Los golpes contra el poder no son excepcionales en Moscú. Prigozhin lo intentó y falló el tiro. Pero Putin ya no podrá dormir tranquilo. Su poder está más discutido que nunca, y el mundo sabe que su liderazgo es bastante más frágil de lo que cabía esperar antes de la invasión de Ucrania.
Durante años, Prigozhin y sus paramilitares del Grupo Wagner actuaron como una extensión del Ejército ruso en la sombra. Participaron en las misiones más duras, en los lugares donde Rusia quiso defender los intereses del Kremlin y los oligarcas sin comprometer su imagen. Hablamos de infiernos en la Tierra, de los territorios más peligrosos de Libia, Siria o Mali.
Putin confió en Prigozhin para combatir también en Ucrania con la esperanza de obtener victorias valiosas donde las tropas regulares fracasaron o no se implicaron. Un año después Prigozhin se rebeló contra sus jefes. Primero, con críticas furibundas contra el presidente y el ministro de Defensa, Sherguéi Shoigú. Y finalmente, como todos sabemos.
El 24 de junio, los Wagner tomaron el control de una importante ciudad como Rostov sin pegar un tiro. Y sin pegar un tiro avanzaron sin impedimentos cientos de kilómetros en su camino a Moscú. El presidente Putin abandonó la capital. Los miles de hombres de Wagner derribaron varios helicópteros. Creció la sospecha de una nueva guerra civil en Rusia, y en esta espesa niebla nos instalamos en las hipótesis y la incertidumbre.
Sólo una cosa parecía segura. Triunfase Prigozhin o no, fuese cual fuese su propósito, correrían ríos de sangre. Extrañamente, nada de esto ha ocurrido hasta el momento. Prigozhin dio marcha atrás y negó que se tratase de un golpe contra el Kremlin. No fue más que una marcha por la justicia, dijo. Un recurso desesperado para garantizar la supervivencia de su grupo, amenazado por el ministerio de Defensa.
Putin regresó a Moscú y se dirigió a la nación. Pudo castigar con dureza a los paramilitares. Pudo hacérselo pagar ejemplarmente caro a Prigozhin. Pero propuso a los paramilitares el ingreso en las tropas regulares o el exilio a Bielorrusia, con el cabecilla Prigozhin, al amparo del mediador Lukashenka.
¿Qué quiere decir esto? ¿Cómo podemos interpretarlo? Timothy Snyder, uno de los mejores historiadores y analistas de la Rusia moderna, planteó una verdad inapelable. Si tolera la rebelión, parecerá débil. Si inicia las purgas, se arriesga a otra rebelión.
Putin ordenó la invasión de Ucrania y está fracasando. Putin quiso fortalecer Rusia y la está debilitando. China todavía desea la continuidad de Putin en el poder, pero sólo si es capaz de garantizar la estabilidad en el país con el que comparte más kilómetros de frontera. Es probable que el pueblo ruso no se levante contra Putin, pero se demostró en el motín que tampoco saldrá a defenderlo.
Putin creó la imagen de un hombre peligroso al que no se puede arrinconar. Pero sus gestos proyectan la imagen de un hombre que sale de paseo cuando necesita armas. El motín de Prigozhin acabó. Pero seguro que, en ciertas esferas de poder, se ha tomado nota.