Putin no se rinde y Kiev se prepara para más guerra
Ni Rusia ni Ucrania muestran intención alguna de aflojar en su esfuerzo bélico. Todo indica que la guerra se alargará un año más y que lo peor aún podría estar por venir.
¿Traerá 2023 el final de la guerra o al menos la firma de un alto el fuego que rebaje la tensión en los frentes geopolítico, estratégico y económico, principales afectados por el inicio de las hostilidades hace ya casi un año?
Muchos sostienen que la postura de algunas naciones europeas, que piden "animar" al Gobierno de Ucrania a negociar con Moscú, es la más lógica para rebajar unas tensiones que amenazan con saltar al peligroso mundo nuclear.
Otros, sobre la base de un aparente estancamiento de los enfrentamientos causado por el desgaste de ambas fuerzas militares, creen que ambas partes estarían dispuestas a entablar negociaciones para rebajar tensiones y pactar un alto el fuego.
Pero la testaruda realidad parece decirnos otras cosas.
Desde hace unas semanas se han multiplicado las informaciones que hablan de la posibilidad de que Rusia esté preparando una nueva ofensiva sobre Kiev desde el norte, muy probablemente desde Bielorrusia.
Estas informaciones coinciden con la acumulación de tropas en Bielorrusia. Acumulación muy inferior a la ocurrida antes de la invasión, pero aún así significativa.
Al igual que en ocasiones anteriores, estas nuevas tropas rusas han sido movilizadas con la excusa de realizar maniobras conjuntas con las fuerzas armadas locales, y se dan en medio de la preocupación por la muy rara visita rusa de alto nivel a Bielorrusia de mediados de diciembre pasado.
Entonces, el mismísimo Vladímir Putin acudió a Minsk acompañado de su ministro de Exteriores Serguéi Lavrov y del de Defensa Serguéi Shoigú, que mantuvieron una cumbre bilateral con el Gobierno del aliado del Kremlin Alexandr Lukashenko.
"Una nueva acción militar rusa desde Bielorrusia, aunque sea de menor entidad que la del 24 de febrero pasado, obligaría a Kiev a reforzar este frente"
Los analistas no se ponen de acuerdo sobre los objetivos de esta visita. Algunos creen que Moscú trata de arrastrar a Minsk a un enfrentamiento militar con Kiev. Otros creen que es una maniobra para obligar a Ucrania a desviar efectivos de los actuales frentes de batalla en el sur del país ante una eventual invasión rusa desde el norte.
También podría deberse a una combinación de ambas posibilidades, que no parecen en absoluto excluyentes.
Una nueva acción militar rusa desde Bielorrusia dentro de las fronteras ucranianas, aunque sea de menor entidad que la iniciada el 24 de febrero pasado, obligaría a Kiev a reforzar este frente. Desde el Ministerio de Defensa de Ucrania se asegura, por su parte, que el norte del país está bien defendido y que no precisa de refuerzos adicionales.
Durante las próximas semanas podríamos ser testigos de una nueva ofensiva rusa o ver cómo todo esto se convierte en sólo un efecto más de la "niebla de la guerra".
Las semanas siguen pasando y parecen haberse corregido, al menos en parte, los tremendos errores iniciales cometidos por las autoridades rusas en la movilización parcial decretada por Moscú. Hay informaciones de que los movilizados han pasado a reforzar las líneas defensivas de los territorios ucranianos aún en manos rusas.
También de que, a pesar de la carnicería a la que asistimos casi a diario, estas tropas están conteniendo los avances ucranianos. Al menos de momento.
Todo indica que el nombramiento del general Serguéi Surovikin como máximo mando militar de las operaciones en Ucrania cambió sustancialmente la estrategia rusa, aunque su reciente relevo por Valeri Guerásimov abre nuevas incógnitas.
