Una de las reglas básicas de la ciencia política es que no existen los espacios vacíos. Si un partido o un sistema ideológico desaparecen, otro con características muy similares ocupará su lugar y se ganará a sus creyentes.
Ocurrió a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando el comunismo y su "enfermedad infantil", el socialismo, ocuparon el lugar que el cristianismo estaba dejando vacante poco a poco tras ser herido de muerte por la Ilustración un siglo antes.
Está ocurriendo ahora mismo, frente a nuestros ojos, a raíz de las protestas por la muerte de George Floyd.
Algunos analistas caen en la tentación de identificar el nuevo culto totalitario con el socialismo o con un socialismo 2.0 adaptado al signo de los tiempos. Pero se equivocan.
El nuevo culto totalitario –en el sentido de que aspira a imponer sus dogmas tanto en la esfera pública como en la personal de los ciudadanos– no es un socialismo 2.0. Es un nuevo sistema de pensamiento y está destinado a chocar por la hegemonía ideológica con sus rivales en un futuro cercano.
1. La utilización política de los niños
La separación de la esfera infantil y la adulta era uno de los consensos más arraigados en la Vieja Normalidad.
Hoy, los niños son invitados a hablar en parlamentos y televisiones. Sus puntos de vista son elogiados por dirigentes políticos dispuestos a infantilizar su discurso hasta el esperpento. Las ideas de filósofos, ingenieros y científicos son ridiculizadas mientras se eleva a Greta Thunberg a la categoría de icono.
La conversión de los niños en actores políticos legítimos es ya habitual en Occidente. Hace apenas unas décadas, sólo un fanático habría llevado a su hijo a protestas violentas en las que murieran asesinadas personas a diario y en las que los saqueos y los enfrentamientos violentos fueran habituales.
Pero los vídeos pretendidamente "entrañables" de niños cantando consignas políticas que llaman a la violencia –"no habrá paz si no hay justicia" por ejemplo– abarrotan hoy las redes sociales. La tendencia ha llegado para quedarse.
2. La manipulación de adolescentes
Tanto el comunismo como el nazismo utilizaron a los adolescentes como vanguardia propagandística, como delatores –de su propia familia incluso– o como carne de cañón para la lucha callejera.
Los jóvenes son fácilmente manipulables y almacenan grandes dosis de rebeldía sin causa a la búsqueda de una excusa que les permita dar rienda suelta a su frustración. Su inseguridad emocional les lleva a buscar encajar en el grupo más que a destacar entre la multitud. Son, además, extremadamente violentos.
No es casual que los protagonistas de la violencia de estos últimos días en los Estados Unidos hayan sido, en su mayoría, adolescentes. Son ellos los que han publicado en sus redes sociales vídeos en los que se les ve golpear hasta el borde de la muerte a ciudadanos que intentan proteger sus viviendas o sus negocios.
3. El control de la educación
Los sistemas ideológicos se imponen durante la infancia (punto 1) y se consolidan durante la adolescencia (punto 2). El control de la educación, tanto básica como universitaria, ha sido clave para totalitarismos y religiones.
Los cada vez más frecuentes despidos de profesores universitarios incómodos, la eliminación de materias que no encajan en el discurso dominante y los boicots contra conferenciantes cuyas ideas se consideran heréticas son ya cotidianos en las universidades anglosajonas.
El terror de profesores y autoridades universitarias a ser "cancelado" –marginado profesional y socialmente– por los estudiantes ha allanado el camino a la conversión de las universidades en madrasas de la nueva religión. El proceso es lento, pero constante.
4. El enfrentamiento generacional
Los disturbios de estos días han generado una tendencia en la red social TikTok. La de vídeos grabados por adolescentes en los que estos insultan o se enfrentan violentamente a sus padres. Los comentarios a esos vídeos suelen jalear a su protagonista y a recalcar la existencia de dos mundos incompatibles. El de "los viejos" y el de "los jóvenes".
Todos los sistemas totalitarios han aspirado a hacer tabla rasa. La alienación familiar, la búsqueda del enfrentamiento entre padres e hijos, ha sido clave en este proceso. En la Camboya de los Jemeres Rojos, miles de niños denunciaron a sus propios padres para que estos fueran asesinados por la dictadura.
