Manifestación de okupas.

Manifestación de okupas. EFE

LA TRIBUNA

Los okupas juegan para la izquierda

Para un latinoamericano que llega a España parece ciencia ficción ver cómo el Gobierno ampara la okupación y replica el discurso de los populismos venezolano y argentino.  

12 mayo, 2023 03:20

Para un latinoamericano tercermundista de clase media que viene a vivir a un país europeo parece ciencia ficción ver lo que el Gobierno hace con el derecho a la propiedad privada. Las coloridas contradicciones entre una España que quiere ser moderna y verde, pero que permite lo más negro del delito, vuelve daltónico al ojo foráneo.

Manifestación okupa.

Manifestación okupa. EFE

La okupación enciende los ánimos. Toca las más profundas fibras, las conectadas con nuestra condena original: el fruto del sudor de nuestra frente. La propiedad privada es uno de los derechos menos discutibles del mundo.

Frente a un Estado que no se ocupa, el individuo debe reaccionar. Así, propietarios españoles angustiados contratan a gigantes como Desokupa para que echen a los usurpadores. Muchos de estos últimos tienen prontuario. Son reincidentes y no carmelitas descalzas.

Las narrativas de quienes están en el poder son performativas: crean y dan forma a la realidad. La izquierda demarca la línea de cal de una nación que juega en fuera de juego por falta de VAR.

"No sólo delinquen okupando, sino que okupan para delinquir. La raíz cuadrada del delito con la que se hace la vista gorda"

En América Latina lo sabemos bien. El caleidoscópico storytelling de la izquierda es muy seductor para algunos mercados "desregulados". Al escuchar la retórica de Moncloa crecen las expectativas de esos seres humanos que sufren y que ven un futuro mejor en Europa. ¿Y los que sobrefacturan sus pateras? De parabienes. El Gobierno es su accionista minoritario.

El cachondeo del storytelling progresista tiene costos peligrosos. Esto alcanza al narcomenudeo vernáculo. En no pocos apartamentos recuperados se encuentran drogas para la venta o jardines de invierno de marihuana muy bien cuidados. No sólo delinquen okupando, sino que okupan para delinquir. La raíz cuadrada del delito con la que se hace la vista gorda.

Entre tanto, desde el púlpito del Congreso se puede oír a personajes elegidos por el pueblo sostener que, en realidad, los pisos okupados son propiedad de sucios capitalistas multimillonarios: bien okupados están. En ese sermón sólo falta citar el undécimo mandamiento escrito en las tablas de la ley de la izquierda iberoamericana: "Robarás a los ricos".

"El kirchnerismo ha sido muy eficaz en Argentina contando una historia de tensiones antagonistas. España debería mirarse más en ese espejo cruel"

Quienes padecimos en nuestras carnes a la izquierda latinoamericana conocemos la simulación promiscua de Robin Hood que se hace desde el estrado. Aunque con muy diverso énfasis, Fidel, Chávez, Maduro, Evo Morales, Correa y Lula han sido evangelizadores de esos libros sagrados. De todos ellos hubo y hay pruebas y/o sospechas de corrupción. Izquierda, en suma, como Dios manda.

Excitar la irritabilidad de ricos y pobres funciona como driver simbólico, está probado. No hay buena historia literaria sin polarización entre un protagonista y su antagonista, sea un dolor, otro personaje o la misma muerte. El kirchnerismo ha sido muy eficaz en el laboratorio argentino contando esa historia de tensiones antagonistas. España debería mirarse más en ese espejo cruel.

El gran éxito social de las izquierdas ha sido narrativo. El aparente Robin Hood (o Cristina Kirchner) dice que tocará los bolsillos de los señores que fuman habano y toman whisky. Esos que nunca los votarían. La plaza clama enardecida y Robin Hood es reelegido para continuar sus negociados por lo bajo (porque el capitalismo malo es el de la derecha; el capitalismo extractivista de la izquierda es exfoliante y sedoso).

Encender la ira social frente a los que tienen dinero funcionó durante décadas en América Latina. Abroquela a los universos padecientes, sustancializa y les da un sentido a individuos disgregados.

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Quienes somos latinoamericanos sufrimos los hilos de estos eventos en loop quichicientas veces. Pero hay algo que no deja de asombrar. Los cubanos y los venezolanos que llegan huyendo votan, casi como un acto de supervivencia, a la derecha. Sin embargo, los argentinos que llegan aquí, viniendo de un país con una inflación estratosférica e inseguridad creciente, parecen seguir votando a los peronistas a la española. Peronistas españoles encarnados en esa izquierda que, como un payaso perverso, repite el truco y promete que de la piñata caerán miles de viviendas como si fueran chuches (jamás caerán).

Puede haber alguna explicación que no sea un mero síndrome de Estocolmo (aunque este no lo descarto). Una de ellas es que piensan que en España esas políticas perimidas sí funcionarán porque habrá algo para repartir. Muchos inmigrantes latinoamericanos no vienen en buenas condiciones, ni con trabajo, ni con vivienda asegurada. Precisan ese tipo de Estado de bienestar grande y generoso que promete la izquierda para coger algunas migas.

"No quieren ver que, en los últimos treinta años, la izquierda ha mostrado su fascismo y su violencia con mucha más visceralidad que la derecha"

Muchos argentinos que votan a la izquierda son románticos cándidos que cantaron canciones revolucionarias de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, del primer Serrat y del allendismo extemporáneo de Ismael Serrano. Leyeron también que Mafalda quería cambiar el mundo y vieron que Maradona se abrazaba a Fidel y tenía tatuado al Che. Parece chiste, pero los consumos culturales no son inocuos.

El kirchnerismo estuvo dieciséis de los últimos veinte años diciendo en cadenas nacionales que no hay nada peor que la derecha, y eso caló en los más jóvenes (aunque hoy está cambiando). Quienes votan a la derecha no se animan a responder encuestas. Tal es el estigma.

Aún con un 40% de pobres, el asistencialismo estatal hizo que la crisis argentina no haya llegado a los infiernos cubanos y venezolanos (todavía). Pero muchos argentinos creen que la izquierda es el mal menor, porque asocian el centroderecha a las dictaduras setentistas.

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Increíblemente, no consiguen o no quieren ver que, alrededor del globo y en los últimos treinta años, la izquierda ha mostrado su fascismo y su violencia con mucha más visceralidad que la derecha. Como muestra, basta escuchar al Lula cartógrafo que anda diciendo que Crimea quizás no sea tan ucraniana como parece. La izquierda orinando ataúdes ajenos.  

El temor social que producen hoy las okupaciones no sólo no es hospedado por el Gobierno español, sino que es banalizado y pisoteado. El sagrado derecho a la propiedad privada (es decir, a la libertad) es profanado.

El ignífugo Gobierno español está frente a un incendio mucho más complejo que el ya acalorado drama de la falta de vivienda. Este narrador español, tan parecido al argentino, nos está contando que en el vejado cuento de esta democracia está tachando un párrafo del Estado de derecho y reescribiendo la Constitución con un "¡Viva la Pepa!".

Hay algunas garantías. Los okupas serán respetados, encontrarán techo y camas dignas. Para ustedes, los obedientes rehenes contribuyentes, la intemperie. En este juego maquiavélico, los okupas juegan para la izquierda.

*** Nicolás José Isola es filósofo y escritor. Colabora en La Nación, El País, Folha de S. Paulo y otros medios.

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