Los Acuerdos de Abraham explican el giro de España en el Sáhara
La decisión del Gobierno de respaldar el plan de Marruecos para el Sáhara no es un capricho ideológico, sino una cesión a Estados Unidos, que mantiene una histórica relación con Rabat.
A menudo, tendemos a pensar que vivimos en una isla y que las decisiones de nuestros gobernantes solo responden al humor con el que se levantan cada mañana, a una permanente incapacidad o a criterios ideológicos. Esto ocurrió en 1991, cuando Felipe González se implicó en la operación Tormenta del Desierto, cuando José María Aznar se hizo la famosa foto de las Azores y, más recientemente, con la decisión de Pedro Sánchez de apoyar el plan de autonomía del Sáhara.
En todos estos casos, más allá de la personalidad de los presidentes, España se vio arrastrada por las dinámicas de nuestros aliados, esencialmente por los posicionamientos adoptados por Estados Unidos ante determinados hechos.
Desde que en verano de 2020 se firmaran los Acuerdos de Abraham, el mundo sufre una revolución sólo comparable a la sufrida con el reconocimiento estadounidense de la República Popular China o los Acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel.
La primera consecuencia de la normalización de las relaciones entre Israel, Baréin y Emiratos Árabes Unidos ha sido un efecto contagio en otros países como Sudán y, sobre todo, Marruecos, quien ha reforzado su posición de liderazgo no sólo en el norte de África sino también en el resto del mundo árabe.
Esta posición de privilegio no nace de la nada. Marruecos es uno de los Estados más cercanos a Estados Unidos del mundo árabe y de toda la comunidad internacional. Para apoyar esta afirmación sólo tenemos que recordar que el Sultán Mohamed III no fue sólo el primer monarca no-europeo en enviar ayuda militar a Washington en su lucha por la independencia, sino que Marruecos fue el primer Estado en reconocer a los recién creados Estados Unidos de América.
"El presidente Biden ha sabido transmitir a Sánchez no sólo la histórica relación bilateral con Rabat, sino el valor estratégico que tiene para Occidente un socio como Marruecos"
Esta estrecha e histórica relación entre Rabat y Washington ha servido para incluir a Marruecos en el saco de los Acuerdos de Abraham. Rabat, a cambio, ha pedido un apoyo sin fisuras a su solución de autonomía sobre el Sáhara Occidental, un asunto vital para el reino alauí. De hecho, Marruecos ya amenazó en 2016 con ceder una base militar a Rusia en el Atlántico si no se atendían sus reivindicaciones sobre el Sáhara.
En las circunstancias actuales, que bien podrían hacernos pensar que nos encontramos ante la Tercera Guerra Mundial, parece disparatado alienarse a un aliado tan importante como Marruecos. Por ello, Washington ha sopesado no sólo su histórica relación con Marruecos, sino también las consecuencias estratégicas que podrían derivarse de perder un aliado que posee costa tanto en el Mediterráneo como en el Atlántico. Sin lugar a dudas, el presidente Joe Biden ha sabido transmitir a Pedro Sánchez no sólo la histórica relación bilateral con Rabat, sino el valor estratégico que tiene para Occidente un socio como Marruecos.
Al contrario de lo que se ha dicho, la relación entre España y Argelia no ha sido ni tan buena ni tan antigua (el Acuerdo de Amistad y Cooperación es de 2002) como algunos quieren hacernos ver. Sirva de prueba que España dejó fuera a Argelia de los Acuerdos Tripartitos de Madrid (1975) y que Argelia, además de al Frente Polisario, apoyó al Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario.
"El reposicionamiento de España respecto al Sáhara tiene que ver con la revolución de los Acuerdos de Abraham y la nueva guerra fría entre Washington y Moscú"
De hecho, la República Argelina Democrática y Popular, como realmente se llama Argelia, no sólo fue un socio estrecho de la URSS, sino que lo sigue siendo hoy de la Rusia de Vladímir Putin, con quien en 2001 renovó su relación estratégica y con quien anualmente celebra ejercicios militares conjuntos. La relación entre Moscú y Argel es tan estrecha que el Ministerio de Defensa ruso ha visitado la base Mers El-Kebir (cerca de Orán) para instalar una base naval rusa en el Mediterráneo sur, algo que cambiaría el equilibrio de fuerzas en la región.
Así, en medio de una nueva Guerra Fría (o, mejor dicho en la segunda parte de la primera), parece plausible que la decisión de Sánchez de fortalecer la relación con Marruecos responda más a la presión ejercida por Estados Unidos que a un capricho del presidente del Gobierno o a una decisión equivocada del ministro de Exteriores, José Manuel Albares.
De hecho, Sánchez ya había dado muestra de su preferencia por Argelia, no sólo acogiendo en España al líder del Polisario Brahim Gali, sino rompiendo la tradición seguida por todos los presidentes de Gobierno de iniciar sus viajes oficiales en Marruecos.
Por ello, debemos plantearnos que el reposicionamiento de España respecto de la cuestión del Sáhara tiene que ver con la revolución que han supuesto los Acuerdos de Abraham y la (nueva) guerra fría entre Washington y Moscú.
Jerusalén y Washington se han apoyado en las monarquías árabes para frenar a una Rusia cada vez más activa en Oriente Medio y en el norte de África. En medio de esta reconfiguración estratégica se encuentra España, país que ha tenido que sacrificar sus intereses en Marruecos por una posición más fuerte de sus aliados respecto a Rusia.
Por ello, mirando con una perspectiva más a largo plazo, parece que España ha sacrificado El Aaiún para frenar la ansias imperialistas de Rusia.
*** Alberto Priego es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia de Comillas.