Minutos antes de dar a luz, la madre de Maradona encontró un encendedor en la calle. Tenía forma de estrella: “Este hijo será distinto”, pensó.
Cuando Charles De Gaulle tenía diez años, un día que jugaba deslizándose por una barandilla, sufrió una caída. Al preguntarle si había pasado miedo, respondió: “¿Miedo? Yo he nacido bajo una buena estrella”. Cuando aquel niño jugaba con la colección familiar de soldados de plomo, elegía ser Generalísimo del Ejército francés.
Otro ilustre francés, François Truffaut, conversó cincuenta horas con Alfred Hitchcock, que le confesaría: “Yo no estoy contra la Policía, simplemente me da miedo […]. Yo tenía quizá cuatro o cinco años. Mi padre me mandó a la comisaría con una carta. El comisario la leyó y me encerró en una celda durante cinco o diez minutos diciéndome: ‘Esto es lo que se hace con los niños malos’”.
Influido por el puritanismo victoriano, Alfred fue un niño obeso, observador, solitario, que se convertiría en un adulto obeso, observador, solitario: “No recuerdo haber tenido jamás un compañero de juego. Me divertía solo e inventaba mis juegos”.
Se casó a los veintisiete años; aún no había probado el alcohol ni las mujeres. Años después, acompañado por el prefecto de Policía, visitaría el parisino Museo del Vicio, fijándose en la cantidad de aberraciones sexuales que se manifestaban mediante el dominio (en dicho museo tocaría la hoja que decapitó a María Antonieta).
Más allá de inhibiciones y miedos, ¿por qué las buenas estrellas solo brillan por encima de algunas cunas? ¿Y por qué algunas de esas estrellas dejan de brillar camino del cementerio?
En la primera escena de Match Point, durante un partido de tenis, Woody Allen muestra una vez más su genio: “Aquel que dijo ‘más vale tener suerte que talento’ conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte. Asusta pensar cuántas cosas se escapan a nuestro control. En un partido, hay momentos en que la pelota golpea el borde de la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia delante o caer hacia atrás. Con un poco de suerte, sigue hacia delante y ganas; o no lo hace y pierdes”.
De haber vivido hoy, Alfred Hitchcock hubiese sido denunciado por acoso sexual en el trabajo
Hitchcock también le confesó a Truffaut la razón por la que prefería actrices sofisticadas y rubias: “Buscamos mujeres de mundo, verdaderas damas que se transformarán en prostitutas en el dormitorio. La pobre Marilyn Monroe tenía el sexo inscrito en todos los rasgos de su persona”. El paradigma de actriz, según él, era Grace Kelly, quien, antes de ser princesa, una noche en Roma, visitó varios burdeles con Ava Gardner (en uno de ellos Grace sedujo a un joven italiano).
Al final de la conversación, Truffaut dibuja un bosquejo que nos permite intuir la tormenta que latía en el alma de Hitchcock: “Estoy seguro de que no fue el mismo después de Marnie, la ladrona, y que en esa época perdió gran parte de su confianza en sí mismo como consecuencia del fracaso de su relación profesional y privada con Tippi Hedren”.
Tuvieron que pasar varios años para que el biógrafo Donald Spoto convirtiera el bosquejo en radiografía, llegando a afirmar que, de haber vivido hoy, Hitchcock hubiese sido denunciado por acoso sexual en el trabajo.
El libro Las damas de Hitchcock es un recorrido por esos abusos: “Se sentía sin duda atraído por las mujeres (en especial las rubias), pero nunca habló bien de ellas […]. Para él, eran seres romos y caprichosamente sensuales, a merced de absurdos impulsos sexuales […]. ‘¡Que torturen a las mujeres!’, exclamaba, repitiendo el consejo del dramaturgo del siglo XIX Victorien Sardou sobre cómo construir una trama”.
Alfred Hitchcock había nacido un 13 de agosto en Londres, la capital del mundo entonces. Agonizaban el XIX y la época victoriana (la Primera Guerra Mundial pronto transformaría el progreso en miedo). Alfred, igual que Truffaut, igual que Woody Allen, contribuiría a que, durante el siglo siguiente, el cine fuera el arte con más obras maestras. El siglo XX, entre otras revoluciones, iba a traer la científica: la realidad —el tiempo y el espacio— era relativa; nuestros ojos podían estar equivocados.
Para Truffaut, Hitchcock es un cineasta realista porque puede filmar los pensamientos de los personajes sin la ayuda del diálogo. No obstante, a Graham Greene —que antes que novelista fue crítico de cine— le irritaba “el deficiente sentido de la realidad” del director inglés. Este, curiosamente, le daba la razón a Greene: “La verosimilitud no me interesa. Es lo más fácil de hacer”.