Una de las primeras decisiones de Surovikin fue la retirada ordenada de Jersón de unos 30.000 efectivos rusos, con la idea de hacerse fuertes al otro lado del río Dniéper y evitar a toda costa la entrada ucraniana en Crimea, una línea roja del Kremlin.
Este repliegue, unido a la llegada de refuerzos al frente tras la movilización parcial ordenada por el Kremlin han logrado un alto grado de estabilización de las posiciones de ambos contendientes. Estabilización a la que seguramente también ha contribuido el agotamiento de las unidades de ambos bandos, que precisan de descansos y rotaciones, y reabastecerse de munición y víveres.
Pero esta pausa en la evolución de los frentes de guerra está siendo utilizada por ambos contendientes para reforzar sus castigados y agotados arsenales.
"La Inteligencia estadounidense lleva tiempo advirtiendo de que la colaboración entre Moscú y Teherán está incrementándose"
Por un lado, Rusia se ha acercado a Irán y Corea del Norte, sometidos a fuertes sanciones internacionales (como la propia Rusia), en busca de ayuda militar. Ambos Estados tienen una vasta experiencia esquivando las sanciones a la hora de comerciar internacionalmente con materiales prohibidos, como es el caso del material militar.
Se ha informado también de importantes partidas de munición de artillería suministrada por Corea del Norte a Rusia. Pero todo indica que las transacciones más importantes han venido y vendrán de Irán, en forma de los conocidos como "drones suicidas". La llegada de centenares de estas municiones guiadas y no tripuladas ha ayudado a reforzar la nueva estrategia rusa de atacar la infraestructura civil básica ucraniana. Estrategia que está cosechando un importante éxito, especialmente en el sector energético.
La Inteligencia estadounidense lleva tiempo además advirtiendo de que la colaboración entre Moscú y Teherán está incrementándose y que puede llegar en breve a convertirse en una alianza estratégica muy relevante, con importantes efectos colaterales.
Así, en breve, Rusia podría empezar a recibir también misiles balísticos de fabricación iraní de entre 300 y 700 kilómetros de alcance y que ayudarían a reponer los gastados arsenales rusos. Estos misiles se ajustan a la nueva estrategia del Kremlin en Ucrania de bombardeos contra las infraestructuras.
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Incluso se habla de la instalación de una factoría de drones suicidas iraníes en Rusia. A cambio, Teherán recibirá importante ayuda militar rusa para reforzar sus propias Fuerzas Armadas. Seguramente, con los veinticuatro Sukhoi Su-35 previamente vendidos a Egipto (y no entregados por las sanciones occidentales a Rusia tras su ilegal anexión de Crimea), además de con modernos sistemas de misiles antiaéreos y buques de guerra.
Todo este material le vendría muy bien a Teherán para defenderse de un ataque israelí contra sus instalaciones nucleares. Algo de lo que, por cierto, se habla con creciente insistencia.
Por su parte, el Gobierno del presidente Volodímir Zelenski y sus aliados occidentales trabajan a destajo para reforzar el poder militar ucraniano lo antes posible, quizá sospechando (o sabiendo) de las nuevas intenciones de Putin.
La visita de Putin a Minsk fue contestada pocas horas después por una de Zelenski a Washington, lo que hace pensar que en ambos casos se escenificó un refuerzo de los acuerdos con los respectivos aliados estratégicos.
Desde entonces, y en pocas semanas, se ha observado una gran movilización política occidental para armar con cada vez más material pesado avanzado a las fuerzas armadas ucranianas. Material con el que Ucrania bien podría intentar recuperar el control de su territorio perdido o bien resistir los constantes envites de un Putin que no tiene intención alguna de rendirse.
Ni agresor ni agredido tienen, en fin, intención alguna de aflojar en su esfuerzo bélico. Tristemente, todo indica que tenemos guerra para rato y que lo peor aún podría estar por venir. Europa debe prepararse a conciencia para ello.
*** Rodrigo Rodríguez Costa es analista de Seguridad y Defensa.