1. La guerra de los lazos: algo más que un fetichismo
Si algo demuestra la historia es que las independencias no se consiguen colgando lazos, sino colgando de ellos a los que se oponen a la secesión. Y quizá por eso Europa huye de ellas como alma que lleva el diablo y el proceso secesionista catalán no ha cosechado ni un solo apoyo internacional.
Al nacionalismo callejero, en fin, la fuerza se le escapa por el fetichismo de los lazos de plástico amarillo, una parafilia política vistosa pero intrascendente y sin resultados concretos en la práctica.
Más grave es el hecho de que ese fetichismo haya sido diseñado y esté siendo fomentado y protegido por los poderes públicos catalanes. Y, muy especialmente, por los Mossos d'Esquadra, una fuerza de 17.000 hombres armados que, a día de hoy, parece obsesivamente centrada en la protección de los intereses de sólo la mitad de los catalanes.
La respuesta del Gobierno español, por boca de Pedro Sánchez, ha sido pedir diálogo entre aquellos en Cataluña que controlan todos los resortes del régimen (políticos, presupuestarios, mediáticos y policiales) y aquellos que no controlan ninguno. En el mejor de los casos, un brindis bienqueda al sol. En el peor, puro cinismo.
2. No van contra Llarena: van contra el Estado de derecho
Tras ser recibido Quim Torra en la Moncloa, y mientras fontaneros del Gobierno y la Generalidad trabajan en un acuerdo "aceptable" para el nacionalismo, Carles Puigdemont y su abogado Gonzalo Boye han presentado una demanda contra el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena frente a la Justicia belga. Una demanda sin fundamento jurídico, manipulada y sospechosa de fraude procesal cuyo objetivo no es ya el juez instructor del TS, sino la credibilidad de la Justicia española en pleno.
Una andanada de la democracia española a la que el Gobierno respondió en un primer momento abandonando al juez Llarena en manos del nacionalismo para rectificar después, forzado por la rebelión de una amplia mayoría del Poder Judicial.
3. Un otoño caliente: a la espera de un Maidán español
El nacionalismo lo ha anunciado por activa y por pasiva: la Diada del próximo 11 de septiembre será el pistoletazo de salida para un mes en el que se intentará tensar al máximo el clima social en Cataluña e, indirectamente, las relaciones con el Gobierno central.
Torra y Puigdemont sueñan con un Maidán español, con el bloqueo de infraestructuras clave, con acampadas callejeras permanentes y con actos masivos de desobediencia "civil". Idealmente, con la ocupación de organismos clave, como las Delegaciones de Gobierno. Tras la deserción del Gobierno en Cataluña, que eso ocurra depende sólo de dos factores: el azar y la voluntad de las masas independentistas.
4. ¿De qué sacrificios habla Torra?
"Habrá que defender la república catalana. Hay que pensar en los sacrificios que habrá que hacer para hacer efectiva la república" dijo este viernes, en Perpiñán, el presidente de la Generalidad catalana.
Torra no especificó a qué tipo de sacrificios se refería, pero esa es la mayor de las peores virtudes del nacionalismo catalán: su habilidad para retorcer el lenguaje y el verdadero significado de las palabras de manera que una misma expresión ("hacer sacrificios") puede ser interpretada de una u otra manera por distintos sectores sociales. Como una llamada a salir a la calle a colgar lazos, para el jubilado que vota al PDeCAT, o como una llamada a incrementar el nivel de agresividad en las calles contra los catalanes no nacionalistas, para el hiperventilado de la CUP.
5. ¿Diálogo o chantaje?
No parece que el plan de Pedro Sánchez para "solucionar" el tema catalán fuera más allá de una genérica apelación al diálogo destinada a agotarse una vez escenificada entre grandes aspavientos.
Pero una vez representada la obra teatral de la reunión entre Torra y el presidente del Gobierno, y agotado ya el sonsonete del "diálogo", el nacionalismo ha respondido como era de prever: con un ¿qué hay de lo mío? al que Sánchez no puede ni podrá dar respuesta por su falta de apoyos en el Congreso de los Diputados para las reformas de calado.
