Sally Rooney: el látigo sin el talento
El novelista Rodrigo Blanco Calderón escribe sobre la decisión de Sally Rooney de censurar la traducción de su último libro al hebreo: "Como no existe la menor posibilidad de que incite algún escándalo, ella misma se encarga de perseguirse y elevarse".
Dijo alguna vez Alfredo Bryce Echenique que, a diferencia de Mario Vargas Llosa, quien había intentado ser presidente de la república, su gran sueño, en cambio, siempre fue ser un preso político. Proveniente de una adinerada y aristocrática familia limeña, una vez que obtuvo su título de abogado, Bryce Echenique le entregó el diploma a su padre y se marchó a Europa con lo puesto para convertirse en escritor. Y lo logró. Y no solo eso, sino que lo hizo sin que ni su obra ni su vida se convirtieran en una expiación culposa del éxito. De ahí esa particular aspiración suya, que hay que leer como un dardo humoroso contra la especie más solemne de la cultura: el artista o el escritor comprometido.
Los escritores comprometidos, los de verdad, ya no existen. Es probable que Vargas Llosa, con sus aciertos y desaciertos, sea el último de ellos. Los de esta época son meros simulacros que han hecho suya aquella frase de Truman Capote sobre el talento como un látigo que Dios otorga a unos cuantos y que solo sirve para autoflagelarse. Se han apropiado de esta sentencia pero sin arriesgarse a escribir una obra como A sangre fría, por supuesto. Pues estos simuladores del compromiso escriben, más bien, obras normalitas, que no alteran en absoluto el orden público ni las buenas conciencias. Que les granjean, antes bien, el apoyo masivo de los lectores y, en ocasiones, el reconocimiento de los gobiernos de turno.
A falta de una propuesta estética disruptiva, los mimos del activismo siempre tendrán la posibilidad de transformar su actuación pública como escritores en una performance concienzuda. Este ha sido el caso de la escritora irlandesa Sally Rooney, uno de los mayores fenómenos mercadotécnicos de la literatura millennial, quien acaba de prohibir la traducción al hebreo de su última novela, en apoyo a la causa de Palestina. Rooney ha dicho que para ella sería un honor que Dónde estás, mundo bello fuese traducida al hebreo, pero que solo lo hará con alguna editorial israelí que se distancie públicamente de la política de Israel hacia Palestina. Es decir, con una editorial israelí que se distancie de Israel.
"Cuando un autor incluye semejante exigencia en el contrato, lo primero que uno se pregunta es qué obra tan colosal van a recibir a cambio los lectores"
Si esta editorial existiera y llegara a darse esta publicación, Rooney tendría sobradas razones para sentirse honrada. Con toda la fuerza del capitalismo editorial a su espalda, más la barra brava de la izquierda cultural global, habría logrado que unos editores, traductores, diseñadores, distribuidores, libreros y lectores israelitas bajaran la cabeza y le besaran la mano. Que renegaran de su propio país y de sus posiciones políticas solo para poder leerla a ella.
Cuando un autor incluye semejante exigencia en el contrato, lo primero que uno se pregunta es qué obra tan colosal van a recibir a cambio los lectores. Qué revelación en forma de novela puede recompensar semejante tributo. En el caso de Sally Rooney esto no queda muy claro. Sus novelas son tan planas como lo anuncian sus títulos: Conversaciones entre amigos, Gente normal y, la ya citada, Dónde estás, mundo bello. Para millones de lectores esta transparencia es reconfortante. Quizás sea por esta poética de la simpleza, en la que se borra la densidad y la perspectiva, que Rooney haya confundido la existencia milenaria de un idioma como el hebreo con la existencia mucho más reciente, de poco más de setenta años, del Estado de Israel.
Las reacciones no se han hecho esperar. Jesús García Calero vinculaba este caso con el de la poeta Amanda Gorman, que incorporó exigencias raciales a los traductores de su panfleto, La colina que ascendemos. Título voluntarioso y colectivista que recuerda a los peores versos del camarada Mao Tse Tung.
"Es la primera inquisidora que parte de su propia obra para elaborar una lista de libros prohibidos", dice García Calero sobre Rooney. Por más disparatado que suene, en un nivel (en el nivel frívolo y maquiavélico de este mundo bello en el que vivimos) la estrategia de Rooney tiene todo el sentido de los actos fallidos. Como no existe la menor posibilidad de que su obra, bien sea por su contenido o por sus aportes formales, incite algún escándalo, alguna acción de censura o de protesta, ella misma se encarga de perseguirse y elevarse.
"Rooney no prohíbe la traducción de su novela al chino o al ruso, por ejemplo, países que no destacan precisamente por su respeto de los derechos humanos"
Estoy consciente de que esta interpretación es demasiado especulativa y calculadora. Quizás el asunto no necesita de tanta psicología barata sino que apunta a algo más inveterado y concreto como el antisemitismo de siempre. Impresión que flota en el ambiente, como todo lo que tiene que ver con Israel, sí, pero subrayado por el hecho ya señalado por muchos de que Rooney no prohíbe la traducción de su nueva novela al chino o al ruso, por ejemplo, países que no destacan precisamente por su respeto de los derechos humanos. Y donde, al contrario, sus gobiernos, históricamente y hasta el presente, se han destacado por construir sus propios apartheid fronteras adentro.
En este sentido, el ejemplo de Michel Houellebecq es aleccionador. Autor de una obra polémica, arriesgada, radical y conmovedora, Houellebecq ha tenido que exiliarse de Francia en distintos momentos, ante la amenaza que ha supuesto para su vida sus posiciones críticas contra el islam. La carga irreverente de su narrativa ha terminado por permear su imagen pública, bajo la cual, más allá de su look desastrado y de uno que otro escándalo menor, se esconde una personalidad tímida, amable y educada.
A propósito de esto, Houellebecq escribió un artículo donde trataba de deshacer el malentendido de sus supuestos desplantes a la prensa y al mundo editorial. "Yo no entiendo", se quejaba. "¿Cuál es el problema conmigo? ¿Qué sospecha la gente de mí? Yo acepto las distinciones, los honores, las recompensas. Yo juego el juego. Yo soy normal. Un escritor normal".
Gente normal. Como un personaje de Sally Rooney, diríamos. O casi.
*** Rodrigo Blanco Calderón es escritor. Su última novela es Simpatía (Alfaguara, 2021).