Sí. A una mayoría de los españoles le ha pasado como a Lucinda Methuen-Campells. Esta vecina de Bristol padecía terribles dolores de vientre. Por prescripción médica, optó por meterse en el quirófano y operarse del intestino. El cirujano decidió quitarle también los ovarios, por si acaso. Cortó por lo sano, aunque carecía de autorización escrita de la paciente para una mutilación de este calibre.
Pongamos ciudadanos españoles en vez de mujer inglesa, dolor por corrupción en lugar de dolor de intestinos, y moción de censura en vez de intervención quirúrgica. ¡No me digan que no puede establecerse cierto paralelismo con lo que hemos vivido este jueves y viernes pasado! Pedro Sánchez, el cirujano encargado de la intervención en el salón de plenos del Congreso de los Diputados, ha extirpado el dolor social que representaba Mariano Rajoy ante los incesantes casos de corrupción del PP. No le ha quitado los ovarios, porque no tiene, pero sí todo lo demás.
La pregunta que ha surgido entre gran parte de la ciudadanía es la siguiente: ¿Tenía permiso moral Pedro Sánchez para vaciar la presidencia del Gobierno de España sirviéndose del escalpelo parlamentario de partidos empeñados en trocear España como si el quirófano fuera la mesa de un médico forense?
Legalmente, sí. La democracia se basa en las mayorías parlamentarias. Tanto peso y derecho tiene un parlamentario de Bildu como otro de Coalición Canaria, por poner un ejemplo. Si bien la legalidad no siempre coincide con la moralidad de las acciones.
Estos intensísimos días políticos han sido muy instructivos para todos. Nunca como hasta esta semana hemos sido tan conscientes del valor de cada voto. El primer día de clase, el profesor David Foster Wallace contaba a sus nuevos alumnos una historieta: dos pececillos se cruzan con un pez mayor y éste les pregunta que cómo está el agua; al rato, uno de los alevines deja de aletear, se para y dice a su compañero: ¿por cierto, qué es el agua? Como se cuenta en La utilidad de lo inútil, obra de Nuccio Ordine.
Vivimos en democracia, nadamos en democracia, pero no nos damos cuenta ni valoramos suficientemente qué es el agua. El mismo Mariano Rajoy, 30 años ocupando puestos políticos principales en nuestro sistema democrático, se ha caído del caballo tras ser destituido por una mayoría parlamentaria de 180 votos de los 350 del Congreso de los Diputados. “¿Ana (Pastor), qué es el agua, es democrático lo que me ha pasado?”, parecía preguntarle con la mirada a su amiga, la presidenta de la Cámara Baja, en la toma de posesión de Pedro Sánchez en el Palacio de la Zarzuela.
Ionesco, uno de los padres del teatro del absurdo, defendía la utilidad de lo inútil. La utilidad: echar a Rajoy, líder de un partido infectado por la corrupción, septicemia que amenazaba la salud del sistema democrático. De lo inútil: un líder, Pedro Sánchez, que ha llevado a su partido, el PSOE, a los peores registros electorales hasta el punto de conducirlo hacia el camino de la insignificancia, y que ha salido presidente en parihuelas rumbo a la UVI; un presidente, por tanto, que no podrá ejercer como tal.
Para comprender la utilidad de lo inútil y, por ende, la inutilidad de lo útil, hay que tener mucho arte, afirma Ionesco. A Pedro Sánchez, arte no le falta: para pasar de la nada al todo hay que tenerlo, y mucho. “Un país donde no se comprende el arte –en este caso, de Pedro Sánchez-, es un país de gente desdichada, de gente que no ríe ni sonríe. Un país donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio”, escribe el filósofo afrancesado.
