A propósito del Nobel de Annie Ernaux
Instalada en la peor de las pesadillas –la del resentimiento y la autosuficiencia– la escritura de Ernaux ha renunciado al papel sacerdotal del arte.
Más allá de los debates políticos que la concesión del Premio Nobel de Literatura a la escritora francesa Annie Ernaux, con razón, ha provocado, conviene centrar el foco en la valoración estrictamente literaria de su obra.
Hija única nacida en un pueblo de Normandía en el año 40, los padres de Ernaux regentaron un pequeño ultramarinos, en una zona obrera, en cuyo altillo vivieron los tres hasta la adolescencia de la autora.
Ernaux estudió en la Universidad de Rouen y ha sido profesora de Letras en varias instituciones públicas francesas. En El lugar (1984), la autora vuelve a casa para enterrar a su padre y su mirada se extraña –siente lo ominoso– ante un ámbito familiar en el que cabría recuperar la identidad, pero donde comprueba fríamente que la matriz se ha vaciado de sentido, que el nido ya no existe porque se han abandonado las palabras de la infancia.
La mujer adulta y aparentemente refinada siente auténtica vergüenza ante una lengua materna –el patois que hablaban sus padres – a la que aborrece y es incapaz de valorar. El lugar obtuvo el prestigioso Premio Renaudot y atrajo una atención que ha sido después creciente en Francia. En La vergüenza (1997) la autora relata cómo asistió aterrorizada a la violenta amenaza de su padre de matar a su madre con un hacha. Ernaux tenía solo doce años y la imposibilidad de comprender aquel acto marcó la infancia con el sello de (la vergüenza y) la culpa.
Llama la atención el rechazo explícito a cualquier forma de curación o consolación; la escritora rechaza de plano a Freud sin saber lo cerca que está de todo lo que el genio moravo había descrito. Tres años después publicó El acontecimiento (2000), atravesando el límite de lo literario al contar con toda la crudeza el aborto practicado por ella en la ilegalidad cuando apenas tenía veinte años.
"Ernaux ha intentado, con una forma muy personal de minimalismo, limpiar la lengua francesa de la inmensa roña que la corroe fatalmente"
A propósito de este descenso a los abismos de la conciencia moral, y de la exposición pública de los más recónditos pliegues del alma, la autora señaló que deseaba escribir libros de los que más tarde le costase hablar, libros que no le permitiesen aguantar sobre sí las miradas ajenas.
Incapaz de intuir ninguna presencia real en la literatura, con El acontecimiento descubrió que había ido más allá de sí misma pero que detrás del yo, en efecto, no había nada fuera del mundo. Ernaux ha intentado, con una forma muy personal de minimalismo, limpiar la lengua francesa de la inmensa roña que la corroe fatalmente. Pero, como toda revolución, la suya puede considerarse retrógrada, en la medida en que propone, más o menos a sabiendas, volver al punto de partida, lanzando una inmensa capa de sospecha sobre cada palabra y cada artificio narrativo. Sobre la literatura, en suma, sobre el arte de la ficción, sobre el juego de los hombres con un lenguaje al que -este sería el peor pecado para la autora – habíamos aprendido a perderle cariñosamente el respeto.
[Los siete mejores libros de Annie Ernaux, Premio Nobel de Literatura]
Escrutar el corazón para obtener la verdad pura, beber el dolor de la vida hasta los posos amargos de la copa, no consentir ninguna forma de humor, de ornato, de disimulo, son características demasiado conocidas del patrimonio más dogmático y limitante de una parte de la tradición europea. Jansenismo sin Dios, nuevo discurso del método, resuena en su obra una variante del gnothi sautón délfico –conócete a ti mismo– que pretendería que quien consulta al oráculo, más que buscar la verdad, la autogenera.
"Ha demolido todos los puentes, al establecer un abismo insalvable entre cuerpo y espíritu, presente y pasado, arte y escritura, amor y sexo, literatura y vida"
Claudio Magris, en un viaje por la tierra de El Quijote, escribió: “Llanura de la Mancha, buena exterioridad del mundo. La verdad no habita in interiore homine, en la asfixiante autarquía de la interioridad, sino en la comparación de esta última con los otros, los olores, los hechos, los alimentos, las funciones fisiológicas y los callos de las manos. Lo que permanece solo interior se agría, se enturbia y se corrompe, se convierte en vicio o delirio. La interioridad solitaria pierde fácilmente la noción del bien y del mal, como en los sueños, en los que puede cometer cualquier cosa sin sentirse culpable”.
Instalada en la peor de las pesadillas –la del resentimiento y la autosuficiencia – la escritura de Ernaux ha renunciado al papel sacerdotal del arte. Ha demolido pulcramente, eso sí, todos los puentes, al establecer un abismo insalvable entre cuerpo y espíritu, presente y pasado, arte y escritura, amor y sexo, literatura y vida.
Invoca de modo constante la búsqueda de su verdadera historia. Pero, en realidad, se autolimita en el proceso de comprensión, de creación, cerrándolo implacablemente a la inspiración y la kharis homérica.
El precio, en términos literarios, de la alienación voluntaria resulta siempre excesivo para quien se somete a esa amputación. Aunque no pueda evitar que los demás, al hacerlo, comprendamos el infinito valor de todo lo que a esa escritura le falta.
*** Álvaro de la Rica es escritor y profesor de Literatura.