Pronto se cumplirá un año desde que el Gobierno decretó el estado de alarma y más de 46 millones de españoles fuimos confinados en nuestras casas, salvo aquellos que eran esenciales para atender a los enfermos y para que el Estado no se parara. Una situación que jamás habíamos vivido y que recordaremos siempre.
Durante aquellos primeros meses, el Gobierno nos dijo que esta situación no duraría mucho, quizá hasta el otoño. Que todos saldríamos reforzados de esta desgraciada experiencia. E, incluso, que nuestra economía recuperaría todo lo perdido en el último trimestre de 2020, para entrar con fuerza en 2021.
Nos lanzaban eslóganes de unidad ante la adversidad. De solidaridad, de esperanza, de confianza en los poderes públicos que trabajaban para sacarnos de esta grave situación. Aquellos mensajes nos decían que esto se resolvería pronto.
Pero esto no es lo que algunos preveíamos. Y lo avisamos, aun a riesgo de parecer agoreros.
No tanto porque no creyéramos que los contagios podían remitir, sino porque era tal el impacto que estaban produciendo los confinamientos y las restricciones en el tejido productivo del país y en la verdadera economía, es decir en los autónomos y las pequeñas empresas, que nos era difícil pensar en una pronta recuperación de los efectos devastadores producidos por la pandemia.
Bastaba con mirar a nuestro alrededor y escuchar a los más de 100.000 autónomos que colapsaban la centralita de ATA. Muchos de ellos sin poder reprimir sus lágrimas.
Han pasado ya casi doce meses desde el estado de alarma y no sólo no hemos mejorado, sino que acumulamos pérdidas sobre pérdidas. Los pequeños negocios, los autónomos y las empresas sumamos a una caída de hasta el 70% de los ingresos el agotamiento de nuestros ahorros.
Es decir, de la liquidez que manteníamos a duras penas para aguantar la crisis.
Y sobre todo ello (y a consecuencia de ello) está la sensación de impotencia por no saber cuál va a ser nuestro futuro. Los autónomos estamos pasando, en muchos casos, de la desesperación en 2020 al absoluto pesimismo en 2021.
Pesimismo por todo lo que nos siguen contando desde los poderes públicos. Ya sea sobre el fin de los contagios (que no vemos claro) o sobre la recuperación de la economía.
Pesimismo ante la duda de que en algún momento la hostelería, el ocio, la cultura y el comercio (y así hasta sumar más de un millón de negocios) puedan abrir con normalidad y recuperar la senda de los ingresos.
Pesimismo porque las medidas que el Gobierno ha puesto en práctica apenas si han aliviado la grave situación de los autónomos y de las empresas.
Pesimismo porque muchos se han endeudado con los créditos ICO y en algún momento tendrán que devolverlos, a pesar de que las ventas siguen bajo mínimos.
Pesimismo porque se acaban los ahorros con los que se mantenían familias y negocios.
Pesimismo porque nadie nos escucha y nos sentimos abandonados.
Pesimismo porque el horizonte de la recuperación ya no lo ponemos ni siquiera en 2021, sino que rezamos por que no se alargue más allá de 2022.
Y esta situación es la que está originando la otra pandemia. La que nos va a tocar soportar durante mucho tiempo después de que remitan los contagios por la Covid-19.
Y digo pandemia, porque la crisis económica que está provocando el coronavirus también se contagia de negocio a negocio y está afectando de manera global a todo el planeta.
La radiografía de la situación actual (mayor tasa de paro, PIB con caídas superiores a las de los países de nuestro entorno, déficit público, un endeudamiento de las empresas que afecta al sistema financiero, menor consumo privado, ausencia de turistas) puede verse más claramente en la sintomatología que muestran nuestros autónomos: cascada de cierres, pérdida de clientes, impagos, deudas e imposibilidad de mantener plantillas. Sobre todo en los sectores donde más han afectado las restricciones.
Esta es la situación actual y la que puede perdurar todavía durante muchos meses. El Gobierno ha aprobado medidas paliativas para los autónomos, vendas que apenas cubren un poco las heridas. También se han esforzado las comunidades autónomas y los ayuntamientos, con los recursos de los que disponen. Pero todo eso no es suficiente para atajar los efectos de esta pandemia económica.
El Gobierno está tardando en articular ayudas directas de apoyo al tejido productivo como las que pusieron en marcha hace muchos meses la gran mayoría de países europeos. Holanda, por ejemplo, ha estado pagando 2.500 € mensuales a sus hosteleros y Francia, hasta 10.000 € al mes. España es el país que menos dinero ha invertido en la recuperación de sus negocios.
Pero las ayudas directas deben destinarse a todos los negocios afectados por esta crisis pandémica, como han hecho otros Estados vecinos, y no sólo a aquellos que ahora son solventes.
También a todos los que sufrieron cierres y recortes de horarios por orden administrativa y que están ahora al borde de la ruina.
No se puede, ni sería justo, dejar a nadie en la estacada.
Ayudas no sólo para los que solicitaron un crédito ICO, sino también para los que tuvieron que aguantar sus caídas de ingresos con sus propios ahorros porque no podían o no les dejaron endeudarse.
Ayudas preferentes para los que llevan más tiempo con restricciones, porque son estos negocios los que han sufrido lo peor de la crisis.
Ayudas para los que tuvieron que solicitar un ERTE y se preguntan cómo van a conservar toda la plantilla si no han recuperado las ventas ni hay visos de que su situación mejore.
Y ayudas para los que se han visto obligados a cerrar y están cubiertos de deudas, sobre todo con Hacienda y la Seguridad Social.
Hay que buscar vacunas efectivas, no remedios caseros, para esta pandemia económica. Muchos no parecen entender que la mayor parte de los productos y servicios que se producen en este país los distribuyen autónomos y pequeños negocios. Si desaparecen o salen tocados de esta crisis, el perjuicio no será sólo para ellos, sino para toda la economía.
También afectaría a los impuestos y las cotizaciones que ingresa el Estado. Y, por supuesto, sería un drama para el empleo.
Me duele la boca de tanto repetir que los autónomos somos la columna vertebral de la economía. Y esta otra pandemia puede provocar una grave esclerosis.
*** Lorenzo Amor Acedo es presidente de la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos (ATA).