Lo sucedido estos días en el Congreso de los Diputados podemos traducirlo en clave de humor. Veamos: 1) El PNV, cambiándose la calderilla -540 millones de euros- del bolsillo derecho al bolsillo izquierdo y dando lecciones de ética; 2) Pedro Sánchez hablando de exploración y empatía, y aceptando los dos votos de los diputados de Bildu, un partido plagado de proetarras y etarras que asesinaron, entre otros, a numerosos militantes del PSOE; 3) Pablo Iglesias, más elegante que nunca en el Congreso de los Diputados, vestido de boda, con su blazer azul morado y su camisa cuello italiano, para enterrar a Rajoy, un día después de sus lágrimas “de chalet” en la misma Cámara; 4) Margarita Robles, orgullosa de maduro Zapatero, reivindicando su obra desde el estrado del Congreso ; 5) ERC pidiendo al elegido Sánchez, con los votos de los 9 diputados republicanos, que su primera salida como presidente del Gobierno sea a la prisión de Estremera, para visitar a Junqueras; y 6) Rajoy, muy ofendido porque iba a ser destituido, desaparece la tarde del jueves, se va de comida y copas y en su vacío asiento parlamentario la vicepresidenta Soraya deja su bolso de 2.000 euros, todo un símbolo, y no amarillo… Humor negro... Será porque todo lo útil es feo, como las letrinas.
Quedan muchas preguntas por contestar. La menos importante es de la que más se hablará en los próximos días: la quiniela de los ministros. Me decía en cierta ocasión José Bono, otro desaparecido, que desde que conocía de cerca a los ministros admiraba más a los ordenanzas. Él mismo acabó siendo ministro.
Hay muchas grandes preguntas en esta historia: ¿Qué ha pactado Pedro Sánchez con los nacionalistas/separatistas? Yo creo que nada. Ni le ha dado tiempo, ni con sus 84 escaños –el 24% de la cámara- puede dar lo que ellos quieren: los ovarios y los testículos de España. ¿Cuánto durará la legislatura? Lo que quieran los socios independentistas, o sea, lo que menos interese a España. Los independentistas, en esta obra de teatro, son como el judío Shylock en El mercader de Venecia: querrán sólo “una libra exacta de vuestra hermosa carne”: el corazón. Y la legislatura durará lo que quiera, también, Podemos; o sea, lo menos posible para Sánchez.
Para mí la gran pregunta es otra: saber quién inspiró a Pedro Sánchez para escribir, a modo de moción de censura, el “Requiem” de Rajoy. Mozart recibió el encargo de componer su célebre marcha fúnebre de un extraño sujeto con atuendo gris que se presentó por la noche en su casa de Viena. Luego se supo que el enigmático sujeto era un músico amateur, Franz von Walsegg. Lo que quería era hacer suya la obra, dado que Mozart estaba en las últimas. Fue, de hecho, lo último que compuso.
También Pedro Sánchez estaba en las últimas y hoy se levantará como presidente del Gobierno de España. Alguna vez sabremos la mano que movió la voluntad de la moción. Seguramente tiene nombre de mujer y no se llama Begoña, como en círculos (machistas) se dice.
El 22 de mayo de 2017, un día después de ganar las primarias del PSOE contra todos los barones y la baronesa andaluza, me encontré con Pedro Sánchez en un hospital público. Se estaba haciendo un chequeo como yo. Por cortesía y sinceridad le dije: “Enhorabuena, y lo siento: menuda preocupación debes de sentir”. Su contestación me desconcertó. “¿Por qué? No pasa nada. Todo está controlado”. Un año después, es presidente del Gobierno y quizás piense que tampoco pasa nada. El hombre del coche fantástico –este sábado llegó a Zarzuela en su Peugeot 407 (2.500 euros de valoración actual) y salió en Audi A-8- es un hombre tranquilo. O insensato. O ambos atributos a la vez.
Sánchez es un hombre sin miedo, que son los que más miedo han de dar. También debería darle al Jefe del Estado: se quita el crucifijo y la Biblia, y ya sólo queda el Rey. A España no sabemos, pero a él ya le ha salido bien: ya es el séptimo presidente del actual periodo democrático de España. Además de una cuestión nada baladí. Según el Estatuto del Presidente del Gobierno, lo será en tratamiento para toda la vida, con cargo y sueldo (100.000 euros anuales) como miembro del Consejo de Estado. Aquel día en el hospital, le dije de despedida: espero que le vaya bien al PSOE contigo, porque será bueno para todos. Lo mismo le deseo hoy por España.
(Se me olvidaba: la paciente inglesa del principio acabó suicidándose por depresión).