Confirmadas las encuestas, el PP de Isabel Díaz Ayuso, muy cerca de la mayoría absoluta, conservará la presidencia de la Comunidad de Madrid con la abstención de Vox, al haber obtenido el PP más escaños que los tres partidos de la izquierda juntos. Pasado el trámite de la investidura, los intereses electorales de PP y de Vox deberían llevar a un gobierno de Ayuso en minoría, con el apoyo puntual de Vox en la cámara.
Gobernar en minoría es más engorroso que hacerlo con una mayoría de escaños por la necesidad de negociar constantemente los proyectos de ley con tu socio preferente o con los partidos de la oposición. También, por el riesgo de que algunas medidas no puedan salir adelante al no contar con los votos necesarios.
No obstante, se trata de un riesgo menor. Porque, dada la distancia en escaños entre el PP y Vox, el grupo liderado por Rocío Monasterio no podrá oponerse sistemáticamente a las medidas que presente el PP en la Cámara si no quiere proyectar una imagen de obstruccionismo oportunista y perder el favor de una parte de sus votantes.
El principal beneficio que obtendrá el PP al evitar un gobierno de coalición con Vox es no aparecer como socio de este partido, desactivando (sólo en parte, porque es probable que la izquierda siga este camino en cualquier caso) la estrategia de PSOE, Más Madrid y Podemos de identificar lo liberal-conservador con la ultraderecha.
Para Vox, no formar parte del gobierno también tendrá ventajas y desventajas. Entre estas últimas, no podrá contar con la capacidad de normalización que otorga ejercer responsabilidades institucionales. Entre las ventajas, sin embargo, estará su libertad para criticar al gobierno regional y para ejercer una oposición agitprop no sólo contra el PP, sino también contra unas inconcretas elites progres, algo esencial para este partido.
¿Tendrá impacto en el resto de España lo sucedido en Madrid?
La imagen de partido ganador en ciertas contiendas se traslada a otros ámbitos, y la victoria de Ayuso debería dar un impulso a Pablo Casado
En parte, sí. Si los votantes fueran individuos perfectamente racionales y schumpeterianos, mostrarían un comportamiento electoral diferenciado y ajustado a las cuestiones propias de cada elección. Sin embargo, sabemos que los ciudadanos, o una mayoría de ellos, no son así. Y también sabemos de la conversión de la política en espectáculo, de la primacía de los líderes sobre los programas y sus propios partidos, y de que la política lleva tiempo instalada en el terreno de lo sentimental y no en el de la racionalidad.
Así, la imagen de partido ganador en ciertas contiendas importantes se traslada a otros ámbitos, y la victoria de Ayuso debería dar un impulso a Pablo Casado como líder del partido. Esto es, por ejemplo, lo que ocurrió con Ciudadanos en abril de 2019 tras ganar las elecciones catalanas de 2017.
El impulso anterior, pero en sentido contrario y en grado diverso, lo debería experimentar, en primer lugar, el PSOE, que sufre un descalabro aún mayor del pronosticado. En parte por una campaña errática y en parte como reacción a la figura del presidente Pedro Sánchez, verdadero candidato del partido en estas elecciones.
En segundo lugar, Ciudadanos, cuya desaparición de la cámara madrileña (tras haber formado parte del gobierno anterior, nada menos) intensificará la imagen de partido perdedor y sin dirección clara que ha venido dando desde sus debacles en los últimos comicios nacionales y catalanes.
Por último, los escasos diez escaños obtenidos por Pablo Iglesias y Podemos (aquí se identifican líder y partido), no sólo provocarán la salida de la vida política de alguien que no la concebía más que como una sucesión de órdagos, en última instancia fracasados uno detrás de otro, sino que también deberían ahondar la crisis en el resto de España de un partido casi unipersonal que ha venido perdiendo apoyo desde 2016.
