Hace unos días, la autora de la saga de novelas sobre Harry Potter, J. K. Rowling, hizo pública su voluntad de devolver el premio Ripple of Hope que en diciembre le concedió la Robert F. Kennedy Human Rights Organization. Entre sus laureados se cuentan ilustres representantes de la progresía internacional, como Obama, De Niro, Bono, los Clinton, Clooney, Al Gore y el actual candidato demócrata a la Casa Blanca, Biden, junto con otros tan conocidos como ellos.
¿Qué ha ocurrido para que Rowling haya decidido devolver el premio? Dos cosas. La primera que durante el pasado mes de junio publicó unos tuits donde utilizó la frase “people who menstruate” (de fácil traducción y que significa “personas que tienen la regla”). A tales mensajes siguieron otras publicaciones en redes sociales en las que Rowling añadió, con meridiana claridad, que respeta los derechos de las personas trans a vivir de acuerdo con sus sentimientos, “lo cual no está en contradicción con que mi vida esté determinada por el hecho de ser mujer, y no me parece mal decirlo”. Estos comentarios provocaron la reacción de la familia Kennedy que anunció que había trasladado a Rowling su profunda decepción, “pues (sus tuits) pueden convertirse en un regalo para quienes contribuyen a crear una narrativa que perjudica la identidad de las personas trans o non-binary”.
"El 'establishment' de la corrección no va a perdonar a ningún intelectual discrepante"
A este hecho hay que añadir otro que sucedió la primera semana del mes de julio, cuando más de un centenar de escritores, periodistas y académicos del ámbito anglosajón publicaron en Harper’s Magazine una “Carta sobre la Justicia y el Debate Abierto”, entre cuyos firmantes se encuentra J.K. Rowling. Este documento ha supuesto un fuerte aldabonazo contra la dictadura del pensamiento que lleva aparejada la corrección política y que tiene asqueados incluso a muchos intelectuales norteamericanos que durante sus años mozos contribuyeron a construirla (no voy a citarlos porque, al fin y al cabo, se trata de pecados de juventud). Puedo asegurar que aquella carta va a seguir trayendo cola. El establishment de la corrección no se lo va a perdonar a ninguno, estamos todavía en verano, apenas han pasado dos meses, el nombre de Rowling no es más que el primero de una lista de caídos en desgracia, para la progresía.
Pero ¿de dónde viene el movimiento trans? Vaya por delante que no tiene nada que ver con el transexualismo. Más bien, es lo opuesto a que las personas puedan cambiar de sexo. Como sabe el lector, el transexualismo consiste en que una persona puede variar su sexo por medio de tratamientos hormonales, e incluso mediante cirugía, para hacer coincidir su morfología con su sentimiento de identidad sexual. Esto está socialmente admitido en todos los países occidentales cuyas leyes relativas al Registro Civil regulan el correspondiente procedimiento.Por tanto, estamos hablando de otra cosa.
La historia arranca de una reunión de dieciséis personas, celebrada en 2006,de la que resultó un documento titulado -de forma muy rimbombante- Principios sobre la Aplicación del Derecho Internacional de Derechos Humanos a las Cuestiones de Orientación Sexual. El grupo de “expertos” hizo el trabajo que le había encargado Louise Arbour, Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, pero nadie sabe qué procedimiento se utilizó para seleccionarlos. Seguramente, alguno de esos bastante oscuros que han denunciado autores como Francis Fukuyama o Carlos Malo de Molina. La reunión se produjo en la Universidad de Gadjah, motivo por el cual al documento se le denomina --de manera resumida--Principios de Yogyakarta, que es la ciudad indonesia donde tal universidad tiene su sede.
Aunque el texto consta de un preámbulo y 29 artículos, sin duda, una de sus partes fundamentales es su artículo 3, que reza así: “ninguna persona será obligada a someterse a procedimientos médicos, incluyendo cirugía de reasignación de sexo o terapia hormonal, como requisito para el reconocimiento legal de su identidad de género”. A partir de aquí, mediante la exclusión de los tratamientos médicos, la asignación de “género” es algo que sólo depende de la voluntad de la persona.
Ni siquiera hace falta acreditar un propósito estable y persistente para que tal reasignación sea posible, de manera que podría darse la paradoja de que una persona se levante por la mañana con la voluntad de ser hombre, a la hora de comer desee ser mujer y que antes de acostarse vuelva a cambiar de opinión. Ya sé que se trata de una exageración, pero que cada cual ponga el plazo que quiera: una semana, un mes, un año, etc., en cualquier caso, de acuerdo con la doctrina queer (el otro nombre que tiene el movimiento trans), ello sería posible.
Lo de la familia Kennedy no tiene remedio. Tantos asesinatos y accidentes son capaces de trastornar a cualquiera. El único hermano que sobrevivió a los otros tres –Joseph, John y Robert (quien da nombre al premio al que Rowling ha renunciado)- en 1985 advirtió la deriva identitaria que los liberales norteamericanos estaban empezando a sufrir y que finalmente les ha llevado a quedar moralmente secuestrados por Black Lives Matter, los defensores de los “espaldas mojadas” y la totalidad del movimiento LGBT, etc. (admitiendo que el Partido Demócrata y tales movimientos no sean la misma cosa, que es discutible).
Lo que entonces dijo Edward M. Kennedy fue lo siguiente: “hay una diferencia entre ser un partido que se preocupa por las mujeres y ser el partido de las mujeres. Y podemos y debemos ser un partido que se preocupa por las minorías sin convertirnos en un partido de las minorías. Ante todo, somos ciudadanos”. Ahora, Kerry Kennedy y el resto de quienes componen la organización que lleva el nombre de su padre (y, por añadidura, la totalidad del Partido Demócrata), parecen hacer caso omiso del consejo de su viejo tío senador. El problema es que por este camino lo que están destruyendo es más de ciento setenta años de lucha feminista (la Declaración de Seneca Falls es de 1848). ¿De qué sirve el feminismo si cualquiera puede ser hombre o mujer, con independencia de su sexo, por el simple deseo de serlo?
Muchas veces no sé si la vida es una tragedia, una comedia o un chiste; pero lo cierto es que lo que una vez pareció una situación cómica y absurda, con el paso del tiempo se puede llegar a convertir en una realidad. Muchos recordarán una de las escenas de la película La vida de Brian, rodada en 1979. La escena a que me refiero tiene lugar en el circo romano de Jerusalén, cuando varios activistas del Frente Popular de Judea están discutiendo sobre futuras acciones subversivas.
Durante la conversación, un militante exige que la reunión se celebre en términos inclusivos, añadiendo a cada palabra de género masculino, su correspondiente femenino. Acto seguido, el mismo militante, llamado Stan, con clara apariencia masculina, reclama al resto de los asistentes ser tratado como una “mujer” y que le llamen “Loreta”, porque “tiene derecho a ser una mujer”. Otra activista, llamada Judit, añade que “estamos de acuerdo en que no puede parir porque no es mujer, lo cual no es culpa de nadie, ni siquiera de los romanos, pero sí puede tener derecho a parir”. A lo que el jefe del grupo replica, “¿de qué sirve defender su derecho a parir si no puede?”. Un cuarto asistente responde: “es un símbolo de nuestra lucha contra la opresión”.
Como parece que no es posible encontrar una solución al problema, finalmente al jefe no le queda otra que sentenciar lo siguiente:“es un símbolo de nuestra lucha contra la realidad”. ¡Qué preclaros los Monty Python!
*** Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI, ensayista y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica.