El presidente saliente de México, Andrés Manuel López Obrador, durante la Presentación del Programa Nacional de los Pueblos Indígenas.

El presidente saliente de México, Andrés Manuel López Obrador, durante la Presentación del Programa Nacional de los Pueblos Indígenas. YouTube / Andrés Manuel López Obrador

LA TRIBUNA

El auténtico genocidio en Hispanoamérica fue el cultural

El verdadero genocidio cultural consistió en el borrado de un plumazo de los 300 años de la América virreinal, en los que reinaron la convivencia, el mestizaje y el progreso.

13 junio, 2024 01:52

Suele acusarse machaconamente a los españoles de haber llevado a cabo un genocidio contra los indígenas americanos o contra las víctimas de la malvada Inquisición española. Constituye una acción de bullying cultural más que una realidad.

No sólo no hubo genocidio hispano, sino que el Imperio salvó a muchos indios de morir sacrificados o servir de comida a otros indígenas. Mucho más si comparamos con lo que hicieron otros en similares circunstancias: el genocidio se produjo al norte del Río Grande y en Australia, y las ejecuciones masivas fueron las de las brujas en el centro de Europa. Cerca de 100.000, comparadas con las como mucho 3.000 ejecuciones de la Inquisición en siglos de historia (Henry Kamen).

Estas acusaciones constituyen una cortina de humo para ocultar el genocidio real perpetrado hábilmente para hacer que las nuevas repúblicas perdieran su fundamento histórico propio, forzándolas a buscar referentes en modelos culturales foráneos o en un falso paraíso prehispánico. De haber sido tal, no habrían podido tan pocos españoles en tan poco tiempo conquistar tanto.

El rey Felipe VI en la investidura de Gustavo Petro, junto al presidente chileno, Gabriel Boric, en agosto de 2022.

El rey Felipe VI en la investidura de Gustavo Petro, junto al presidente chileno, Gabriel Boric, en agosto de 2022. Efe

Esta es la causa real de la decadencia del mundo hispano. El genocidio cultural del que nadie habla consistió en la cancelación, estigmatización y borrado de un plumazo de los 300 años de la América (y Asia) virreinal en los que reinaron la convivencia, el mestizaje y el progreso social y económico.

Si la América virreinal fue una edad oscura, ¿por qué duró tres siglos, por qué todo el mundo luchaba por hacerse con sus rutas comerciales y por qué la mayor parte de los indígenas lucharon a favor del rey?

Si la creación de las nuevas repúblicas hubiera sido una liberación y un éxito, ¿por qué tardaron casi un siglo en recuperar la renta previa, pasando de virreinatos muy autónomos a Estados vasallos de Inglaterra y Estados Unidos, y hoy de China y el comunismo?

Como el nuevo paraíso prometido no llegó, había que encontrar un responsable de la frustración y el fracaso generados. Los verdaderos culpables (las élites criollas) no estaban dispuestos a asumir ninguna culpa: ¡ellos eran los libertadores! Aunque la mayoría fueran en realidad hijos de españoles.

Si la conquista la hicieron realmente indígenas contra indígenas, ayudados por un pequeño grupo de españoles, las independencias las hicieron mayormente españoles contra españoles, ayudados por un pequeño grupo de mestizos e indígenas, más numerosos estos entre los realistas.

Por tanto, ¿a quién beneficiaron en realidad las independencias? A los que querían colonizar por la puerta de atrás la América hispana para acabar con su progreso y apoderarse de sus rutas comerciales.

¿Cuáles fueron las principales consecuencias de la independencia? La división de una potencia internacional en veinte trozos, el fin del galeón de Manila (la Ruta de la seda hispana), del real de a ocho (la moneda global hispana) y de las empresas transcontinentales como la del tabaco, mientras surgían por doquier guerras de frontera entre hermanos, antes inexistentes.

"No padecería la América Hispana hoy baja productividad, déficit educativo y falta de infraestructuras si recordara su pasado español"

El Imperio hispánico cae en una etapa de gran prosperidad. A principios del siglo XIX existía un espacio económico unido, con mercado interno, políticas de solidaridad interterritorial, una moneda única, idioma y religión comunes y libertad de comercio con Asia.

Ya dijo Andrés Bello que no se separaban por estar mal económicamente, sino porque consideraban que solos estarían todavía mejor. Parece que nadie le había leído el cuento de la gallina de los huevos de oro.

Para poder perpetrar este plan maléfico (ya anunciado en el panfleto británico Una Propuesta para humillar España de 1711) se requería cumplir un requisito esencial: el borrado de la memoria de los 300 años de éxito. Con ese legado, incluso divididas las nuevas repúblicas podrían tener la tentación de recuperarse, volver a unirse y dominar el mundo, por de pronto en clave comercial.

Desde entonces, el mundo hispano vive con su memoria dirigida o simplemente bajo una amnesia autodestructiva.

No estarían América y Filipinas como están, exportando mano de obra, si se recordaran herederos del imperio romano plus ultra, una de las cimas de la civilización occidental que debería llamarse en realidad Sacro Imperio Romano Hispánico.

Difundió el derecho romano y la filosofía griega, pero fortalecidas con las aportaciones de la escuela de Salamanca.

Extendió la religión romana, pero reforzada por la doctrina social de la Iglesia (creada por teólogos españoles).

Transmitió los avances tecnológicos, las técnicas de navegación y las matemáticas, pero mejoradas con las aportaciones de los árabes (la NASA estaba en Sevilla).

Llevó la gramática y el latín, sólo que modernizado en la forma de la lengua española que subsiste hasta hoy y que supo convivir con las locales.

No padecería la América hispana hoy baja productividad, déficit educativo y falta de infraestructuras si recordara que no sólo llegaron la espada y la cruz, sino también el pensamiento (con decenas de universidades y cientos de colegios). Y el compás y los ingenieros con infraestructuras hidráulicas kilométricas, redes de comunicación, puertos comerciales claves o ciudades declaradas hoy patrimonio de la Humanidad.

No sería la América hispana hoy rehén de la corrupción y el crimen organizado si recordara que durante 300 años constituyó un equilibrio entre lo económico y lo social, haciendo compatibles un sano individualismo con una colectividad solidaria. La combinación entre alegría y seriedad. Entre imaginación y responsabilidad. Entre espontaneidad y esfuerzo. Entre innovación y tradición, amén de un papel relevante de las mujeres, inexistente en otras tradiciones.

"El mundo hispánico no se liberó con las guerras de independencia, sino que entró en la verdadera fase de colonización con gobiernos vasallos"

No sería pasto amable de otros modelos culturales si recordara el peso de su propia poesía (con poetisas como sor Juana Inés de la Cruz), literatura (con sus dos siglos de oro en el XVI y el XX), pintura y escultura (la escuela quiteña y artistas como Caspicara, el Miguel Ángel hispano) o la música (con la primera obra polifónica Hanac Pachap de 1622 en quechua).

Todas las grandes empresas tienen un debe y un haber, pero lo que cuenta es el saldo neto, y el del Imperio hispánico es netamente positivo.

El robo de nuestra historia común tiene consecuencias perversas. Por de pronto, que los pueblos indígenas americanos, que en su mayoría se aliaron con los españoles contra los imperios extractivos amerindios y que en los momentos de batalla secesionista fueron mayoritariamente leales a la Corona, hayan terminado renegando de su herencia hispano-romana, mientras se muestran solícitos ante Carlos III de Inglaterra.

Nuestro genocidio fue impulsado y orientado por fuerzas foráneas. La mano de obra la pusieron y la ponen cada día los hispanobobos adiestrados que amplifican la voz de sus amos. La famosa picardía hispana se restringe a las relaciones particulares, pero no alcanza a la geoestrategia política, cultural o económica.

El mundo hispánico no se liberó con las llamadas guerras de independencia, sino que entró en la verdadera fase de colonización económica, social, política y cultural con gobiernos vasallos de Inglaterra, Estados Unidos, la Unión Soviética o China.

Recuperemos la memoria que nos une. Denunciemos el genocidio perpetrado contra uno de los legados culturales más relevantes de la historia. Sólo así 500 millones de hispanos podrán volver a ocupar el lugar que por justicia les corresponde.

*** Alberto Gil Ibáñez es autor de La Guerra Cultural: los enemigos internos de España y Occidente.

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