Protesta de judíos ultraortodoxos contra el fin de su exención del servicio militar.

Protesta de judíos ultraortodoxos contra el fin de su exención del servicio militar. Reuters

LA TRIBUNA

¿Se puede romper Israel por la llamada a filas de los ultraortodoxos judíos?

Su integración será beneficiosa a largo plazo. El ejército puede servir como puente entre comunidades que viven en realidades paralelas, pero muy distintas. 

27 junio, 2024 02:37

La reciente decisión de la Corte Suprema israelí de poner fin a la exención del servicio militar para los jaredíes, los judíos ultraortodoxos, marca un punto de inflexión en la historia de Israel.

Esta resolución no sólo resuelve un problema hasta ahora crónico. También tiene profundas implicaciones para la cohesión y el futuro del país.

No es la primera vez que, sobre el papel, se termina con esta prerrogativa de los jaredíes. No sabemos, tampoco, si será la definitiva. El problema viene de lejos y el correoso establishment jaredí siempre ha maniobrado para mantener su privilegio. 

Judíos ultraortodoxos hacen cola para cumplimentar la documentación que les permite evitar el servicio militar.

Judíos ultraortodoxos hacen cola para cumplimentar la documentación que les permite evitar el servicio militar. Reuters

Desde la fundación del Estado de Israel, los jaredíes han disfrutado de varios privilegios sobre el resto de la población. El más polémico siempre ha sido la dispensa del servicio militar, que es obligatorio en Israel a partir de los dieciocho años, y que dura tres años para los hombres y dos para las mujeres.

A lo largo de los años, conforme la población jaredí crecía exponencialmente, la desigualdad de trato en relación con el servicio militar iba abriendo una profunda brecha en la sociedad israelí. Por eso, los intentos para terminar con esta situación se han intensificado durante los últimos años.

En 2014 se anuló la llamada Ley Tal, que anulaba la exención del servicio militar para los jóvenes que acreditasen estar matriculados en una Yeshivá (escuelas religiosas en las que se estudia la Torá y el Talmud). En la práctica, esta anulación quedó en suspenso con la entrada de partidos jaredíes en los sucesivos gobiernos de Benjamin Netanyahu.

"Una vieja comparación entre Estados Unidos e Israel dice que Israel es un país religioso lleno de laicos, y Estados Unidos, un país laico lleno de religiosos"

En 2016, el ministro de Defensa Naftali Bennett (que también había sido primer ministro) ideó una reintegración silenciosa de los jaredíes en la sociedad. Reintegración que dio sus frutos, pero sin la celeridad esperada.

Así, en 2019, la exención del servicio militar para los jaredíes rompió la coalición de gobierno, entonces liderada por Netanyahu y Avigdor Lieberman.

Tras los salvajes ataques del 7 de octubre, el bombardeo iraní del pasado 13 de abril, una guerra que parece no terminar en Gaza y una posible guerra en ciernes en el sur de Líbano, las necesidades militares y el estado de ánimo de la sociedad en su conjunto han roto todas las costuras que sujetaban el privilegio de los jaredíes.

Desde la creación del Estado de Israel, religión y Estado han estado estrechamente entrelazados, pese a que hoy la mayoría de la población es laica. Una vieja comparación entre Estados Unidos e Israel dice que Israel es un país religioso lleno de laicos, y Estados Unidos, un país laico lleno de religiosos.

David Ben-Gurión, padre fundador de Israel, concedió ciertos privilegios a los jaredíes para asegurar su apoyo a la independencia de Israel y para mantener la unidad del joven Estado. No tenía otra opción. Los judíos no habrían podido sobrevivir sin su religión durante dos mil años de largo vagar en el exilio. La religión de los judíos, el judaísmo, fue la tierra que los judíos no tuvieron durante su larga diáspora.

Además, los jaredíes no eran muy numerosos en 1948.

Un judío ultraortodoxo junto a un hombre con una bandera de Israel.

Un judío ultraortodoxo junto a un hombre con una bandera de Israel. Reuters

Sin embargo, lo que comenzó como una concesión pragmática ha evolucionado hasta convertirse en un serio problema estructural. La población ultraortodoxa, con tasas de natalidad significativamente más altas que el promedio nacional, ha crecido considerablemente y, con ello, las fricciones con el resto de la sociedad. Sociedad de la que, por cierto, los jaredíes intentan vivir lo más lejos posible.