Los medios de comunicación, como la revista Insider, han tratado este tema obviando su génesis totalitaria y quedándose en su superficie. La de un enfrentamiento generacional sin mayor trascendencia.
5. La liturgia
Toda religión cuenta con su liturgia. Las protestas por el asesinato de George Floyd no han sido la excepción y han generado su propia liturgia en forma de ceremonias masivas de arrodillamiento o de publicación de fotos negras en redes sociales como Instagram.
Como toda liturgia totalitaria, esta no es optativa y hasta los ateos han sido obligados a plegarse a ella. Aquellos que no se han arrodillado cuando se lo ha exigido la muchedumbre han sido señalados como racistas o fascistas. Aquellos famosos del mundo del espectáculo o del deporte que no han publicado una foto negra en su cuenta de Instagram han sido acosados y boicoteados hasta que han cedido al chantaje.
La presión es enorme. Un solo ejemplo. El equipo de fútbol Los Angeles Galaxy ha despedido al jugador serbio Aleksandar Katai después de que su esposa publicara una imagen de saqueadores violentos acompañada de un juego de palabras con el nombre de Black Lives Matter: "White Nikes Matter" (las zapatillas Nike blancas importan).
6. La legitimación de la violencia
Una religión no admite espacio para la duda. Sus postulados son siempre ciertos, indudables y universales. Cualquier sistema de creencias alternativo es radicalmente falso, además de peligroso y disolvente.
De ahí a la tesis de que la violencia contra los herejes está justificada hay sólo un paso. Paso que suele justificarse con la idea de que no se debe ser tolerante con los intolerantes.
En la nueva religión, la violencia no sólo no es indeseable por sí misma, sino que es deseable y siempre perdonable. "En los saqueos sólo se roban productos comerciales, no se puede comparar con una vida humana" dicen los que justifican a los saqueadores.
En realidad, en los disturbios por el asesinato de George Floyd han muerto ya 18 personas a manos de los radicales. También se han incendiado y arrasado miles de viviendas y de comercios pertenecientes a ciudadanos inocentes.
La idea de que el fuego, la violencia y la destrucción purifican tiene siglos de antigüedad. La nueva religión no ha sido demasiado original en este detalle en concreto.
7. La sumisión de las elites
Toda religión necesita dar el salto desde las calles hasta los palacios, y viceversa, para convertirse en hegemónica.
La nueva religión ha sido creada por los hijos de palacio, adoptada por la calle y devuelta a palacio. Allí, los gobernantes –los políticos–, los sacerdotes –los medios de comunicación– y los bufones –el mundo de la cultura– ha hecho estandarte de ella para ganarse a la plebe.
El New York Times publicó el pasado 3 de junio este artículo de opinión del senador republicano Tom Cotton en el que se pide utilizar al ejército para que este ayude a la policía en sus enfrentamientos con los violentos.
La redacción del diario se rebeló contra la publicación de un artículo que consideró "intolerable". El New York Times cedió a las presiones y ahora el artículo aparece con una nota de disculpa en el que se dice, con argumentos sectarios y fácilmente refutables, que este "no debió haber sido publicado" por no ajustarse a los "estándares" del diario.
No es un hecho excepcional. La redacción del diario El País también se rebeló hace años por un editorial no demasiado amable con el guerrillero comunista Che Guevara. Otros periodistas en otros medios han intentado –y a veces logrado– que se despidiera a algún colega por alguna columna de opinión que no rendía pleitesía a la superstición de moda.
Hoy, periodistas y políticos que justifican la violencia son invitados habituales en las tertulias de televisión. Aquellos que muestran reparos son calificados de fascistas o de racistas. Es decir, de herejes.
8. La banalización
El último paso es la conversión de la nueva religión en un signo de estatus social. El proceso no es siempre fácil y suele provocar la indignación de los puristas de la nueva religión.
Pero desde un punto de vista puramente antropológico, la mutación de los elementos más banales de esa religión en un complemento de moda ideológico es una inmejorable noticia para ella. Ninguna religión sobrevive más allá de un corto periodo de tiempo si sólo cuenta con soldados y talibanes. Necesita también a los superficiales para llegar a la masa crítica que le permita convertirse en hegemónica.