La guerra de Ucrania ha vuelto a poner en el centro del debate la cuestión de cuál debe ser el peso de la alta tecnología dual con capacidades para nuestra defensa militar y civil en un Estado democrático.
El cambio de percepción de que un ejército sirve, principalmente, para defender los valores fundamentales que vertebran nuestra sociedad va desplazando paulatinamente prejuicios provocados por una historia, la nuestra, cada día menos reciente.
Es fácil caer en la tentación de pensar que la democracia es el destino final natural de la historia. Lo cierto es que es un tesoro que debemos defender y preservar a diario. Los ucranianos, desgraciadamente, han aprendido esa lección de forma traumática.
Para poder realizar esta defensa de forma eficiente y sostenible, debemos hacer una reflexión previa, como país, y saber cuál es el papel que tanto las Fuerzas Armadas como la industria tecnológica aplicada a la defensa deben jugar.
Como marco de esta reflexión podemos diseñar una estrategia de defensa sobre la base de tres ejes que sirvan de referencia para su desarrollo.
1. La necesidad de ser valientes a la hora de tomar decisiones, tanto por parte de los poderes públicos como del sector privado.
2. Una visión clara y transversal en la estrategia de defensa.
3. Una identificación plena con los valores de nuestras sociedades democráticas.
"Si dejamos de invertir en la actualización de nuestros recursos nunca podremos hacer frente a los nuevos retos en defensa que ha traído el siglo XXI"
Respecto a la necesidad de ser valientes, el Ejecutivo español acaba de dar un ejemplo claro. El aumento del gasto de Defensa, un 25,8% con respecto al presupuesto anterior, es un primer paso que debe ser recibido como una oportunidad única.
Esa cifra constituye el 1,2% de nuestro PIB, compromiso alcanzado con nuestros socios de la Alianza Atlántica, y debe seguir aumentando hasta el 2% del PIB para cumplir con el objetivo marcado para 2029.
Digo que es una oportunidad única porque, en primer lugar, debe servir para modernizar nuestras Fuerzas Armadas. Si dejamos de invertir en la actualización de nuestros recursos nunca podremos hacer frente a los nuevos retos en defensa que ha traído el siglo XXI, tanto en el mundo físico como en el digital, por tierra, mar, aire y espacio.
Por eso es fundamental que estas partidas se ejecuten de forma inteligente.
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Pero, además, debemos aprovechar esta coyuntura para desarrollar una industria nacional fuerte, contribuyendo así a obtener una mayor soberanía nacional en capacidades clave para nuestro país. Soberanía alineada con la autonomía estratégica que Europa persigue.
Esta mayor soberanía nacional en capacidades clave puede y debe hacernos más resilientes a cambios de posiciones geoestratégicas.
Es vital fomentar la industria nacional de alta tecnología que permita dotarnos de las capacidades de defensa necesarias para salvaguardar nuestra forma de vida a la par que su aplicación en la sociedad civil.
Esta industria de tecnología de vanguardia es siempre dual, proporcionando a la vez seguridad y progreso a nuestra sociedad.
Respecto a la visión clara y transversal de la estrategia de nuestra defensa, hay que desarrollarla, en un primer momento, en coordinación con todos nuestros socios europeos. Una acción armonizada evitará redundancias y, sobre todo, incongruencias entre las diferentes políticas nacionales.
Además, esta coordinación puede derivar en una especialización mayor, lo que permitirá desarrollar nuestras capacidades de defensa en el conjunto de la Unión, a la vez que se optimizan tanto los recursos económicos como el tiempo en que tardamos en desarrollarlas.
"Según los cálculos del Gobierno, los 4.902 millones de euros destinados a programas especiales de modernización van a contribuir a crear 22.667 empleos"
Pero esta visión estratégica debe también tener a la sociedad como referencia. Por ejemplo, el desarrollo de una industria de alta tecnología puede generar oportunidades de empleo en territorios donde la brecha del desarrollo tecnológico supone una clara amenaza.
