La sudadera con publicidad de series de Netflix o volver a la coleta desde el moño no está dando el resultado esperado.
No puede. Es demasiado evidente el disfraz cuando el hombre de la sudadera ha tenido que esperar a ser exvicepresidente de Derechos Sociales para acercarse a su primera cola del hambre.
Como vicepresidente, aquello nunca le interesó. Estuvo demasiado ocupado con esas series que lleva por camiseta. Las colas del hambre que no le ocuparon entonces han crecido exponencialmente por su, digamos, política social. ¡Aún no ha podido ni siquiera visitar ninguna residencia de ancianos!
Ahora ve con preocupación cómo sus proclamas de lucha indignada se estampan contra la indiferencia o el desprecio de quienes pudieron creer en él o ser sus temporales votantes.
Hoy es tarde. Quienes fueron sus partidarios ya han comprobado que el hombre del disfraz, y su corte de acólitos, han utilizado sus votos para enriquecerse. El escudo social era un trampantojo para forjar su privilegio. ¡Y aún se atreven a venir a pedirles el voto!
Si el electorado siempre es volátil, en medio de una pandemia que ha empobrecido tanto a tantos, esa volatilidad se torna virulenta.
Son multitud los que quieren dejar constancia de su enfado. Y quieren hacerlo poniendo todo lo que esté en su mano (y en su mano está el voto) para arrojar a la papelera de la historia a quienes se han valido de la política para actuar como una elite extractiva que se ha premiado con una injustificada (e injustificable) mejora personal en medio del drama general.
Esa épica de David contra Goliat explica la simpatía que despierta Isabel Díaz Ayuso entre los madrileños
Van a hacerlo, además, encumbrando a aquellos políticos que han sufrido con ellos. A los que han luchado contra todo y contra todos. A los que han volcado su pequeña (o no tan pequeña) cuota de poder para intentar lo posible y lo imposible para que todos pudieran salir adelante.
Esa épica de David contra Goliat explica la simpatía que despierta Isabel Díaz Ayuso entre los madrileños. Ayuso personifica exactamente lo contrario que la política extractiva en la España pandémica que, con tanta precisión, exhibe Pablo Iglesias.
Cierto: ni sólo ella, ni sólo él.
Otros dos ejemplos, también paradigmáticos. En el mismo partido que Ayuso, pero en las antípodas posibles cuando se comparten siglas, el respaldo que está obteniendo Juan Manuel Moreno en Andalucía es otra muestra de cómo aprovechar un liderazgo inesperado para servir a los ciudadanos bajo tu mandato. El verbo es servir cuando la tarea de gobierno se realiza sin arrogancia ni mesianismo.
Es decir, justo lo contrario de lo que hace el emperador de la arrogancia mesiánica, Pedro Sánchez. Socio y (hasta su dimisión vestida de cese) presunto jefe de Iglesias.
Sánchez e Iglesias, por un lado, y Moreno y Ayuso, por el otro, encarnan así ejemplos depurados de dos formas contrapuestas de ejercer la tarea de gobierno. Y ambos modelos afrontan un examen ante las urnas el 4 de mayo en Madrid.
Conviene no olvidar que madrileño es alguien que no nació en Madrid (o alguien cuyos padres, abuelos, bisabuelos… no nacieron en Madrid). Es alguien que vino a Madrid a ganarse la vida. Eso exige madrugar más que nadie, buscar trabajo donde no lo encuentra nadie, esforzarse más que nadie, saberse un don nadie y despreciar como nadie.
Y ese don nadie, que se hizo madrileño para tener el control de su propia vida, ha encontrado en Ayuso su maja vestida. La ha encontrado o la ha encumbrado, tanto da.
Ayuso no es sólo la política mejor valorada entre quienes dicen que votaron al PP, sino también en Vox y Ciudadanos
Lo relevante es que ese don nadie ha decidido, con razón, que Ayuso no es parte de esa clase política extractiva que se ha hecho especialmente detestable con la pandemia.
Hasta el CIS de José Félix Tezanos daba cuenta de ello. Ayuso no es sólo la política mejor valorada entre quienes dicen que votaron al PP (le dan un 8,4), sino que también la valoran más que a su propio cabeza de lista los votantes de Ciudadanos (puntúan con un 6,5 a Ayuso y con un 5,3 a Edmundo Bal) y de Vox (califican con un 7,9 a Ayuso y con un 7,1 a Rocío Monasterio).
Y eso, sin ir por los bares a preguntar.
El desertor del arao que habita en el corazón y en el árbol genealógico de la mayoría de los madrileños quiere ser clase media. Y en Madrid, hasta la pandemia, llegar a clase media parecía una aspiración alcanzable. Quien más quien menos se consideraba parte de la clase media aspiracional madrileña. No de la consolidada. Sólo de la aspiracional.
El bofetón a los ingresos, expectativas y oportunidades que provocó el encierro con el que se intentó frenar la Covid es tan doloroso que la reacción ciudadana lógica es la de respaldar, y votar, a quien (de verdad) defienda una oferta política decidida a minorar tan enorme daño.
Como tienen que ser de verdad, quedan automáticamente excluidos todos aquellos políticos que, durante la pandemia, han podido ser vistos como elite extractiva, enredada en sus cuitas e incapaz de mejorar la vida del común.
Quedan así excluidos, además de Sánchez e Iglesias, todos los de “confinamos porque no sabíamos qué hacer”. O los de la patada en la puerta. O los de los mangoneos de todo a cien.
¿Y si esos indignados exvotantes de Podemos mantienen su no a Ayuso, por ser del PP, pero deciden mirar con simpatía a Vox?
Hasta aquí, lo obvio. Ahora, añado una hipótesis. ¿Qué ocurriría si la pandemia provocara un movimiento telúrico en el voto? Un inesperado movimiento de tierras.
Se da por supuesto que hay una suerte de frontera, tan invisible como inamovible, que separa derecha e izquierda. Una frontera que parte en dos mitades casi idénticas al electorado, y que da la victoria a unos u otros en función de la movilización (participación-abstención) de cada bloque.
Pero la Covid ha volatilizado muchas cosas. Y una de ellas podría ser esa invisible e inamovible frontera.
Ya hemos visto, y vamos a seguir viendo, el escaso éxito de Iglesias en sus excursiones a barrios y ciudades del sur de Madrid para reclamar el voto de sus expartidarios. Las encuestas prevén que ese exvotante de Podemos preferirá a los excompas de Más Madrid de Mónica García e Íñigo Errejón. O la abstención. O incluso al PSOE de Sánchez y Gabilondo, como alternativa de izquierdas. O no.
¿Y si esos indignados exvotantes de Podemos mantienen su no a Ayuso, por ser del PP, pero deciden mirar con simpatía a Vox?
¿Y si los nuevos votantes, esos jóvenes que se saben líderes mundiales en tasa de paro (el 40%, nada menos), deciden que lo rompedor, lo revolucionario, es votar exactamente lo contrario de lo que reclaman Iglesias y sus feligreses?
Observen lo que está pasando en Francia y piénsenlo un segundo. ¿Extravagante? No lo será tanto si atendemos a lo mucho que ha enfadado a los ricos Monederos y a sus violentos bucaneros que Vox inicie su campaña en Vallecas.
*** Pilar Marcos es diputada del PP en el Congreso de los Diputados y periodista.