No les faltó razón a los jerarcas populistas cuando pusieron el grito en el cielo, con una queja que sonaba a lamento terminal: "Pedimos el cuarto de invitados y nos dan la caseta del perro".

Ese gemido lastimero, aunque todavía no añada clarines de venganza, no deja de ser una decepción en toda regla ya que devuelve a la militancia populista a la condición de actores secundarios, descamisados, en la fiesta de la investidura, que se ha saldado con otra intentona fallida de la que no cabe culpar solamente a una parte.

Cuando han salido a la luz las pretensiones de quienes aspiraban a formar un gobierno de coalición, uno tiene la impresión de que no se conformaban con ocupar la habitación de invitados, como decían. Sus demandas más bien apuntaban a que querían instalarse en el salón, acampar con la basca en el jardín y montar una barbacoa en la piscina. Pero lo más grave de todo es que no sería nunca un gobierno de coalición sino dos gobiernos, uno empotrado en el otro. Lo que daba lugar a una insólita alianza.



El orgullo herido de su líder, que no ha podido soportar el efugio que le privó de ser vicepresidente, disparó las impaciencias hasta el límite de reivindicar la totalidad del área social del gobierno, mientras dejaba los conflictos en manos del partner.

A una opinión pública sumida en el desconcierto no se le puede enredar con una apariencia: dos programas distintos y un presidente como figura decorativa, por encima de dos vicepresidencias contrapuestas. Porque a ese invento no se le puede llamar así cuando hay palabras más veraces para definirlo.

El abismo que separa ambas posiciones es el mejor indicador de la imposibilidad de llegar a un punto de encuentro

Repasando el listado de reclamaciones de la izquierda extrema, aparece un paquete de competencias requeridas en que no falta rango ministerial (junto a la transición energética y el medioambiente) a los derechos de los animales, derecho a los suministros básicos, pensiones y apuestas, estas acomodadas en un ministerio de Hacienda rebautizado como Ministerio de Justicia Fiscal y Lucha contra el Fraude.

Sin atollarse en el lenguaje, que no deja de ser inaudito, las exigencias completan un catálogo de gobierno con intenso énfasis social, sin dejar nada al albur del olvido o la irrelevancia. Lo cual dejaría a la otra pata del gobierno con competencias residuales: la policía y orden público, el conflicto territorial, la aplicación de la justicia, relaciones exteriores, inversiones públicas y estructuras administrativas del Estado.

El reparto le dejará a más de uno perplejo ya que se echan en falta cantidades industriales de realismo. No se puede responder a un discurso de investidura que ha puesto el énfasis en el desafío digital con planteamientos tan alejados de la gestión, y fertilizados de una ideología tan distante de la inversión, la creación de empleo o la productividad, por no mencionar las obligaciones tan relegadas por los derechos.

El abismo que separa ambas posiciones es el mejor indicador de la imposibilidad de llegar a un punto de encuentro y, salvo que los partidos constitucionales lo eviten, aboca a una repetición de las elecciones.

Sería un ejercicio de patriotismo muy estimable que dos partidos constitucionales (populares y ciudadanos) elaborasen un documento conjunto en el que se precisase lo que conllevaría una abstención que permita la formación de un gobierno monocolor al partido más votado y que está intentando, con poco éxito, formar gobierno. Una demostración de preocupación e interés por la estabilidad de un país que merece un beau geste.

Si los partidos permiten formar gobierno, podrán congraciarse con sus votantes y desplegar sus opciones opositoras

El documento debería ser sencillo para que sus votantes lo estimasen en su justa medida. Con cuatro puntos: en primer lugar, una crítica a la forma en que se ha desarrollado el encargo del jefe del Estado. Por no haber, no ha habido ni una simple cuartilla dirigida a pedir la abstención a quienes ni están obligados ni quieren, los competidores del formador. Esas maneras exigen la autocrítica del suplicante y cierto dolor de contrición.

En segundo término, una descripción de los compromisos que para el candidato entraña la abstención. En tercer lugar, la advertencia de una oposición en toda regla, una vez se haya formado el nuevo gobierno. Y por último, el anuncio de que el incumplimiento de los compromisos asumidos desembocaría en una moción de censura, con posibilidad de prosperar, aunque solo fuera porque el sindicato de afectados la secundaría en bloque.

Con este simple ejercicio de coherencia en respuesta a la compleja situación actual, que es susceptible de verse agravada en el otoño, los partidos se podrían congraciar con sus votantes -no con todos- harían posible un gobierno y tendrían las manos libres para desplegar sus opciones opositoras.

Ya sé que el optimismo y la ingenuidad no gozan de buena salud, pero es una obligación moral intentar que los partidos que defienden la Constitución unan esfuerzos para que aflore el bien común. Y, de paso, el sentido común, tan reivindicado.

La caseta del perro es una simpática figura literaria que no tiene fácil acomodo en un país en el que hasta los candidatos a la vicepresidencia del Gobierno disfrutan de un chalet con piscina, lo que da idea del visible progreso social.

*** Luis Sánchez-Merlo es escritor.