Para adentrarse en este modo de vida es recomendable ver la serie Shtisel, sobre una familia jaredí en Jerusalén.

El liderazgo jaredí ha jugado muy bien sus cartas para mantener estos privilegios. Los partidos políticos jaredíes, si bien no creen en la democracia, han sabido servirse de ella, sacando mucho partido a su posición perpetua de bisagra. Incluso han ampliado sus privilegios y obtenido un poder parlamentario sobredimensionado en relación con su representividad real.

Algo que nos es bastante familiar en España con los partidos nacionalistas. La democracia parlamentaria indirecta y sus incentivos perversos. De los jaredíes del barrio de Mea Seharim, Jerusalén, hasta los tractores en el Ampurdán.

"Un viejo chiste judío dice que en Israel, un tercio de la población trabaja, un tercio paga impuestos y un tercio va al ejército. Y es el mismo tercio en los tres casos"

Siendo el servicio militar obligatorio para la mayoría de los ciudadanos, la exención ha sido vista como una injusticia y una carga desmedida para aquellos que sí cumplen con su deber. Además, ha generado resentimiento y una percepción de desigualdad, ya que, los jaredíes, además de no ir al ejército, tampoco son productivos: la gran mayoría no está dentro del sistema nacional de educación, tiene una formación muy baja, probablemente para evitar la fuga de sus acólitos, y vive de donaciones privadas o de subvenciones.

Un famoso chiste resume, de forma cruda, pero precisa, la frustración de la inmensa mayoría de los israelíes respecto a esta situación y la insostenibilidad del sistema actual: "En Israel, un tercio de la población trabaja, un tercio paga impuestos y un tercio va al ejército. Y es el mismo tercio en los tres casos". 

La decisión de la Corte Suprema llega en un momento extremadamente delicado para Israel. En los ataques del 7 de octubre, Israel sufrió una triple derrota:

1. No pudo proteger a sus ciudadanos, que fueron víctimas del peor ataque terrorista de la historia de Israel.

2. Perdió su sensación de inexpugnabilidad.

3. El prestigio de su ejército y de su inteligencia quedó muy dañado, quizá por mucho tiempo. Y sus enemigos están más envalentonados que nunca.

Antes del 7 de octubre, además, debido precisamente a una reforma promovida por el gobierno de Netanyahu para mermar la independencia judicial, el país se partió en dos, generando la peor crisis política en mucho tiempo.

"Es probable que veamos manifestaciones y actos de desobediencia civil, como ya ha ocurrido en el pasado cuando se intentaron reformas similares"

Debido a la actual fragilidad de Israel, muchos piensan que no es el mejor momento para solucionar problemas que llevan años posponiéndose. No obstante, ese es un pensamiento pesimista. Un pretexto. Nunca es mal momento para resolver problemas endémicos.

En cualquier caso, la implementación de la decisión no será sencilla y seguramente enfrentará una fuerte resistencia de la comunidad jaredí y de sus líderes políticos. Líderes que no se han cortado, por ejemplo, a la hora de utilizar el Holocausto para oponerse al alistamiento.

Es probable también que veamos manifestaciones y actos de desobediencia civil, como ya ha ocurrido en el pasado cuando se intentaron reformas similares. Además, habrá desafíos logísticos y culturales significativos en la integración de los ultraortodoxos en el ejército, porque carecen de una formación educativa básica. Por tanto, su entrada en la disciplina militar supondrá un enorme desafío.

Aun así, y sin lugar a dudas, su integración será beneficiosa a largo plazo. El ejército puede servir como puente entre comunidades que, aunque comparten un mismo país, viven en realidades paralelas, pero muy distintas. El servicio militar es una experiencia formativa en Israel. No sólo en términos de habilidades y disciplina, sino también en la creación de una identidad compartida y un sentido de propósito común.

Los últimos quince años en Israel han sido una 'bibicracia'. Netanyahu, indudablemente, ha cambiado el país. Esta decisión de la Corte Suprema, si se pone en práctica, provocará un cambio incluso más profundo.

Y el Israel de dentro de diez años no se parecerá nada al de hoy.

*** Elías Cohen es abogado y profesor de relaciones internacionales de la Universidad Francisco de Vitoria

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