política o vestir a sus miembros de marionetas o de títeres al dictado. El Poder Judicial se basa en la independencia como noción sublime, una convicción que lleva a establecer lindes infranqueables.
En la alocución del Rey a la nueva hornada judicial hay otro pasaje digno de reflexión. Me refiero a cuando animó a los jueces para que no descuiden la preparación jurídica y tampoco la formación integral y humanista, lo que viene bien a mí propósito de recordar aquellas sabias y sagaces palabras de Antonio Machado cuando advertía que hay hombres que nunca se cansan de saber. Al lado de los códigos, la doctrina científica, la jurisprudencia y de los planes de formación jurídica, el juez ha de tener un variado repertorio de conocimientos heterogéneos, porque el Derecho solo, aislado, no basta.
Cuando me dedicaba a la preparación de opositores a judicatura y a la carrera fiscal y, por cierto, con el resultado de que hoy son magníficos jueces y fiscales –alguno es ya magistrado del Tribunal Supremo–, uno de mis objetivos era inculcar en ellos la idea de que el oficio de juez obliga a trabajar mucho y a hacerlo con las leyes, desde luego, pero sin olvidar que el buen juez es aquél que cuenta con una mentalidad flexible y tiene capacidad para separar lo permanente de lo transitorio o circunstancial.
No es fácil reunir las virtudes cardinales de prudencia, justicia, fortaleza y templanza
El magistrado del Tribunal Supremo de los Estados Unidos Oliver Holmes, famoso por sus votos particulares, dijo que el tipo ideal de juez estaba entre Ariel, Prometeo y Júpiter, con algunos aspectos de Mefistófeles. Me parece un perfil muy completo y complejo. En la función de juez no es fácil reunir las virtudes cardinales de prudencia, justicia y fortaleza, a las que cabría añadir una cuarta, conocida por templanza. Esto es lo que llamaría un sólido temperamento judicial. Por eso son perennes algunas páginas memorables como las que pueden leerse en Las Partidas (P. II, T. 4) cuando hablan de que “jueces … tanto quiere decir hombres buenos que son puestos a mandar y hacer Derecho” o las que escribió Juan Luis Vives en el Templo de las leyes, al decir que “han de ser los jueces personajes graves, intachables, incorruptos, severos, no impresionables por la lisonja, austeros, templados, prudentes, que ni el favor doble ni ningún temor humano intimide”.
Es arte difícil el de administrar justicia. A estas alturas de mi vida profesional, después de bastantes trienios judiciales y no judiciales, unos procurando administrar justicia de la mejor manera que supe, y ahora suplicando de otros que la impartan para los demás, admito que los jueces no acierten siempre en eso de ser justos, pero lo que sí puedo asegurar es que la intención y mejor deseo de la práctica totalidad de los jueces de este país es dar a cada uno lo suyo. Lo he dicho no pocas veces. El escalafón de la carrera judicial es un conjunto de gente que ejerce su misión para ser justos con el prójimo. Me consta que son muchos los jueces que a menudo se presentan en cueros ante sí mismos y bucean, hasta donde la contenida respiración les permite, en el torbellino de las razones y sinrazones de su conciencia.
En fin. Es obvio que el Rey y la Justicia son instituciones que dan bastante de sí y no es cuestión de agotar el repertorio. Pero en trance de divagar, se me ocurre el siguiente diálogo:
—Rey: "¿No creerás que actúas como si fueras yo?"
—Juez: "Pues, claro, Majestad."
—Rey: "Estás muy equivocado. Lo que tú eres, es un siervo."
—Juez: "¿De Vos, Señor?"
—Rey: "No, de la ley y de tu conciencia."
Reciban jóvenes y distinguidas señorías de la LXVII promoción de la Carrera Judicial mi enhorabuena. Sean ustedes un nuevo germen de esperanza y la justicia el principio rector de sus actuaciones. He redactado estas líneas con el respeto imponente que los jueces españoles me producen. A menudo, como si fuera un libro de cabecera, releo lo que Piero Calamandrei sostiene en su obra Elogio de los jueces escrito por un abogado: “Quien tiene fe en la Justicia consigue siempre, aun a despecho de los astrólogos, hacer cambiar el curso de las estrellas”.
***Javier Gómez de Liaño es abogado, juez en excedencia y consejero de EL ESPAÑOL.