Contra el bilingüismo
La autora defiende un modelo de sociedad abierta en la que los hablantes de todas las lenguas sean respetados, y critica la política a esta respecto del nacionalismo catalán.
Las palabras racistas de Anna Erra, alcaldesa de Vic, causaron bastante sorpresa fuera de Cataluña pero aquí ya estamos acostumbrados. Aunque los beneficios del bilingüismo están demostrados por diferentes disciplinas científicas, en Cataluña, una importante parte del movimiento separatista se muestra manifiestamente en contra.
Por ejemplo, en 2015, Pau Vila publicó el libro El bilingüismo mata y, meses después, apareció el Manifiesto Koiné contra el bilingüismo, firmado por las dos últimas consejeras de Cultura de la Generalitat.
Si las máximas responsables de la cultura en Cataluña están contra el bilingüismo, imagínense cómo estamos todos aquellos que creemos en una sociedad abierta y plural donde los hablantes de todas las lenguas sean respetados.
Bueno, para ser exactos, los demás idiomas no molestan a nuestros dirigentes regionales, solo es uno: el español. Así, por ejemplo, es frecuente ver carteles del Ayuntamiento de Barcelona que dirige Ada Colau escritos en varios idiomas excepto el español. Porque eso sí, según ellos, nadie les gana a acogedores. Catalunya, terra d’acollida, dicen.
La realidad es otra, la del “dime de qué presumes y te diré de qué careces”. El amplio espectro nacionalista –que en Cataluña va del PSC a la CUP– siempre se llena la boca con “un sol país”. Se trata de una fantasía –distópica, en mi opinión- en la que la sociedad catalana es homogénea y está unida por la lengua catalana, que es la única que puede garantizar la cohesión (en Suiza deben de alucinar y en India, ni les cuento).
La idea es erradicar el español de la vida pública y por eso prácticamente no está presente en la Educación
Sin embargo, la realidad es que se trata de una obra de ingeniería social puesta en marcha por el pujolismo y en la que los diferentes gobiernos se han aplicado a todo lo que da. La idea es erradicar el español de la vida pública y por eso prácticamente no está presente en la Educación ni los medios de comunicación públicos ni en las comunicaciones de las administraciones.
Así, a diferencia de lo que suele suceder con el resto de lenguas regionales, el catalán es considerada aquí la única lengua válida para las comunicaciones públicas. No es hasta la aparición de Ciudadanos cuando empieza a haber un cuestionamiento abierto a esta situación.
Pongo un ejemplo: hasta la entrada de Cs en el Parlamento de Cataluña, no se usaba para nada el español y en la anterior legislatura, solo nosotros y el PP la utilizábamos para nuestras intervenciones. En esta legislatura ya se empiezan a sumar otros partidos pero, hasta ese momento –y han tenido que pasar casi 40 años–, se consideraba intervenir en español poco menos que una falta de respeto a la institución.
Todo esto viene porque, según el nacionalismo, el español es una lengua ajena, impuesta en Cataluña con el Decreto de Nueva Planta. No importan los hechos reales, no importa que dicho decreto privilegiara al español frente al latín y no frente al catalán o que en la segunda mitad del siglo XVI, la mayoría de libros que se editaran en Barcelona fueran en castellano, seguidos por los escritos en latín y solo el 17% lo fueran en catalán.
En su relato, el español es una lengua impuesta y, por lo tanto, antipática y que debe verse reducida a su mínima expresión para resarcir al catalán de tanta afrenta. Como pueden comprobar, no es solo que les den igual los hechos reales, es que les importan un comino –que diría la diputada Montserrat Bassa, de ERC – las personas, porque la mayoría de los catalanes tenemos como lengua materna el español.
El separatismo catalán bebe de ese nacionalismo decimonónico que identifica lengua con país, un disparate que no se sustenta por ninguna parte pero que les sirve para justificar todo tipo de tropelías en defensa de la preservación de la lengua catalana.
Uno podría pensar que se trata de una campaña desafortunada, pero no, el racismo está en la raíz del nacionalismo catalán
Así, la consellera de Cultura, Mariàngela Vilallonga, una señora que habla abiertamente de “la raza catalana”, puede afirmar en sede parlamentaria, sin ningún tipo de rubor, que está preocupada por la supervivencia de la lengua catalana pese a tener unos diez millones de hablantes, lo que la aleja de cualquier riesgo de extinción.
Según ella, necesitan un Estado propio para asegurar su continuidad pese a que, por ejemplo, el catalán está bastante mejor que el irlandés, por mucho que Irlanda sea un país y Cataluña una comunidad autónoma. Y todo esto lo dijo para defender la campaña “No me cambies la lengua” que habla de las “características físicas” de aquellos que no parecen nacidos en Cataluña. Catalanes no autóctonos, según Anna Erra.
Por más que el profiling o actuaciones basadas en el aspecto físico encuentren un amplio rechazo en los países democráticos, la Generalitat de Cataluña ha lanzado una campaña así de la mano de Plataforma de la Llengua, conocidos por haber espiado a los menores a la hora del patio y por las campañas de señalamiento a los autónomos y trabajadores –muchas veces de origen inmigrante– que no hablan en catalán en sus negocios.
La idea es, como ya les decía, erradicar el español de la esfera pública y, si es posible, también de la privada, porque esta campaña no diferencia entre una y otra: hay que hablar catalán con todas las personas, en cualquier situación, vengan de donde vengan y quieran hablar lo que quieran hablar.
Uno podría pensar que se trata de una campaña desafortunada, sin más, pero no, el racismo está presente en el nacionalismo catalán desde sus orígenes y ahí tenemos las diferentes declaraciones contra los negros de Heribert Barrera; contra los andaluces de Jordi Pujol; las diferencias de ADN entre los catalanes y los españoles de Oriol Junqueras y los artículos racistas y supremacistas de Quim Torra, por poner algunos de los ejemplos más conocidos.
Todo esto es lo que se ve, la parte más escandalosa, la que provoca indignación y espacio en los medios de comunicación, pero solo es la punta del iceberg del racismo soterrado que atraviesa todo el separatismo catalán. Y estos son los socios de Sánchez.
*** Sonia Sierra es diputada y portavoz de Educación de Ciudadanos en el Parlamento de Cataluña.