Polonia, Lituania y Letonia son, por este orden, los países agredidos. Bielorrusia, el ejecutor del ataque. Y Rusia, la más que probable cabeza pensante de una operación en la que inmigrantes traídos de Irak y Siria son la munición que emplea Minsk.
Ese es, a grandes rasgos, el reparto de papeles en la actual crisis en las fronteras orientales de la Unión Europea. Conviene tenerlo claro porque la situación diplomática, militar y humanitaria se complicará en los próximos días. Y cuanto más inconsistente y cacofónica sea la respuesta europea, mayor será el incentivo para que Bielorrusia aumente la presión fronteriza (y con ella el drama humanitario), y Rusia contemple la posibilidad de tensionar otros frentes como el ucraniano o el del suministro de gas a Europa.
Porque no se trata de un episodio aislado, sino de un movimiento más dentro del pulso estratégico que el Kremlin está planteando a los europeos, aunque muchos sigan sin querer enterarse.
En junio, ante la “escalada de violaciones graves de los derechos humanos en Bielorrusia y a la violenta represión ejercida contra la sociedad civil”, el Consejo de la UE adoptó nuevas sanciones económicas selectivas contra Aleksandr Lukashenko y su entorno. Y en agosto, EEUU, el Reino Unido y Canadá adoptaron medidas aún más severas sobre sectores económicos y financieros clave para el sostenimiento del régimen bielorruso.
Esta crisis migratoria instigada artificialmente es (parte de) la respuesta de Minsk. Desde el verano, los consulados bielorrusos en Bagdad y Erbil, capital del Kurdistán iraquí, se han dedicado a expedir cientos de visados, mientras se difundía el rumor de que las autoridades facilitarían el paso a territorio comunitario. Y así ha sido hasta ahora.
"El papel de Moscú es la variable más compleja y lo que la distingue de las crisis con Turquía o Marruecos"
Una vez en Minsk, llegados en vuelos directos desde Bagdad o con escala en Estambul, Dubái o Damasco, los inmigrantes mayoritariamente kurdos sirios, aunque de orígenes tan diversos como Yemen, Sierra Leona o Sri Lanka, se desplazan hacia las fronteras polaca, lituana o letona bajo la supervisión de las autoridades bielorrusas. Y una vez allí, no es que las fuerzas bielorrusas no hagan nada, como se ha repetido en las últimas horas.
Es que todo apunta a que, literalmente, empujan y fuerzan a los inmigrantes a lanzarse contra las vallas desplegadas por Polonia para proteger su frontera. Abyecto y vil, pero eficaz.
No es la primera vez que la UE afronta un chantaje de este tipo. El presidente turco, Tayyip Erdogán, ya lo planteó durante la llamada crisis de los refugiados sirios. Y no le salió mal. En el acuerdo firmado en marzo de 2016, la UE le concedía 6.000 millones de euros para contener el flujo migratorio. Recordando aquello, el ministro de asuntos exteriores ruso, Sergei Lavrov, no ha tardado ni un día en dirigirse en rueda de prensa a las autoridades europeas para pedir un trato similar para Bielorrusia.
La jugada es tan evidente que resulta casi obscena. Moscú pretende que la UE (es decir, los contribuyentes europeos) financien el régimen de Lukashenko, mientras Rusia aprovecha la crisis para avanzar en la absorción de facto de Bielorrusia.
El papel de Moscú es, de hecho, la variable más compleja en este asunto, y lo que la distingue de la mencionada crisis con Turquía o con Marruecos por el asalto a la valla de Ceuta el pasado mes de mayo.
En aquellos episodios los interlocutores y sus objetivos estaban claros. Para bien o para mal, era con Ankara y con Rabat con quien había que hablar. En este caso no es evidente ni con quién ni sobre qué cabe negociar.
"Sólo el Kremlin conoce sus verdaderas intenciones y hasta dónde está dispuesto a llegar"
En la misma rueda de prensa, Lavrov, además de alabar el papel de Bielorrusia, expresó su preocupación por el incremento de tropas polacas en las zonas fronterizas. Así, Minsk, con el indudable beneplácito y aliento de Moscú, está instigando una tensión con los policías y militares polacos que puede, con facilidad, resultar en escaramuzas armadas, intencionadas o no, que le lleven a solicitar la intervención militar rusa. Afearle a Polonia su legítimo derecho a proteger su frontera, como el de España la suya en Ceuta, es hacerle el juego a Bielorrusia (y Rusia).
Esta crisis coincide (y se antoja difícil que sea de forma casual) con un visible incremento de la actividad militar rusa en las zonas fronterizas con Ucrania.
El pasado mes de abril, Rusia realizó una demostración de fuerza similar con fines intimidatorios. Lo que se conoce como diplomacia coercitiva. Entonces, Rusia acabó retirando las tropas, pero no el grueso del material, y ha ido desarrollando, además, la infraestructura necesaria para amasar rápidamente una gran fuerza de combate en sus fronteras occidentales.
El tiempo estimado para articular un ataque es de entre dos y tres días. Por la escala y tamaño de las unidades que está movilizando Rusia, el Pentágono ha calificado de “inusual” esta actividad. Y, aunque no se sabe con certeza, todo parece indicar que el también inusual viaje a Moscú a principios de la semana pasada del director de la CIA, Bill Burns, refleja la genuina preocupación de Washington con estos movimientos.
Sólo el Kremlin conoce sus verdaderas intenciones y hasta dónde está dispuesto a llegar, pero lleva semanas elevando la tensión retórica contra Ucrania. Esto incluye, por ejemplo, la advertencia que a principios de octubre lanzó el propio presidente Putin relativa a la posibilidad de que la red de gasoductos ucraniana “estalle en cualquier momento”, según él, por falta de mantenimiento.
"El retraso en la constitución del nuevo Gobierno alemán y que Francia esté en periodo preelectoral no invita al optimismo"
Esta tensión, y no digamos una posible escalada militar, le sirve para presionar a la UE para que dé luz verde al gasoducto NordStream 2, un proyecto bilateral ruso-alemán que rompe por completo con la lógica de la Unión de la Energía impulsada por Bruselas. Con el TurkStream a través del mar Negro operativo desde enero de 2020, Moscú está cerca de asegurarse por muchos años una posición dominante en el suministro energético europeo. Todo lo contrario de lo que pretendía la UE y una palanca geopolítica que, con seguridad, el Kremlin empleará de forma agresiva y desacomplejada.
El retraso en la constitución del nuevo Gobierno alemán y que Francia esté en periodo preelectoral no invita al optimismo, ya que lo que digan y hagan la UE y sus principales estados miembros en los próximos días tendrá un peso decisivo en los cálculos de Bielorrusia y Rusia para escalar o no esta crisis migratoria.
Ni Minsk ni Moscú tienen ninguna preocupación humanitaria. Los inmigrantes son sólo un instrumento. Nada más.
La UE y los ciudadanos europeos ni pueden ni deben ignorar la dimensión humana de esta crisis. Tampoco caer en la trampa que están urdiendo Minsk y Moscú.
El ataque es contra tres estados miembros de la UE (y aliados en la OTAN), no contra el Gobierno polaco de turno. Modular la respuesta en función de las simpatías o antipatías que pueda despertar es hacerle el juego a quienes están instigando esta crisis. La presión de todos los actores europeos debe recaer, pues, sobre Minsk y Moscú, no sobre Varsovia. Y aumentar el coste es lo único que disuadirá a Bielorrusia y Rusia de escalar este conflicto u otros.
*** Nicolás de Pedro es Senior Fellow del Instute of Statecraft en Londres.