El caso de Más Madrid es excepcional. Pese al éxito de empatar con el PSOE y superarlo en porcentaje de voto, será difícil que su equivalente nacional, Más País, lo rentabilice a corto plazo porque no ocupa, ni en el Congreso ni en el panorama político español, la posición que Más Madrid ocupaba en la anterior legislatura madrileña. Quizá el efecto inmediato aquí sea provocar fugas desde Podemos al partido de Íñigo Errejón, o bien escisiones locales en aquel partido.
Los votantes del PP sabían que estaban eligiendo a Ayuso, y quizá sólo en segundo lugar al PP
Finalmente, los resultados de Vox (consolida su presencia en la Cámara, pero no avanza, pese a ser decisiva su abstención para que eche a andar el gobierno de Ayuso) tampoco permiten establecer su impacto fuera de Madrid, que probablemente sea… ninguno.
¿Qué parte del 4-M no es extrapolable?
Aquellos que piensen que los resultados madrileños llevarán a un resultado parecido en las próximas elecciones generales deberían tener en cuenta que en estas elecciones han concurrido factores que difícilmente van a darse simultáneamente a nivel nacional.
En primer lugar, el porcentaje de participación. En las elecciones madrileñas ha sido del 80,73%, una cifra extraordinaria nunca alcanzada en unas elecciones generales en España, donde la participación más elevada fue un 79,97% en 1982. Será difícil que unas futuras elecciones, nacionales o autonómicas, alcancen esos niveles sin que coincidan el protagonismo de ciertos candidatos, circunstancias socioeconómicas como las derivadas de una pandemia, y una polarización política extrema.
En segundo lugar, la combinación de fórmula electoral y circunscripción única hace de las elecciones madrileñas unos comicios mucho más proporcionales que los de otras comunidades autónomas que cuentan con varias provincias y, por lo mismo y con más motivo, que unas elecciones generales. En este último caso, la unión o la fragmentación de los bloques ideológicos pueden tener un impacto muy distinto del que han tenido en Madrid.
En tercer lugar, los protagonistas. Así como en ocasiones ha sido difícil saber quién era realmente el candidato del PSOE en las elecciones madrileñas (Ángel Gabilondo o Pedro Sánchez), o de Vox (Santiago Abascal o Rocío Monasterio), los votantes del PP sabían que estaban eligiendo a Ayuso, y quizá sólo en segundo lugar al partido. Y Casado no es Ayuso ni puede serlo.
Los partidos que quieran ganar en las próximas elecciones deberán dejarse de proclamas propias de la Europa de entreguerras o de fantasías woke
En cuarto lugar, en las elecciones madrileñas ha faltado un componente habitual en otros comicios autonómicos y en las generales: los partidos nacionalistas. Cualquier análisis de la influencia de los resultados madrileños en el resto de España debe tener en cuenta este aspecto.
Por último, lo que quizá sea más importante: las ideas. En la campaña para el 4-M ha habido mucho cruce de adjetivos, mucha apelación a defendernos del comunismo o a poner barreras al fascismo, y muchas llamadas a defender una democracia que nunca ha estado en peligro. Lo que no ha habido son muchas ideas, sobre todo aquellas que pueden redundar en políticas públicas en beneficio de los ciudadanos.
Estas elecciones han reunido el voto en torno a ciertos partidos apelando, bien a cuestiones prácticas y coyunturales, bien a lealtades ideológicas. Nada de esto será garantía de éxito en unas elecciones autonómicas distintas o en unas generales. Mucho menos constituye un programa político reformista que pueda abordar los cruciales problemas a los que se enfrenta una España cuya economía ha sido arrasada por la pandemia y por una nefasta gestión política.
Los partidos (al menos los que aspiren a formar el próximo gobierno) que quieran ganar en las próximas elecciones deberán dejarse de proclamas propias de la Europa de entreguerras o de fantasías woke que interesan a muy pocos, y armar sólidos programas de acción. Programas posibilistas, graduales y conectados con los problemas diarios de la mayor parte de los ciudadanos.
No es tan difícil.
*** Francisco Beltrán es profesor de Política Europea en la Universidad de Toronto, Canadá.
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