Torra y el Gobierno catalán, por su lado, no han retrocedido ni un solo milímetro en sus exigencias. Su línea roja es un referéndum de independencia prohibido por la Constitución y eso confirma que el "diálogo" con el nacionalismo jamás ha sido un "diálogo", y ni siquiera una "negociación", sino tan sólo un chantaje en el que los acuerdos siempre han beneficiado a uno de los bandos "dialogantes".
6. Mejor preso independentista en Lledoners que ciudadano catalán constitucionalista en un pueblo de la Cataluña profunda
Vistos los privilegios de los que disfrutan los presos independentistas en las cárceles catalanas y el acoso, las amenazas y los señalamientos a los que son sometidos los catalanes no nacionalistas en los pueblos de la Cataluña profunda, parece obvio que el traslado que el Gobierno socialista debería haberse planteado en su momento no era el de los presos catalanes a prisiones cercanas a sus localidades de residencia, sino el de los catalanes constitucionalistas a ciudades en las que impere el Estado de derecho. Es decir a cualquiera en la que no gobiernen Podemos o el nacionalismo vasco y catalán.
7. Muecines independentistas y bolsas de mierda colgadas de las vallas
Ningún observador externo y 100% imparcial podría calificar más que de patología psiquiátrica la degeneración surrealista de las escenificaciones independentistas. Llamadas a la "resistencia" por megafonía en Vic, bolsas de basura amarillas rellenas con mierda junto a un cartel de "Rivera quita estos", cruces de madera en las playas, lazos amarillos en monumentos protegidos o pintados en parajes naturales protegidos…
El proceso separatista ha dejado de ser un movimiento ideológico para convertirse en un amalgama de violencia política y esperpento que deja una pregunta en el aire: ¿Qué tipo de sociedad crearía el independentismo si sus ideas llegaran a triunfar?
8. El acoso de los Mossos a los catalanes no independentistas
Un paso más en el acoso institucional catalán a los discrepantes, espoleado por la inacción de un Gobierno que ha convertido el apaciguamiento no en un medio para llegar a un fin determinado, sino en el mismo fin de su política respecto a Cataluña. Identificaciones arbitrarias, acoso y sanciones por parte de los Mossos están al orden del día y han convertido la actividad de retirar simbología independentista de las calles en una actividad de riesgo.
Examinados los hechos, no resulta difícil adivinar que el separatismo está testando los límites de la paciencia del Gobierno central: todo el terreno que ocupe ahora el nacionalismo es terreno que jamás será recuperado para el Estado. El paso dado ha sido enorme. En Cataluña se ha pasado de normalizar el hecho de que se le impida a los niños estudiar en español en las escuelas a normalizar el de que la policía tome partido por uno de los bandos en conflicto y ejerza de fuerza de choque del independentismo.
9. Una retórica guerracivilista
Quienes creían que Torra moderaría su retórica una vez instalado en el palacio de la Generalidad y después de que Pedro Sánchez le acariciara un poco el lomo han debido ejecutar un aterrizaje forzoso en la realidad: sus declaraciones de las últimas semanas no desentonarían en el panorama social y político de la España de 1936.
Quienes a ello responden que son sólo aspavientos sin consecuencias en la práctica olvidan que en la Cataluña separatista ese ha sido, siempre, el primer paso para la ocupación por parte del nacionalismo de nuevos espacios políticos, legales y mediáticos.
10. Los constantes viajes de pleitesía a Bélgica
Existen dos Cataluñas sociales y dos Cataluñas políticas. La Cataluña social está dividida entre nacionalistas (que incluye a los independentistas y a los equidistantes) y los constitucionalistas.
La Cataluña política está dividida entre la Cataluña institucional oficial, paralizada desde las elecciones de diciembre de 2017, y la Cataluña institucional paralela: esa que se mueve por el palacio de la Generalidad y el Parlamento como si ya se viviera en una república independiente y en la que se rinde pleitesía periódica a un supuesto presidente legítimo en el exilio, en realidad un prófugo de la Justicia en cuyas manos descansa, eso sí, el futuro político de Pedro Sánchez gracias a un arma nuclear llamada "elecciones anticipadas".
Es Pedro Sánchez el que ha puesto ese arma en manos de Carles Puigdemont al no reactivar un 155 que a día de hoy, desaparecido el Estado de derecho de la región y con la sociedad catalana abocada a un enfrentamiento civil que se prevé duradero y de intensidad desconocida, es más imperativo incluso que en septiembre y octubre del año pasado.