El fundador del nacionalismo vasco empezó siendo carlista por tradición familiar. Luego, a raíz de la división en el seno del tradicionalismo, que se gestó entre los años 1885 y 1888 durante su estancia en Barcelona, se convirtió en integrista. Por ese previo integrismo se entiende muy bien su ultraortodoxia católica –más papista que el Papa– y la supresión de la figura del Rey de la tríada tradicionalista, quedando solo Dios y Patria.
Ese antimonarquismo, típico de un antiguo integrista, está en la base de la aversión de Sabino Arana a la institución del Señorío de Vizcaya. Pero será su furibundo antiespañolismo el factor decisivo.
En efecto, en el caso vasco, y concretamente vizcaíno, la genealogía de los señores de Vizcaya quedó unida a la de los Reyes de Castilla a partir de 1379, cuando Juan I, que era señor de Vizcaya, se convirtió además en Rey de Castilla.
Es por eso que ambos títulos representaron para Sabino Arana una rémora aberrante para Vizcaya: “La mil veces maldecida unión de ambos poderes, Real de España y Señorial de Bizkaya, en una persona: efecto de la institución señorial, y causa, a su vez, más determinante de la esclavitud que hoy nos oprime”.
Sabemos ya que la tergiversación histórica es consustancial a la obra de Sabino Arana y que su primer libro, Bizkaya por su independencia, resultó clave para el inicio de la propaganda nacionalista. Ahí relata las batallas de Arrigorriaga, Gordejuela, Ochandiano y Munguía –las “Cuatro glorias patrias” del subtítulo– que, según su autor, habrían librado los vizcaínos contra el invasor español en plena Edad Media. Lo cual suponía considerar, de entrada, que España era todo lo demás al margen de Vizcaya.
Todos los señores de Vizcaya –desde el primero documentado en el siglo XI– eran castellanos hasta la médula
Pero para eso tenía que encajar el hecho cierto de que todos los señores de Vizcaya –desde el primero documentado históricamente en el siglo XI, Eneko López– eran castellanos hasta la médula. En cualquier caso, sostener, como hacía el fundador del nacionalismo vasco en este libro, que los vascos, además de continuar independientes –algo imposible a partir de su vinculación a la Corona de Castilla a partir de 1200–, habían dado su sangre para defenderse de las invasiones españolas, era un disparate de una irresponsabilidad inaudita que abría la puerta de par en par a cualquier violencia posterior, incluida la de ETA, como explicamos en el artículo anterior.
Pero vayamos al relato de las batallas de ese libro. La primera es la de Arrigorriaga de un incierto año 888, que daría lugar al pacto originario de los vizcaínos con el primer señor de Vizcaya, el legendario Jaun Zuria. Mañaricúa, el mejor especialista en historia de Vizcaya del siglo XX, dejó explicado que este episodio no fue más que una leyenda, utilizada en ese sentido por toda la literatura vasca hasta Sabino Arana, y procedente de dos fuentes, el Livro dos Linhagens del portugués conde de Barcelos, del siglo XIV, y Las bienandanzas e fortunas de Lope García de Salazar, de mediados del siglo XV.
La ocurrencia del fundador del PNV fue convertir a las tropas leonesas que, según la leyenda, entraron en Vizcaya, en representación del maremágnum que era la España de los primeros siglos de la Reconquista.
Las siguientes dos batallas del libro, las de Gordejuela y Ochandiano, fueron dos escaramuzas que tuvieron lugar en 1355, una detrás de la otra, y por supuesto tampoco fueron de Vizcaya contra España ya que los derrotados entonces serían los partidarios del rey Pedro I, que a su vez se convertirá luego, en 1358, en señor de Vizcaya hasta 1366, dato que lo dice todo sobre el significado “independizador” de aquellas batallas.
Ambas se enmarcan en la guerra civil en Castilla entre Pedro I y el futuro Enrique II, que se sustanció con la victoria de este último. La obra del carlista Arístides de Artiñano fue la fuente principal de Sabino Arana para explicar los hechos, que él transformó hasta dejarlos irreconocibles.
La última batalla, la de Munguía, fue el colmo del delirio tergiversador del fundador del PNV. Tiene lugar en 1471, en la coyuntura histórica de la sucesión del rey Enrique IV, que va a dar lugar a disputas locales por todo el reino, entre partidarios y detractores. En Vizcaya se imponen los que quieren que Isabel y Fernando, los futuros Reyes Católicos, protejan al Señorío de la política profrancesa de Enrique IV, considerada un riesgo al estar Francia tan próxima.
Una batalla en clave interna vizcaína fue interpretada como de lucha por la independencia de Vizcaya contra España
Munguía venía siendo desde hacía un siglo epicentro de enfrentamientos entre los dos bandos principales de Vizcaya, el de Butrón-Múgica y el de Avendaño. Que dichos bandos unidos en Munguía no representaron ningún poder autónomo o independiente de Vizcaya respecto de Castilla, como pretendía Sabino Arana, lo demostró el hecho de que cuarenta años después, cuando en 1512 Fernando el Católico organice un ejército castellano para invadir Navarra, los dos mil vizcaínos reclutados para dicha empresa estarán al mando de Gómez de Butrón, cabeza del bando oñacino, y del entonces ballestero mayor del rey de Castilla, Martín Ruiz de Avendaño, por parte de los gamboínos.
En definitiva, una batalla en clave interna vizcaína para que el Señorío se acogiera al manto protector de los futuros Reyes Católicos, fue interpretada por Sabino Arana como de lucha por la independencia de Vizcaya respecto de España, redoblando la manipulación de las dos anteriores batallas.
La tergiversación histórica de Bizkaya por su independencia fracasa estrepitosamente debido a que los señores de Vizcaya nunca hacen lo que Sabino Arana hubiera esperado de ellos, lo cual debió producirle una megalomanía consistente en creer que todos los vizcaínos se habrían equivocado durante toda la historia por elegir la forma señorial. Algo que les debió parecer a los nacionalistas de los primeros tiempos de la Transición el colmo de la clarividencia.
Tan es así que, si la institución del Señorío, según la tradición, empezó en la batalla de Arrigorriaga del año 888, los representantes del PNV en sesión plenaria, un 15 de diciembre de 1986, o sea once siglos después, utilizaron su mayoría en las Juntas Generales de Vizcaya para abolir dicho Señorío, quitando ese título histórico del nombre oficial de la provincia y reformando así mismo su escudo, suprimiendo los dos lobos, que representaban a los señores, además de los leones, que representaban a España.
Así es como el PNV, en homenaje a su fundador, abolió de golpe once siglos de historia vizcaína, demostrando cómo entienden ellos eso de respetar y defender las tradiciones del pueblo vasco.
*** Pedro José Chacón Delgado es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.