La primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia ha dejado un resultado que para muchos es sorprendente pero que las encuestas venían anunciando. Bueno, lo hacían hasta que tuvieron que detenerse en el marco de la normativa electoral que las prohíbe en los días anteriores a los comicios.
Han pasado a segunda vuelta Gustavo Petro, y Rodolfo Hernández. El primero tenía el pase asegurado, candidato de la izquierda, de estilo demagógico y con un programa reformista pero no precisamente radical en el tono de otras izquierdas de la región. Petro es un político viejo, senador durante más de una década, alcalde de Bogotá. Supo leer el enfado ciudadano que se viene cuajando desde hace ya varios años. Es la segunda vez que pasa a segunda vuelta, pero se vuelve a enfrentar al mismo enemigo: el miedo a la izquierda.
Una izquierda que nunca ha gobernado el país, pero a la que se le teme profundamente. Por varios motivos: por un lado, por el fantasma del manido castrochavismo convertido en debate de política interna. Por otro lado, porque es un país muy roto, por el efecto de la violencia, pero también por una profunda desconfianza entre la sociedad y con el gobierno. Esta desconfianza alimenta las opciones de mano dura para enderezar lo que se entiende como un país con el rumbo torcido.
En tercer lugar, porque la izquierda y la movilización social fueron justamente víctimas de la confrontación. Víctimas de la guerra sucia y del exterminio por parte de actores armados a la derecha y víctimas de la lógica guerrerista de la guerrilla. La izquierda democrática fue golpeada por todos los flancos mientras que el espacio político le estaba vedado.
El segundo, Hernández, por su parte, es un empresario, que ostentó la alcaldía de Bucaramanga, famoso por su tono directo y procaz con el que ha hecho campaña prácticamente en exclusiva a través de las redes sociales. Un candidato que apunta justo a las bases del sistema que no permiten a la izquierda conseguir el poder. Se proclama antipolítico y anti-establecimiento. Su bandera es la lucha contra la corrupción (aunque el mismo tiene abierto un proceso por este delito).
Su fortaleza es beber de lo que durante años mantuvo a la derecha en el poder, la mano dura, pero recogiendo lo que la izquierda no consigue monopolizar, el enfado ciudadano y el hartazgo con la situación socioeconómica y con la insatisfacción la gestión del actual gobierno. Su promesa es romper el sistema, sin embargo, a pocas horas de conocerse el resultado recibió el apoyo de la derecha.
Si se atiende a la categoría populismo, Hernández materializa algunas de sus premisas. Su discurso construye un "ellos" (clase política y funcionarial) frente a un "nosotros" (pueblo); se presenta a sí mismo como el único capaz de cambiar la situación que los políticos no pueden alterar, pero él, un ingeniero, empresario exitoso, rico e "independiente" sí. Finalmente, su uso intensivo de las redes sociales con un discurso efectista recuerda a otros liderazgos "tecnopopulistas".
Chile y Perú
La figura del antisistema contra el candidato de la izquierda puede recordar otros escenarios electorales de América Latina, como el caso de Perú o Chile, sin embargo, hay que leer con atención las particularidades de Colombia.
En primer lugar, Petro no es Boric pero Hernández tampoco es Kast. Petro no representa un cambio generacional, tampoco asume patrones de las izquierdas más radicales, de hecho, en algunos asuntos sociales se presenta moderado. Hernández, por su parte, no representa el voto conservador de derecha, es transversal porque su discurso no se construye en el escenario izquierda/derecha sino de clase política frente a pueblo. No rememora un pasado mejor, aunque si se permite dejes autoritarios y conservadores en temas como el papel de la mujer o la conservación ambiental frente a la cual antepone un discurso desarrollista de vieja data.
Otra diferencia es la estructura territorial del voto. En el caso de Perú se enfrentaba un modelo de desarrollo de costa frente a sierra. Fujimori era la candidata del establecimiento y de su capital. Petro gana en Bogotá, pero también en la costa y el pacífico. Hernández se lleva para sí las regiones del lado oriental del país. La extensa y convulsa frontera con Venezuela, los llanos. Las dos candidaturas representan un país que clama por cambios radicales en la presencia y efectividad del Estado más allá de las grandes capitales.
Otra particularidad de Colombia es la acción de los partidos tradicionales, Liberal y Conservador. Ninguno de los dos mantuvo un candidato propio para la primera vuelta. Se adhirieron a otras coaliciones. El derrumbe ideológico de los partidos tradicionales es ya muy antiguo, sin embargo, demuestran una fuerte capacidad de adaptación al sistema, en la que mantienen el poder sin el desgaste propio de la campaña presidencial. Su adaptación les hace ganar en casi todas las situaciones.
La debacle del uribismo
En cambio, uno de los más afectados con el resultado electoral es el uribismo, la principal fuerza política de los últimos veinte años. El desgaste de Uribe y la mediocre gestión de Duque se suman a un agotamiento de sus respuestas para los desafíos del país y de una sociedad harta de frustración.
A pesar del panorama de incertidumbre hay que señalar también algunos hechos positivos. Aunque en las elecciones legislativas se sembraron graves dudas sobre la transparencia del proceso electoral, han quedado superadas y cerradas. Tanto por el resultado como por la eficacia del proceso de conteo y transmisión de datos.
En segundo lugar, gane quien gane, la vicepresidencia estará en manos de una mujer afrocolombiana. Eso no significa que vaya a ser buena o mala, pero si contribuye a visibilizar la diversidad del país tan poco presente en el reparto del poder.
Finalmente, en cierta forma, se canaliza el voto del descontento que con un resultado distinto podría haber generado una enorme tensión social. Otra cosa es que el ganador va a contar con muy poco margen político y económico para mostrar resultados a sus enardecidos votantes. La canalización del enfado es un espejismo que durará poco.
Los retos son enormes, gestionar un país empobrecido por la pandemia y afectado por la inflación que con toda seguridad traerá hambre. Los recursos escasean y urge una reforma fiscal y laboral; mientras el país enfrenta el inicio de un nuevo ciclo de violencia que requiere activa y eficaz presencia estatal. Todo esto, mientras el sistema internacional se reacomoda generando nuevos y complejos desafíos para los paises de renta media como Colombia.
El próximo 19 de junio tendremos respuesta a la incertidumbre electoral, pero no a los desafíos del país, esa es la tarea del próximo presidente.