Pasan cosas raras en la economía española. Como que crezca más que ninguna y fabrique empleos fijos como el que le da a la manivela de los churros. Además, las cifras oficiales de la Seguridad Social presumen de equilibrio y, en plena guerra con el mayor proveedor de gas de Europa, la energía es más barata muchos días que antes de las sanciones a Rusia.
En estas circunstancias, y convocadas unas elecciones generales en apenas tres semanas, un marciano diría, a la vista del 140-100 que muestran las encuestas, que sin duda España está hoy gobernada por el PP, que las lidera con holgura.
Pero no. Esa es la mayor de las cosas raras… al marciano le tendríamos que explicar qué ocurre. Todos esos datos son ciertos, pero no están en la vida real. Un resumen sencillo es que se trabajan menos horas en total que cuando había millón y medio menos de cotizantes. O que, pese a las ayudas, subvenciones y descuentos contra la inflación, la mayor pérdida de poder adquisitivo de Europa es la nuestra. O que muchas medidas fiscales son contradictorias, como la del fomento del coche eléctrico, que ya es caro de por sí, pero beneficia más al que más rico es, con desgravaciones que salen de los impuestos de los pobres también.
Pero lo que ni siquiera se ve en la vida real es que lo de la energía barata viene con trampas.
1. La excepción ibérica se acaba en diciembre.
2. Habrá que pagar todo lo no pagado en su año y medio de vigencia. Y lo hará usted, en sus debidos plazos, mes a mes, incrementando su factura.
3. Que si éramos el país con más capacidad de almacenamiento y regasificación y, además, el menos dependiente de Rusia… hoy todo eso se ha dado la vuelta.
España es hoy el país de la UE que mayor porcentaje de su gas natural licuado compra a los oligarcas que aún sostienen a Putin: el 18%. Y para explicar eso, que nos retrata aquí en Bruselas, hay que mirar a Argelia. Nuestro (antes) mayor proveedor de gas castiga la política exterior de este Gobierno alineada con su mayor enemigo, Marruecos. Y además, es frontera de la mayor amenaza que la España lejana de Rusia debe calibrar ya con la urgencia que indiquen los planes de contingencia de seguridad y defensa.
Hasta ahora, Rusia influía en el Sahel a través de los mercenarios de Wagner. Desde el golpe interruptus del sábado pasado ya no sabemos quién manda sobre esos miles de paramilitares que desestabilizan nuestro patio trasero.
Pero si el temor de que Prigozhin llegara a Moscú es que se hiciera con los códigos nucleares (porque un caudillo corrupto como él siempre es peor que un autócrata), hoy siguen patrullando el Sahel sus chicos: el jefe de la milicia ha sido desposeído y exiliado a Bielorrusia, y ellos van con armas pesadas en busca de su botín.
Quizá suene muy marciano, pero las democracias sufren cuando hay tanta distancia entre lo urgente para el gobernante y lo importante para el votante. Entre los datos y la realidad.
Ahora viene un parón por las vacaciones, después de un año analizando los asuntos internos desde Bruselas. Dejo la capital europea inquieto, porque nada está mejor que cuando llegué. Pero al menos aquí tenemos democracia, elegimos libremente. Y eso pasa poco en el mundo.