El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, celebra su victoria.

El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, celebra su victoria. Reuters

LA TRIBUNA

Illa no va a cerrar el grifo del nacionalismo

La situación real con Illa en el poder no mejorará para los no nacionalistas. Su victoria no es una garantía para que deje de haber ciudadanos catalanes de segunda.

13 mayo, 2024 02:53

"Fue un lapsus por el cansancio. Soy humano y cometo errores".

Salvador Illa dijo Lérida en vez de Lleida (hablaba en ese momento en español) y tuvo que humillarse porque el asunto afectaba a la trama principal del sainete que se viene representando con éxito en Cataluña desde hace décadas.

En esta época de partidos cesaristas incluso los altos cargos de los partidos son siervos dispuestos a humillarse ante el líder en todo momento. Pero hay un momento en que, además, tienen que humillarse ante los electores.

Dolors Montserrat, cabeza de lista del PP en las elecciones europeas, con el presidente del partido, Alberto Núñez Feijóo.

Dolors Montserrat, cabeza de lista del PP en las elecciones europeas, con el presidente del partido, Alberto Núñez Feijóo. TW

Contra la teoría popular, el votante no decide primero cuáles son las políticas que quiere y elige después a los que prometen llevarlas a cabo. Entre otras cosas, porque son asuntos muy complicados y no tiene tiempo ni ganas de abarcarlos.

Por desgracia, el político tampoco. Y como sabe que su votante lo seguirá por los caminos más tortuosos que elija, puede desinteresarse por completo de la política entendida como la gestión de los asuntos de la sociedad, y dedicarse a la política entendida como el medio de alcanzar y mantener el poder. Por eso, esta es, cada vez más, un teatro en el que se ofrecen espectáculos en vez de soluciones.

Pero hay un momento en que al votante le gusta mantener una ilusión de control, y es la campaña. En ese momento se sienta en el escenario y contempla las contorsiones que el político realiza para complacerlo. Una estrella de rock lee disimuladamente en el escenario un papelillo que dice "qué alegría estar aquí en, uh, Alpedrete", y el público lanza aullidos de entusiasmo.

Illa leyó erróneamente Lérida en vez de Alpedrete, pero rectificó a tiempo y el público lo ha premiado. El guion lo dictan los demóscopos de los partidos, que deben averiguar qué parte de su rebaño está inquieta, dónde hay otro susceptible de ser capturado, y manufacturar las frases adecuadas para encandilar a todos ellos. El teatro no va dirigido tanto al votante cautivo, que ya está correctamente estabulado, sino al que merodea despistado por las cercanías.

El resultado son proclamas en contra de los inmigrantes o a favor de Palestina. Un ejemplo significativo ha sido la unánime oposición de los políticos concurrentes a la opa a un banco porque, a pesar de que sus propietarios no son catalanes y de que su sede está en Alicante, se llama Sabadell. En esta campaña los topónimos han sido bastante relevantes.

"El independentismo puede haber retrocedido, pero el discurso nacionalista no ha encontrado réplica seria"

Y ahora salgamos del teatro y contemplemos la realidad catalana. Dentro del deterioro general, lo más llamativo del paisaje es que hay ciudadanos de segunda cuyos derechos pueden ser atropellados impunemente, y recientemente una misión de la Unión Europea se quedó impresionada al comprobarlo.

Puesto que son la mitad de la población, ¿no deberían votar a quien garantizase que el atropello va a cesar? Obviamente, ese no va a ser el PSC. No sólo porque Illa esté tan sometido al relato nacionalista como para disculparse por decir Lérida, sino porque le parecen estupendas cosas como la inmersión obligatoria de los castellanoparlantes.

Los receptores naturales de esos votos deberían ser el PP y, en menor medida, Vox. Pero hay dos obstáculos.

El primero es que el votante castellanoparlante de izquierdas prefiere votar PSC porque seguirá siendo un charnego y un ciudadano de segunda, sí, pero al menos no le llamarán facha.

El segundo es que Feijóo no quiere hacer una política desde la realidad (denunciando la destrucción de la sociedad catalana por el tribalismo nacionalista), sino consiguiendo que lo acepten en el sainete. Por eso, inauguró la campaña valorando sustituir a su actor principal, y a continuación salió al escenario fardando de los innumerables apellidos catalanes de Dolors Montserrat, Montserrat y posiblemente Montserrat. Luego dijo que era broma, pero no lo pareció. Después, ya puestos, intentó pastorear votantes de otro lado relacionando la okupación con la inmigración ilegal.

El resultado es que el PP ha subido, pero no ha quitado votos al PSC. La situación real con Illa en el poder no mejorará para los no nacionalistas. Y el independentismo puede haber retrocedido, pero el discurso nacionalista no ha encontrado réplica seria. El grifo continúa abierto.

*** Fernando Navarro es exdiputado de Ciudadanos y exviceconsejero de Transparencia en Castilla y León

Pere Aragonès, de ERC.

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