Un año de nada
Un año. Un año con la ventana cerrada, los muertos incontados, las tartamudeces de Illa, las relativizaciones de Fernando Simón. Un año encerrado en un sótano, sin horas ni luz. Acaso una bicicleta de spinning y las 24 horas pendiente de la Ciencia, que hacía lo que hacía, mientras la Política era una mentira. Un italiano imberbe e histriónico gritaba a las 20.00 o las 21.00, y aplaudían los lobotomizados por Iván Redondo.
Un año perdido, que quizá fueran tres meses, encerrado con un sólo juguete que era un anciano, mi compañero de piso, que me eñseñó a tabicar un muro y a jugar a los chinos. El peor año de mi vida, lo juro, y lo peor no fue estrictamente el confinamiento. Lo peor eran los filósofos del desastre y las portadas dictadas por Moncloa: la perspectiva de no arrimar la cebolleta en décadas y un libro, sólo un libro, un Goncourt, que me hizo soñar en el verano. Aunque fuera en el noreste interior de Francia y yo soñara con rubias en un sueño que era de noche y no era noche, que era día sin serlo.
Recuerdo que una noche, por abril, salí a tirar la basura y estaba nevando. Que había ciervos en la Carretera de La Coruña. Un año perdido, sí. Con las empresas quebradas y los bares sin ser bares, que es la forma de arramblar con Occidente. Se naturalizó la farsa, su persona apareció como Napoleón sobre un campo de muertos y nos mandó a morir en las playas, de paella y de una felicidad que se sacó de no sé dónde. Salimos más fuertes, y Fernando Simón fue a divertirse con lo de las hormigas: la metáfora de la cigarra y la zorra.
Un año a la basura. Y no estamos para desperdiciar nuestra residencia en la Tierra con el juguetito y viendo a Sánchez en el televisor. En el peor momento, nos tocaron los peores. A mi alrededor vi, de solidaridad, la justa. Sé por dónde pueden meterse algun@s el papel higiénico.
Alguien de arriba me libró del contagio, y eso que estuve en el Chernobil del 8-M del 2020. Sí, en el que retraté la tos de Irene Montero que fue el Génesis. O el Apocalipsis.
De aquí a que me lleven a La Almudena, voy a vivir a tope, a evitar los víricos y a aprender a partir las espinillas sin que se enteren ni el árbitro ni el VAR. Perdonen la sinceridad. Hagan cuentas y pasen factura a Moncloa. Por salud mental.