En muchas de sus películas Hitchcock obligaría a teñirse de rubio a las actrices; en la vida real, protagonizaría escenas inverosímiles: Donald Spoto cuenta cómo, en el plató de El enemigo de las rubias, maniató con unas esposas a la protagonista; cómo, al no conseguir que una actriz expresara conmoción, se desabrochó la bragueta ante ella; cómo le susurraba obscenidades a Tippi Hedren…
La sociedad que vio morir a Hitchcock, Marley y Picasso era muy machista: tapaba al hombre dominador
Disfrutaba mostrando estrangulamientos en la gran pantalla. (A veces bromeaba con sus compañeros enseñándoles cómo se podía estrangular a una mujer con una sola mano).
Hitchcock murió hace cuarenta años; casi nadie sabe o quiere recordar que era un misógino sádico. Bob Marley moriría un año después; hoy sigue siendo considerado un profeta de la paz, aunque pegaba a su mujer, a la que llegó a violar cuando estaban separados. Picasso había muerto la década anterior; pintor de palomas de la paz, era un maltratador.
Hitchcock, Marley y Picasso son artistas venerados en todo el mundo. Sin embargo, a Woody Allen —que no fue juzgado por el supuesto abuso de Dylan, la hija que adoptó con Mia Farrow, por la falta de solidez de las pruebas— una parte de la sociedad lo tacha de pederasta mientras intenta marginarlo. Para mí, la principal pregunta no es si hay que separar la vida personal de la artística, sino por qué las buenas estrellas que iluminan a algunas personas declinan camino del cementerio y otras no.
En una de sus reveladoras reflexiones, Fernando Savater señala que el ideograma chino para la palabra que más se aproxima a nuestro concepto de virtud es una madre con el niño; mientras que, en el idioma español, virtud viene de viril, la fuerza del guerrero.
La sociedad que vio morir a Hitchcock, Marley y Picasso era muy machista: tapaba, o incluso aplaudía, al hombre dominador, fuera o no violento con las mujeres. La sociedad que está viendo envejecer a Woody Allen y Plácido Domingo, por fortuna, ha dejado de serlo, pero corre el riesgo de resucitar antiguas inquisiciones.
Hace cuatro años Tippi Hedren publicó sus memorias. Por primera vez acusaba a Hitchcock de acoso sexual: en una limusina, por ejemplo, trató de besarla, pero ella nunca le denunció porque, en los sesenta, nadie denunciaba ese tipo de acoso. (Tippi podía haber sido la primera, igual que Rosa Parks fue la primera que no quiso ceder el asiento reservado a los blancos en un autobús).
Vivimos en la época que más ha hecho por la igualdad entre los sexos, pero no nos convirtamos en martillo de herejes
También describe la escena final de Los pájaros: aunque el director le había prometido usar pájaros mecánicos, mintió —casi pierde un ojo debido a un picotazo—. En la siguiente película, Marnie, la ladrona, Hitchcock instaló una puerta secreta que conectaba su oficina con el camerino de la actriz: “Puso sus manos sobre mí de forma violenta. Fue un ataque sexual, perverso”.
En el relato de Hedren no se entiende que volviese a trabajar con él si tan mal lo había pasado durante el rodaje de Los pájaros; como tampoco se entiende que, en 1985, rodara un capítulo de la serie Alfred Hitchcock presenta. Del mismo modo, una de las mujeres que acusaba de abuso sexual a Plácido Domingo presumía en su currículum de haber trabajado con él.
¿El abandono de la Iglesia de la Cienciología por parte de uno de los hijos de Domingo puede estar detrás de la campaña contra el tenor? ¿La relación de Allen con Soon-Yi, la hija adoptiva de Mia Farrow y André Previn, puede estar detrás de la campaña contra el actor? ¿La reputación de Allen y Domingo no se hubiera visto dañada si los hechos hubiesen sucedido hace más de cuarenta años y ellos ya hubieran fallecido?
El suspense, según Chicho Ibáñez Serrador, es caminar por el filo de una navaja. También caminamos por ese filo, también podemos cortarnos, cuando reflexionamos sobre los posibles abusos cometidos por hombres célebres, sobre todo si no se han pronunciado los jueces.
Es cierto, como apunta Bo Derek, que en Hollywood siempre ha habido mujeres que se han acostado con hombres poderosos para conseguir papeles; pero no es menos cierto que algunos de esos hombres —en Hollywood y en el resto del mundo— se han aprovechado de su poder para acostarse con mujeres (el propio Domingo acabó aceptando “toda la responsabilidad” de las acusaciones y pidiendo perdón).
Vivimos en la época que más ha hecho por la igualdad entre los sexos, pero no nos convirtamos en modernos martillos de herejes y, si es posible, dejemos trabajar a los jueces.
*** José Blasco del Álamo es escritor y periodista.