Si los protagonistas de aquel esfuerzo titánico que fue la política europea de España, durante el siglo largo de nuestra hegemonía, hubieran asistido a los sucesos de este año en Europa, quizás habrían llegado a la conclusión de que no todo ha cambiado desde entonces: encontrarían un bando unificador y un bando disgregador. Y entre ellos, una gran contienda, imposible de ganar definitivamente, en la que confluyen multitud de intereses contrapuestos, superpuestos, imbricados. Una guerra en la que, ante todo, importa ganar tiempo, evitar el desastre inmediato, y esperar el desgaste del enemigo.
El desastre inmediato amenazaba a principios de este año al bando unionista ―el heredero lejano de aquellos sueños de articulación política continental en cuya defensa dejó la España de los Austrias su sangre y su plata―: las encuestas pronosticaban un avance arrollador de los nacionalistas en las elecciones europeas, en las que conseguirían una representación suficiente como para bloquear las instituciones comunitarias.
En Austria y en Italia el nacionalismo tocaba ya el poder, y Salvini amagaba con la voladura del euro, por vía de la deuda presupuestaria incontrolada en la tercera economía más poderosa de la eurozona. El brexit podía provocar un efecto dominó, que se iniciaría quizás en la propia Italia, o en Holanda, o en una Francia que cayera en manos del lepenismo (... y Francia se encontraba entonces en plena crisis de los chalecos amarillos...).
Y, sin embargo, y tal vez contra todo pronóstico, los sucesos de estos últimos meses han despejado los escenarios más devastadores, y han proporcionado a la Unión Europea una tregua. Un tiempo valioso, que debería aprovechar al máximo.
Las elecciones europeas registraron un avance de las fuerzas disgregadoras, pero mucho menor del que se temía
Strache ha perdido la vicecancillería en Austria tras destaparse su pintoresco procedimiento de obtener financiación rusa. (¿Habrá algún enemigo de Europa al que no financie Rusia...?). Salvini ha perdido su importante cuota de gobierno en Italia por un grave error de cálculo político.
Las elecciones europeas han registrado, sin duda, un avance de las fuerzas disgregadoras, pero mucho menor del que se temía. De manera que los nacionalismos no tienen fuerza para bloquear realmente el Parlamento comunitario en esta legislatura que comienza. Y en cuanto al brexit... difícilmente habrá quien quiera hoy por hoy en Europa adentrarse en la jungla que en la que se han enmarañado los británicos.
Desde su retiro en Yuste, el emperador Carlos quizás recordaría años así, en los que se tiene la sensación de que lo peor tal vez ya ha pasado. La sensación que él pudo sentir en 1547, por ejemplo, tras la desaparición de Lutero y de sus grandes adversarios políticos en Inglaterra y Francia, y la victoria en la batalla de Mühlberg... O la que pudo sentir el Duque de Lerma en 1609, tras negociar la Tregua de Amberes con los rebeldes holandeses en un momento en el que el Estado español se encontraba exhausto, y a duras penas hubiera podido proseguir la guerra.
Evitar el desastre inmediato. Ganar tiempo. Y ya que no se puede vencer de una vez por todas al enemigo, esperar su agotamiento... Desde la época de los agudos análisis de Ortega, no ha sido otra, en el fondo, la política española frente a las fuerzas tribales que amenazan la integridad del Estado. Y quizás no haya sido tan mala política, después de todo. Y algo por el estilo puede convertirse ahora en la forma de ir manejando la situación europea: ganar tiempo. Resistir. Al final el que resiste gana, según afirma el viejo refrán castellano. Y no hay Putin que cien años dure.
Sería muy bueno que los líderes comunitarios aprovecharan la tregua actual para reforzar la unión
No obstante, sería muy bueno que los líderes comunitarios aprovecharan la tregua actual para reforzar la unión, afrontando en esta legislatura algunos de los temas urgentes que la amenazan: avanzar en el control eficiente de sus fronteras exteriores, por ejemplo. En la consolidación del euro y de las finanzas comunitarias asociadas con él. En el establecimiento, sin ir más lejos, de mecanismos compensatorios para que la política monetaria única no sea una política con países vencedores y países vencidos. En la creación de un sistema de defensa comunitario: un ejército europeo que garantice la suficiente autonomía a nuestro continente en un mundo de aliados cada vez más impredecibles y de alianzas cada vez más volátiles. En una mejor coordinación de la política exterior...
No cabe esperar de unos poderes tan poco poderosos como los europeos el que se realicen avances drásticos en ninguno de estos asuntos... Pero tampoco es necesario que sean drásticos. Que se avance. Poco a poco. A ritmo comunitario. Que se avance hacia la unión, en lugar de hacia la disgregación.
Y entonces,... ¡quién sabe...! Quizás los machos alfa de la política mundial han cantado victoria demasiado pronto. Quizás la débil Europa resulte ser más fuerte de lo que parece.
*** Francisco José Soler Gil es profesor titular de Filosofía de la Universidad de Sevilla.