Según los cálculos del Gobierno, los 4.902 millones de euros destinados a programas especiales de modernización van a contribuir a crear 22.667 empleos de forma directa e indirecta. Empleos que pueden generarse precisamente en zonas de España con un menor índice de desarrollo industrial, tecnológico y, por ende, económico y social.
Muchos de estos empleos son altamente cualificados y contribuirán, de forma hoy imprevisible, a aportar nuevas soluciones a nuestra sociedad.
La Segunda Guerra Mundial puso en marcha la máquina Bombe para descifrar los mensajes en clave de los alemanes generados por Enigma; el Proyecto Manhattan, que traería la terrible bomba atómica; o los cohetes V-2 de Von Braun, que pudieron cambiar el destino de la contienda.
Pero las consecuencias de estos tres hitos fuera del ámbito militar modificaron completamente la sociedad de la segunda mitad del siglo XX: el nacimiento y desarrollo de la informática, el uso de la energía nuclear o la conquista del espacio.
La industria de alta tecnología debe, por tanto, proponer soluciones innovadoras para los retos presentes. De esa forma, no sólo estará aportando una solución a un problema actual, sino también abriendo nuevas puertas para el futuro de nuestras sociedades.
Por último, esta visión estratégica debe estar fundamentada en los valores sobre los que se asientan nuestras sociedades occidentales. El proceso de modernización de nuestras Fuerzas Armadas durante las últimas décadas no sólo se ha producido en las áreas de recursos o materiales.
También, y principalmente, en el rol que deben jugar dentro de nuestra sociedad. El compromiso con la defensa de la seguridad y la libertad de los ciudadanos es patente. Y la percepción de este compromiso y, por qué no decirlo, de esta necesidad, por parte de los ciudadanos se ha incrementado en los últimos tiempos.
"La protección de nuestro patrimonio medioambiental cuenta con el apoyo inestimable de nuestras fuerzas militares y de sus recursos para minimizar cualquier tipo de amenaza ecológica"
Podemos recordar cómo en las primeras semanas de la pandemia, cuando había gran temor e incertidumbre entre los ciudadanos, las Fuerzas Armadas desempeñaron un papel clave en la lucha contra el virus. Desde labores de desinfección hasta llamadas de rastreo, así como soporte en las misiones de traslado de material sanitario, o en las campañas de vacunación.
Su gran labor les hizo destinatarios de muchos aplausos juntos a los sanitarios y al resto de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Otro ejemplo claro de identificación de valores entre las fuerzas de defensa y las de la sociedad civil es la participación de unidades especiales como la UME en nuestra batalla contra el fuego. La protección de nuestro patrimonio medioambiental cuenta con el apoyo inestimable de nuestras fuerzas militares y de sus recursos para minimizar cualquier tipo de amenaza ecológica.
Estos valores han de tener su correlato, también, en la industria de defensa. No sólo son las Fuerzas Armadas las que deben estar al servicio de los intereses de la sociedad. También las empresas que contribuyen a su desarrollo deben apostar por valores sostenibles de responsabilidad social corporativa. Desde el desarrollo del talento que tenemos en nuestra casa hasta las soluciones que dan respuesta a las preocupaciones de nuestros conciudadanos.
La industria de defensa, por su propia naturaleza, debe ser especialmente escrupulosa a la hora de desarrollar su labor. Debemos fomentar un espíritu colaborativo entre los diferentes agentes sociales que acabe redundando en una mayor fuerza y especialización del sector.
De esta forma, no sólo nos estaremos posicionando como un sector de referencia internacionalmente, con los beneficios económicos, sociales y culturales que eso conlleva para el país. También estaremos cumpliendo con el mandato de crear para nuestros hijos un mundo más seguro y sostenible.
*** Luis Furnells es presidente ejecutivo del Grupo Oesía.