El debate del debate
Volvió un cara a cara. Ocho años después, han vuelto a verse los dos partidos que no se enfrentaban a solas desde 2015. Repetía ayer Sánchez y enfrente otro gallego, Feijóo. Y digo "verse" porque los debates son, probablemente, el único momento de la campaña electoral en el que los candidatos se encuentran en el mismo espacio, se saludan y se miran a los ojos.
Un aprendizaje que me llevé de las bambalinas de los debates electorales con los que me tocó lidiar durante mi etapa política es que el ganador del debate es aquel que comunica mejor a su público. No haría mucho caso a los halagos postdebate de los que nunca le votarán. Tampoco debe sentirse más campeón el que demuestra más técnica debatiendo o más audacia contestando a los moderadores. Ganar el debate es ganar entre tu público objetivo. En el actual y en el que esté más cerca del serlo algún día.
Pero la victoria, o la derrota, son como los créditos de la película. Antes deben ocurrir muchas otras cosas por el camino. Primero las negociaciones a puerta cerrada sobre los detalles del debate, el plató, las sillas, los temas, las entradas, las salidas. Unas negociaciones que suelen ser más intensas en la televisión pública que en la privada.
En un debate como el de ayer, todo viene bastante dado por la organización. Y así debería ser, porque ahorra muchas reuniones estériles. Además, cuando el organizador es una cadena privada, esta tiene todo el derecho a hacer lo que quiera con su cuenta de resultados. En el caso de Atresmedia, se suma la experiencia de unas cuentas batallas. De hecho, gracias a ellos ha habido debate.
Conscientes del espectáculo y del impacto que supone, el cara a cara arrancó mucho antes de que las cámaras se encendieran ayer a las 22:00. Hace tiempo que las cadenas se dieron cuenta de que importa casi tanto el making of como la propia cita.
"Retransmitir toda la liturgia que rodea el momento es propio de nuestra etapa de entretenimiento político en la que los argumentos han dejado paso a la espectacularización del directo"
Recuerdo la primera vez que nos citaron a los directores de debate de cada fuerza política para extraer de una cubeta (al más puro estilo Champions League) unas bolas de plástico que determinarían los temas, los tiempos y el resto de cuestiones en liza. Hoy, a ninguna cadena se le ocurriría pensar en empezar el debate precisamente con el debate. Una final empieza mucho antes del pitido del árbitro.
Retransmitir toda la liturgia que rodea el momento es propio de nuestra etapa de entretenimiento político, en la que los argumentos han dejado paso a la espectacularización del directo.
Con unas audiencias hiperactivas y con sobreoferta de opciones televisivas, mantener conectadas las grandes bolsas de público de principio a fin es tarea difícil, casi imposible. Por eso, los equipos de comunicación política se esfuerzan, y así lo hicieron ayer, en capitalizar momentos de atracción que puedan otorgarles dosis de protagonismo.
Al final, un debate electoral es una acumulación de instantes. Son esos instantes los que decidirán el resultado.
De la misma manera que nuestros públicos consumen píldoras fragmentadas, los equipos entienden la importancia de seleccionar sus propios mejores momentos. Ayer hubo cartelería, un contrato a firmar y un conjunto de palabras clave bien seleccionadas.
Esos instantes decantan la balanza. Y lo ideal sería poder escoger bien los golpes de efecto. Entender el código de las audiencias es entender las posibilidades de éxito que uno tiene. Las interrupciones constantes, la batalla de números y el reproche desconectan y hacen desconectar a buena parte del público, de la misma manera que alimentan la frustrante idea de que probablemente los políticos nunca se pondrán de acuerdo en nada. Pero claro, sobre el papel todo es fácil.
Pero la realidad del fragor de la batalla hace que la interrupción se convierta en algo inseparable del propio debate. Diríamos que es parte del juego, donde a veces también hay faltas, barro y entradas duras. Aunque ayer quizás algo más embarullado de lo normal y con un vetusto tufo de "y tú más". Con un Sánchez más en lo macro y un Feijóo más cerca de lo micro. Apelando ambos al eterno debate entre los buenos ejemplos o los datos, las historias o los números, los ránkings europeos o el simple precio de las naranjas.
Por el camino, los esfuerzos de Vallés y Pastor por reconducir la escena hacia las propuestas. Una misión compleja, en la que los candidatos dedicaron esfuerzos al equilibrio constante entre defensa, ataque y propuesta. Mientras, a la vez, intentaban saltar las minas que se iban arrojando entre ellos. ¿Recordará el público las propuestas del debate de ayer? Difícil. De la misma manera que pocas veces se recuerdan los eslóganes de campaña.
"Si el predebate debate es importante, el postdebate lo será todavía más si cabe"
Volviendo al quién gana. Si decía antes que el predebate debate es importante, el postdebate lo será todavía más si cabe, ya que es ahí donde conviven todas las audiencias, que son básicamente dos: las que vieron el debate y las que no. Una mezcla entre la propia opinión de aquellos que lo consumieron (o que por lo menos se pasaron por ahí un rato) junto con los análisis de los opinadores, los políticos y todos aquellos que aportarán una interpretación que influirá en quienes no lo vieron.
En definitiva, ya sea en primera persona, a través de refritos de los best moments o bien de oídas, el voto de todos ellos valdrá lo mismo el día 23 de Julio. Afortunadamente.
Me dijo una vez Campo Vidal que cada debate es único. Opinar sobre un debate desde la distancia de no formar parte de ellos desde hace cuatro años es para quien escribe estas líneas más fácil y más cómodo. Verlos además desde fuera de la política como consultor de comunicación en el sector privado lo es todavía más.
Pero me quedo con la ágil edición de las cámaras y la novedad de un cara a cara sin los moderadores en el centro del plano. Esa colocación obligaba a los candidatos a controlar sus movimientos y a elegir interlocutor. O bien contestar directamente a los moderadores o hacerlo directamente a través del adversario. Interesante.
Eché de menos la minipantalla desplegable que emite la entrada de los asesores en las pausas. Unos momentos en los que uno puede sentir el peso y la importancia de lo que se están jugando en esos instantes. Donde no se ven candidatos, sino personas con sus miedos, sus nervios y sus ambiciones.
En esos instantes en los que los asesores invaden el plató durante las pausas de los debates viví parte de los momentos más emocionantes, duros e ilusionantes de mi etapa política. Compartirlos con el resto de los espectadores sería un buen regalo para ver esa parte de la política que no se suele ver. La de los focos apagados, la que no entiende de postureo y se muestra desnuda.
Ese sea quizás el punto de la campaña donde hay más verdad.
*** Fernando de Páramo es profesor universitario y director de comunicación en la agencia de branding Morillas, donde también ejerce como consultor en comunicación estratégica. Fue secretario de comunicación de Ciudadanos y director de la estrategia de debate electoral (2015-2019).